El laberinto ucraniano

Los pormenores que llevaron a la súbita caída del régimen de Viktor Yanúkovich tras la brutal matanza de la semana pasada entre opositores y fuerzas gubernamentales en la Plaza Maidán de Kiev con saldo de más de 100 muertos, confirman el porqué Ucrania es la pieza clave de la constante confrontación geopolítica entre Rusia y Occidente por el control de cuotas de poder en el espacio euroasiático, una perspectiva que intensifica la confusión sobre el futuro ucraniano ante las preocupantes expectativas de una hipotética ruptura política y territorial de facto

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Los pormenores que llevaron a la súbita caída del régimen de Viktor Yanúkovich tras la brutal matanza de la semana pasada entre opositores y fuerzas gubernamentales en la Plaza Maidán de Kiev con saldo de más de 100 muertos, confirman el porqué Ucrania es la pieza clave de la constante confrontación geopolítica entre Rusia y Occidente por el control de cuotas de poder en el espacio euroasiático, una perspectiva que intensifica la confusión sobre el futuro ucraniano ante las preocupantes expectativas de una hipotética ruptura política y territorial de facto

La “segunda” revolución ucraniana de 2014, a grandes rasgos heredera de la célebre “Revolución Naranja” acaecida en diciembre de 2004, entra así en la historia entronizando a la plaza Maidán del centro de Kiev como la nueva referencia simbólica de cómo una contestación popular puede acabar con un régimen autocrático y “´satélite” de un poder externo, en este caso de Rusia. Pero, a diferencia de la revolución anterior, la de 2014 se tiñó de un trágico baño de sangre y de una brutal confrontación que anuncia tiempos no menos confusos y turbulentos.

Tras tres meses de aguda crisis política que hizo en varias ocasiones especular con una inevitable guerra civil e incluso con la fragmentación territorial de Ucrania, la brutal represión de la plaza Maidán de la semana pasada sirvió como colofón para el súbito e inesperado final del gobierno de Viktor Yanúkovich, doblemente presionado por una intensa movilización de indignación ciudadana, cuya radicalización cobraba intensidad ante la represión gubernamental y la incapacidad por alcanzarse un consenso político.

Pero la presión más decisiva vino del exterior, en particular del sórdido pulso entre la Unión Europea y Rusia, con EEUU en actitud expectante pero no menos activa, cuyos objetivos estratégicos estaban claramente establecidos en no perder sus espacios e influencias de poder en Ucrania.

El sangriento acto final

El brutal final del régimen de Yanúkovich retrotrajo las imágenes de situaciones similares establecidas con otros autócratas herederos del sistema de poder establecido en el espacio ex soviético y ex socialista, como fueron los casos del dictador rumano Nicolae Ceaucescu (1989) y el del autócrata serbio Slobodan Milosevic (2000).

De este modo, las imágenes de tanquetas militares intentando tomar la plaza y manifestantes lanzando cócteles molotov para repelerlos, aderezado con tropas de elite disparando a manifestantes donde igualmente existían grupos irregulares paramilitares,  retrotrae aquellas escenas vinculadas con las crisis políticas y las rebeliones nacionalistas que derivaron en la caída de la URSS en 1991.

Era evidente que la matanza de la plaza Maidán ocurrida entre el pasado martes 18 y el jueves 20 iba a suponer un punto de no retorno para el gobierno de Yanúkovich, así como persuadió a la ruptura del mismo por parte de muchos de los miembros de su gobierno e, incluso, de unas Fuerzas Armadas polarizadas y divididas, temerosos de verse involucrados en eventuales y futuras acusaciones de crímenes contra la humanidad vertidas principalmente desde el exterior.

Todo ello explicó las deserciones del gobierno de Yanúkovich, desde el alcalde de Kiev hasta miembros de las Fuerzas Armadas, las cuales se sucedieron como piezas de dominó tras los trágicos sucesos de Maidán. Del mismo modo, la crisis posterior a la masacre dio paso a la fuga de Yanúkovich, de quien se llegó a asegurar que está aparentemente refugiado en una base militar en Sebastopol (Crimea).

Otro aspecto tiene que ver con la explicación de la crisis, lo cual confirma que la negativa de Yanúkovich de sellar el acuerdo de asociación con la UE a finales de noviembre pasado y la intensidad en la inicial represión contra los manifestantes que ya ocupaban la plaza Maidán desde mediados de noviembre, principalmente estudiantes, fueron los catalizadores decisivos de una crisis cuyo acto final aún no parece estar escrito.

La radicalización revolucionaria

Desde entonces, para Yanúkovich y su gobierno presionado desde dentro de Ucrania por una inesperada masa contestataria, y desde el exterior por los intereses de Rusia, Europa y tangencialmente EEUU, la resolución de la crisis con un pacto político ya no podía sostenerse como una salida real.

Yanúkovich ni siquiera logró apaciguar el creciente descontento en su contra una vez lograra recibir lo que irónicamente terminó siendo un “regalo envenenado” en su contra: la promesa de su aliado y protector, el presidente ruso Vladimir Putin, de préstamos monetarios y de bajada de los precios de gas para paliar la crisis; e, incluso, del súbito acercamiento de Yanúkovich hacia China, para obtener los urgentes préstamos financieros incluso cediendo parte de la soberanía agraria ucraniana.

Todo ello intensificó la resistencia de una oposición de Maiden tan variopinta, compleja y hasta atomizada, donde todos sus actores prácticamente contenían una agenda política propia. Los elementos moderados, principalmente herederos de la “Revolución Naranja” de 2004 y defensores de la hasta hace unos días encarcelada ex primera ministra Yulia Timoshenko, fueron cada vez más sobrepasados por nuevos actores, estudiantes, sindicatos y movimientos cívicos, tan desilusionados con el turbulento gobierno “naranja” de Viktor Yushenko y Timoshenko (2005-2010) como con el actual de Yanúkovich.

Pero el factor clave de poder se evidenció cuando todos estos grupos no pudieron evitar el progresivamente ascendente peso y poder en manos de nuevas figuras y actores cada vez más radicalizados, cuyo accionar resultó decisivo para la resistencia de lo que ya se llamaba sin ambigüedades ni dobles raseros como “Euromaidán”.

Ello implica un cálculo distinto al de la “Revolución Naranja” pro-occidental de 2004, cuyos sucesores siguen gravitando en las manifestaciones, pero su posición se ha visto notablemente relegada, perdiendo peso a manos de nuevas figuras, nacionalistas radicales, incluso movimientos de corte paramilitar aparentemente vinculados con fuerzas de extrema derecha.

Mientras la plaza Maidán definió el pulso decisivo, Europa amparó un nuevo  cálculo. Conscientes de que los sectores moderados difícilmente iban a lograr acabar con Yanúkovich, ya que incluso varios de ellos se reunieron con el ahora ex presidente ucraniano para intentar alcanzar una solución política, reforma constitucional y adelanto electoral mediante, el péndulo se movía claramente a favor de líderes como Viktor Klitschko, del partido UDAR, de tendencia nacionalista y derechista, claramente la visible figura de la nueva oposición ucraniana y el ganador de la guerra contra Yanúkovich.

Bajo esta perspectiva, los acontecimientos parece confirmar la puesta en marcha de un telón de fondo estratégicamente calculado en Europa y EEUU, con epicentro en Berlín. La presencia de Klitschko en la cumbre de la Organización de Seguridad y de Cooperación Europea (OSCE) celebrada a finales de enero en Múnich (Alemania), una vez se consumara la finalmente infructuosa tregua de quince días en Maidán, dio a entender cuáles eran las cartas por las que finalmente apostaban la UE y tangencialmente EEUU en Ucrania.

El cariz estratégico de Ucrania se completa con la compleja red de oleoductos y gasoductos que pasan por su territorio desde el Mar Caspio pasando por el Mar Negro, en los cuales específicamente Alemania y Rusia han logrado tejer una espesa red de alianzas y rivalidades.

Todo ello deja a Rusia en una incómoda posición, en particular ante su definitiva percepción de que la caída de Yanúkovich era un fait accompli, cuestión de horas. El viernes 21, mientras el ahora desaparecido Yanúkovich clamaba ser la víctima de un “golpe de Estado” en su contra, Moscú intentaba negociar infructuosamente un plan B que le permitiera mantener esferas de influencia en Kiev. Pero esta salida política era igualmente un fracaso de antemano, a sabiendas de que el perfil nacionalista radical de los manifestantes va claramente dirigido a sacudir a Ucrania de la órbita de influencia del Kremlin.

La intensidad de la presión exterior fue cobrando fuerza a finales de la semana pasada, en los momentos decisivos de la caída de Yanúkovich. Un día después de la primera matanza en la plaza Maidén del martes 18, durante una cumbre franco-alemana en Berlín, la canciller Ángela Merkel y el presidente galo François Hollande instaron a Yanúkovich a poner fin a la represión y “castigar a los culpables”.

Con ello, Berlín y París, en nombre de la UE, daban a entender que iban a actuar con fuerza, adjudicando la presunta responsabilidad de las fuerzas de seguridad ucranianas y de sectores radicales rebeldes en la masacre del martes 18. Mientras la riada de muertes alcanzó a prácticamente cien personas los dos días posteriores de combates en Maidén, tomando en cuenta la batalla de grupos de elite del Ejército y de grupos paramilitares rebeldes, el gobierno de Yanúkovich se tambaleaba de forma acelerada, precisamente por el miedo de sus integrantes a verse involucrados en acusaciones criminales.

Incierto futuro

Lo demás es el guión visto en las imágenes de TV: la desaparición de Yanúkovich, toda vez acusara del “golpe de Estado” en su contra; la decisión del Parlamento ucraniano, con Klitschko como maestro de ceremonias, de desconocer oficialmente su gobierno y ordenar su búsqueda y captura; sectores paramilitares de la oposición custodiando los edificios públicos en Kiev cuando horas antes se enzarzaban en los sangrientos combates en Maidán contra las fuerzas del orden; ucranianos fotografiándose en las lujosas residencias de Yanúkovich asaltadas por una población indignada con la corrupción y el abuso de poder; y las emotivas imágenes de ucranianos en Maidén exultantes por la caída del autócrata pero al mismo tiempo velando a sus muertos.

El colofón final de una revolución que no deja de sumir a Ucrania en una peligrosa confusión fue la igualmente emotiva reaparición pública de Timoshenko el sábado 22 en Maidán, liberada por los manifestantes tras su prisión domiciliaria decretada por la justicia ucraniana a instancias de Yanúkovich en 2012, por presunto abuso de poder y corrupción en unos contratos energéticos con Moscú durante su etapa como primera ministra.

Visiblemente afectada en el aspecto físico tras dos años de reclusión y presión psicológica, lo cual contrariaba la imagen de aquella mujer enérgica y activa que en 2004 contribuyó a la caída del régimen de Leonid Kuchma ante el fraude electoral precisamente orquestado por Yanúkovich, una Timoshenko en silla de ruedas y en medio de la confusión, se dirigió a los manifestantes de Maidán para ocupar su sitio en la historia, relegando su legado en una nueva contestación popular a la que no dudó en alabar constantemente como los artífices de la caída de Yanúkovich.

Si bien Timoshenko renunció a cualquier cargo público en esta nueva y no menos confusa etapa, su realpolitik a la hora de interpretar los acontecimientos actuales da a entender que su momento político ya pasó y que las nuevas fuerzas y los nuevos actores ocuparán el protagonismo en Ucrania. De allí su énfasis ante los manifestantes a “no abandonar” Maidán, una señal que deja claro tanto su simbólico “traspaso de poder” como la necesidad de una vigilancia popular constante sobre los confusos tiempos que vendrán.

Precisamente, la persistencia de los manifestantes de seguir firmemente acampados en Maidán supone otra variable claramente dirigida a los actores emergentes de la revolución de 2014. Muchos de ellos manifestaron que seguirán vigilando y “armados” en Maidéá para evitar sentirse nuevamente “traicionados” por los líderes que surgieron de la revolución de 2004, entre ellos precisamente Yushenko y Timoshenko. Esta persistencia en el activismo, si bien legítimo y necesario, intensifica los temores sobre las rupturas que pueden existir en el panorama político actual en Ucrania, tomando en cuenta que ahora existen grupos armados que fueron clave en la resistencia contra Yanúkovich y su posterior caída.

Del mismo modo, este “reconocimiento” de Timoshenko a la nueva oposición en Ucrania no es improvisado. Resulta evidente que Europa y EEUU convencieron a los aliados de Timoshenko a relegar su protagonismo en manos de Klitschko.

A pesar de que las nuevas autoridades en Kiev tras la caída de Yanúkovich son, en algunos casos, personas ligadas a Timoshenko y a las fuerzas políticas “naranjas”, como es el caso de Alexandr Turchínov como presidente provisional hasta la convocatoria de nuevas elecciones o del ministro de Interior Arsen Avakov, el péndulo político ucraniano se orienta claramente a los nacionalistas de Klitschko, quienes comienzan a cobrar fuerza en los puestos provisionales en el gobierno y la Rada o Parlamento hasta la convocatoria de nuevas elecciones.

Con ello, Bruselas intenta equilibrar un panorama confuso y no menos convulso y polarizado. Quiere ver en Kiev a una especie de gobierno de coalición entre los “naranjas” de Timoshenko y las nuevas fuerzas nacionalistas de un Klitschko a quien prácticamente se le presume será el próximo presidente. De hecho, Europa, EEUU y el FMI ya prometieron negociar una ayuda financiera a Ucrania, ante la perspectiva de cesación de pagos y de quiebra financiera aparentemente inevitable y prevista para las próximas semanas. El objetivo occidental es modificar el péndulo ucraniano a su favor, despejando las ayudas financieras rusas y de suministro energético.

Pero en este nuevo momento de movimientos de péndulo hay diversas interrogantes. Europa, EEUU y Rusia temen el ascendente poder de los nacionalistas radicales y elementos de extrema derecha, dirigidos por el líder del partido Svoboda, Oleg Tyahnibok, cuya fuerza paramilitar fue decisiva para resistir en Maidán y acabar con  Yanúkovich.

Esta perspectiva de un nacionalismo radical en Kiev intensifica el peligro de una virtual partición política y territorial de Ucrania, ya anunciada hace días por el ex presidente Leonid Kravchuk, e incluso de que el país se deslice hacia una guerra civil. Días antes de la caída de Yanúkovich, la violencia ya había llegado al Oeste ucraniano, de tendencia más proeuropea, con asaltos a edificios gubernamentales y de fuerzas de seguridad, especialmente en poblaciones como Lvov y Lutsk.

Un caso particularmente agudo es la península de Crimea, cedida por Rusia a Ucrania en 1992 y de importante valor estratégico hacia el Mar Negro y el Cáucaso. Allí, pocos días antes de la caída de Yanúkovich, diversos sectores del Parlamento local ya anunciaron su aparente disposición de separarse de Kiev si los nacionalistas ucranianos llegaban al poder. Precisamente, antes de su desaparición, Yanúkovich debía comparecer en Crimea el sábado 22 para un congreso de su partido, el Partido de las Regiones, una cumbre política cuidadosamente organizada por Yanúkovich y el Kremlin.

Tras la caída de Yanúkovich, en Crimea y regiones del Este ucraniano donde habita la población rusoparlante, como Donetsk, importante centro metalúrgico de donde el propio Yanúkovich es oriundo, crece el temor de que el nuevo gobierno de Kiev y el ascenso del nacionalismo ucraniano antirruso les resulte claramente contrario y hostil.

Líderes del Partido de las Regiones argumentaron la eventualidad de poder sentirse perseguidos toda vez diversos sectores desconocieron la legitimidad de los nuevos poderes, defendiendo la tesis del “golpe de Estado”. Precisamente, la primera declaración de Rusia tras la caída de Yanúkovich fue cuestionar la legitimidad de los nuevos poderes, tal y como lo declaró el primer ministro y ex presidente ruso Dmtri Medveded.

Si Ucrania eventualmente se desliza hacia la guerra civil y eventual partición territorial entre un Oeste proeuropeo y occidental y un Este prorruso, el tablero geopolítico entre Europa Oriental y el espacio euroasiático en plena periferia rusa sufrirá una alteración sumamente arriesgada.

Todo ello tendrá implicaciones hacia otros países vecinos de Ucrania como Rumania, Hungría, Bulgaria y Eslovaquia, que tienen minorías nacionales y lingüísticas en ese país, un aspecto que puede incluso dar lugar a históricas reclamaciones territoriales por parte de sectores nacionalistas de esos países, cuyas fronteras territoriales e históricas, así como las migraciones de población, han sido modificadas durante siglos.

Cuestión de geopolítica

Del mismo modo, el juego del péndulo geopolítico entre Occidente y Rusia en Ucrania define un nuevo pulso, determinado por el hecho de que ese país es paso estratégico de oleoductos y gasoductos desde el Mar Caspio y el Mar Negro hasta Europa, donde Alemania tiene una incidencia estratégica como receptor de muchos de esos proyectos.

Los proyectos del Kremlin de colocar a Ucrania como pieza clave y estratégica de su Unión Euroasiática prevista para 2015 se están modificando dramáticamente ante la caída de Yanúkovich. Del mismo modo, Occidente observó con recelo el inusitado acercamiento de Yanúkovich hacia China, visto igualmente con recelo en Moscú, y que eventualmente colocaría a Ucrania en la presumible órbita de influencia de Beijing.

Hay que tomar en cuenta que las presiones geopolíticas en Ucrania cobraron su intensidad toda vez un actor estratégico en el espacio euroasiático como Turquía está impulsando una “nueva vía” que distancia su posición de la tradicional e histórica orientación pro-occidental turca.

Turquía, estratégico miembro de la OTAN desde 1952, anunció en octubre pasado (un mes antes de la crisis ucraniana) su deseo de sustituir su sistema de defensa antimisil a favor de un acuerdo con China para proveerse de un nuevo escudo defensivo. Del modo, Turquía viene solicitando su ingreso en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), pieza angular de la geopolítica china en Eurasia, de la cual igualmente forma parte Rusia.

Tanto como Turquía ha intensificado su orientación hacia Rusia y China, desde 2011, Yanúkovich había solicitado a Beijing el ingreso ucraniano en la OCS. Todo ello colocaba a EEUU y Europa, así como la OTAN e incluso la OSCE, ante perspectivas preocupantes de pérdida de peso e influencia estratégica en el espacio euroasiático, con Turquía apostando por otra geopolítica y eventualmente Ucrania orientándose a Rusia y China. Esta apuesta, para Occidente, resultaba inaceptable, de allí la necesidad de “recuperar” a Ucrania para su redil.

Pero todo ello, si bien gravita y define en gran medida lo que ha pasado en los últimos días en Kiev, no oscurece el impacto de la “segunda” Revolución ucraniana. La caída de Yanúkovich tras la masacre entroniza simbólicamente a la plaza Maidén como una nueva referencia histórica de los pueblos que luchan por la libertad. Pero a pesar del histórico y emotivo momento, nada parece clarificar con certeza cuál será el futuro de Ucrania y hacia dónde realmente se orienta su péndulo geopolítico.