El 9 de mayo en Rusia se celebra el día de la victoria de la URSS sobre la Alemania hitleriana. En la Rusia de Putin la memoria histórica fue manipulada de tal manera que se silencia el pacto con Hitler, que le permitió desatar la II Guerra Mundial, y el tratado de amistad después de la partición de Polonia. En la versión mitologizada se destaca solo la parte de la guerra cuando la Unión Soviética fue víctima de la agresión hitleriana y se insinúa que sólo lucharon de verdad los rusos, la aportación de otros pueblos de la URSS y de los aliados era insignificante y en cierta medida jugaron un papel traicionero. Se hace creer que la Rusia de hoy es la única heredera de la lucha contra el fascismo y se ve amenazada por todo el Occidente, que impone su influencia en los antiguos países del bloque socialista y las repúblicas postsoviéticas.
Esta idea se difundía persistentemente al estilo de una verdadera guerra psicológica, tal como se enseñaba en escuelas militares y de seguridad del estado soviéticas. Movilizaron una enorme maquinaria propagandística (RT, Sputnik, etc.), sobornaron académicos en diferentes países para que corroboraran el papel singular de la URSS en la guerra de hace 80 decenios y el supuesto antifascismo de la Rusia de hoy. Donde realmente ganaron esta mentirosa campaña, fue en su propio país. Sacaron partido de la vanidad de la población de la Federación de Rusia, que necesita sentirse orgulloso de la grandeza de lo que solía ser un imperio que daba miedo a sus vecinos y todo el mundo. En su mentalidad tradicionalmente el miedo se llama respeto y en esta línea la propaganda fue creando en sus cabezas un mundo al revés.
Los que quieren libertad y democracia para su país son nazis, el bombardeo de viviendas en ciudades con población rusófona se llama protección de los derechos de la gente rusófona, el intento ucraniano de recuperar la isla ocupada por los militares rusos se denomina “provocación para capturarla”, los que cuentan la verdad sobre la realidad rusa son agentes extranjeros, el estado cleptócrata y fascistoide de Putin es la única fuerza en el mundo que hace frente al neonazismo. En qué consiste el neonazismo, cómo han mostrado su neonazismo aquellos a quienes el Kremlin etiquetó de neonazis, no importa. Si alguien no se somete al diktat de Moscú, es igual a nazi y debe desaparecer.
Aparte de la imagen inversa del mundo real, lo más terrible que creó esta guerra psicológica es la indiferencia hacia la vida humana, que se ha hecho masiva entre los rusos. Si se les dice que en los dos meses de ocupación los rusos mataron el doble de lo que asesinaron los nazis durante dos años de la II Guerra Mundial, no son pocos quienes dicen que hay que matarlos a todos, borrar el nombre de Ucrania de la faz de la tierra. Putin dijo: “nuestros objetivos son nobles” y con esto los militares rusos en Ucrania saben que tienen carta blanca, porque están luchando contra los malos y cualquier “irregularidad” será perdonada. Los que cometen crímenes de guerra no solo no son perseguidos, sino algunos de ellos son condecorados.
Para tratar de entender esta confrontación con tanta crueldad hay que ver un aspecto muy importante, porque no se trata de una guerra de los rusos contra los ucranianos, porque en los dos bandos hay representantes de otras nacionalidades. No se oponen y participan en la aventura criminal de Putin contra Ucrania por la opción de vida que probablemente ya hicieron sus ancestros por oportunismo o conveniencia: su etnicidad originaria no tiene perspectiva porque la opresión por el imperio la limitó fatalmente: para conseguir una posición respetable dentro de su propia comunidad lingüística y étnica no existe suficiente estructura social, por otra parte, al renunciar su identidad, uno puede aspirar a ascender a puestos lucrativos en la estructura colonial o imperial. O sea, se trata de hacerse voluntariamente jenízaro moderno. Y sirven al imperio con más fervor que cualquier otro súbdito y odian sin piedad a los que se atrevieron a levantarse contra el imperio, porque ponen en duda su opción y los hacen sentirse despreciados como renegados.
Así son la gran parte de la población de Luhansk y Donetsk. Estos ucranianos fueron rusificados sistemática y despiadadamente, haciéndoles creer que son la “carbonera de la Unión”, que alimenta toda la industria soviética, por lo que debían sentirse orgullosos y superiores a todos los ucranianos, a pesar de que su arduo trabajo resultaba en una esperanza de vida de 45 años.
Con tantos galimatías en la cabeza, que no se unen entre sí y desorientan totalmente, se prestaron gustosamente como material disponible a la operación especial (esa sí lo era) de creación de “repúblicas populares” (con fuerzas especiales rusas infiltradas para neutralizar las autoridades ucranianas y testaferros enviados desde Moscú para encabezar las repúblicas). Ahora viven una nueva fase de abuso por el imperio, siendo utilizados como pretexto para que Putin agreda a Ucrania. 75 días después que Rusia reconoció la “independencia” de las “repúblicas populares” y anunció que les ayudaría a recuperar el resto de su territorio, todo está sucediendo en otras zonas de Ucrania. La protección de las pseudorrepúblicas obviamente no estaba entre los “objetivos nobles” del Kremlin.
La idea inicial era atacar los centros estratégicos en la mitad oriental de Ucrania creando en el sur un corredor que uniera Donetsk con Crimea y quitara el acceso de Ucrania al mar, y conseguir algún tipo de capitulación de Kíiv. No resultó conseguirlo en 72 horas presupuestadas para la “operación”, pero el fracaso no les importó, siguieron atacando en cinco direcciones descoordinadas, sin ningún sentido militar.
El sentido se encuentra en la mentalidad de jefe de pandilla urbana que tiene el dueño de Kremlin. No le importan las vidas humanas que se pierden por ambos lados, tampoco le importa Ucrania como tal. El mundo debe ver, pero más que nada el rival occidental, que Ucrania es parte de su dominio, que nadie puede meterse allí y él puede hacer todo lo que quiera
No hay otro plan. Si los ucranianos no aceptan ser parte de Rusia, serán machacados hasta desaparecer todos, mientras Occidente siga ayudándolos y no reconozca que están en el dominio de la banda de Putin. Son como rehenes de atracadores de banco. Las autoridades deben decidir si salvan la vida de los rehenes y cumplen las exigencias de los bandidos o se ponen intransigentes y no negocian con los bandidos, porque si matan a todos los rehenes, perderán definitivamente. La cuestión es de cuánto vale la vida humana. En el caso del rehén Ucrania, sus amigos occidentales todavía están en la fase de considerar las ganancias y pérdidas de la renuncia a los hidrocarburos rusos. No se enteran de la gravedad de la situación.
Para este 9 de mayo el mundo esperaba que Putin, de no poder declarar su victoria, dijera algo sobre cómo piensa proceder en Ucrania, que el asunto ya está oliendo a la III Guerra Mundial. Como un verdadero jefe de pandilla no dijo nado de lo que se quería saber. Repitió la burda mentira de que la OTAN con Ucrania estaba preparando una incursión a Crimea, que la alianza ya había comenzado la asimilación militar de los territorios aledaños a la Federación de Rusia y que en Kíev comenzaron a hablar sobre la adquisición de armas nucleares. Parecía reeditar el discurso de Hitler sobre el ataque a Polonia: “Rusia ha repulsado proactivamente al agresor. Fue una decisión forzada de un país fuerte, soberano e independiente.” Sin embargo, no pronunció ni una sola vez el nombre de Ucrania. Suele hacerlo con los opositores que más odia, se refiere a ellos como “aquel personaje”, “el sujeto”, etc. Lo que quiere decir es que Ucrania para él no existe. Dijo que “los milicianos de Donbás junto con soldados del Ejército de Rusia están combatiendo en su propia tierra”.
En vísperas del 9 Mayo en Mariúpol y otros lugares que la prensa rusa llama “territorios liberados” estuvieron el vicejefe de la Administración del Presidente responsable por la política interior de Rusia y el vicepresidente del Consejo de la Federación de Rusia. Una señal clara de que se prepara una integración en Rusia. En la prensa rusa se habla de “ex Ucrania” (en 1939 la prensa soviética hablaba de “ex Polonia”). Es posible que se prescinda del espectáculo de “referéndums”, como en Crimea y Donbás. Los símbolos de Ucrania se eliminan, suplantados por el tricolor ruso, como si no hubiera nada más prioritario para estos territorios dañados por la guerra, las señales con topónimos en ucraniano se cambian por los en ruso, los nombres históricos se cambian por los rusos soviéticos, que no tienen relación con el lugar. Se introduce el rublo ruso, se prepara la expedición de documentos de identidad, de todas maneras se impone el uso del ruso sin lugar al ucraniano.
La conclusión que se debe sacar de lo que no dijo expresamente el presidente ruso en la sagrada fecha del 9 de Mayo, es que en la guerra/operación especial no se trata de Ucrania, se trata de imponer su dominio en los terrenos que en su opinión le corresponden y que sus rivales y el resto del mundo acepten que nadie puede meterse en lo que él considera suyo. En otras palabras, se trata de un nuevo reparto del mundo, lo que en dos ocasiones causó guerras mundiales. Más vale evitarlas por el poder destructivo de las armas modernas. Pero si el Occidente no cede, Putin puede usarlas, para convencer. En Mariúpol y Borodianka demostró que no le importa hacer tierra quemada, llevar una guerra de exterminio. Todos los bacanales del 9 de Mayo durante su gobierno eran para demostrar su disposición a usar hasta el “último recurso”, la guerra, para expandir su poder. Para los incrédulos, lo está mostrando en Ucrania. Como Hitler en Polonia. No sé si le molesta que su actuación se parezca tanto a la de Hitler. De acuerdo con su mentalidad de delincuente chantajista, le puede gustar ser capaz de algo que todo el mundo está seguro que nadie se atrevería a repetir.