El reciente anuncio del presidente George W. Bush de un reacomodo de los efectivos militares estadounidenses en el exterior es una de las consecuencias más polémicas de la guerra de Irak y la nueva etapa de las relaciones transatlánticas. Con el nuevo plan estratégico y el recorte de tropas, Washington parece estar cambiando el péndulo de la "vieja Europa" a la "nueva Europa", más favorable a sus intereses. El obvio perdedor de esta medida parece ser Alemania. Más allá de la posibilidad de que el anuncio se realice en tiempos electorales, el nuevo "cordón sanitario" de Bush puede estar concebido para la contención del terrorismo global, pero también apunta directamente ante la posibilidad de un resurgimiento del poderío ruso.
Cuando el pasado 16 de agosto, el presidente George W. Bush anunció el reacomodo global de las fuerzas armadas estadounidenses apostadas en el exterior para los próximos diez años, estaba enviando un sutil mensaje a sus hasta ahora tradicionales aliados europeos, contrarios a su política en Irak.
Bush mencionó que EEUU "debía tomar ventaja de la tecnología militar del siglo XXI, para incrementar rápidamente el despliegue de poder militar". En principio parecía un redimensionamiento producto de la amenaza global del terrorismo y también del elevado coste militar en el gasto público, pero en realidad hay más de vieja geopolítica que cualquier otra cosa.
Bush habló de retirar 70.000 de los 200.000 soldados, marinos y personal de aviación presentes en diversas zonas del globo, desde Europa hasta la península coreana. Precisamente, estos dos escenarios serán los más afectados por la nueva medida. Aliados tradicionales de Washington en la "guerra fría" pero que se opusieron con fuerza a la guerra en Irak, tales como Alemania, se verán afectados. La base militar estadounidense en Ramstein, Alemania, será reubicada ahora en Rumanía y Bulgaria, dos de los países que siguieron la política estadounidense en Irak. La lógica del reacomodo es que ya no tiene sentido mantener una base militar estadounidense en Alemania, país que fue clave en los tiempos de la amenaza soviética. Sin bases estadounidenses, Alemania pierde enteros en cuanto a la nueva política exterior y militar estadounidense.
La "nueva Europa"
Lógicamente, restar importancia a lo que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld denominó la "vieja Europa" por la "nueva" proveniente del Este, creará nuevas tensiones en el seno de la OTAN. Washington quiere asegurarse el apoyo de los nuevos países que acaban de ingresar tanto en la Unión Europea como en la OTAN y uno de los "regalos" por su apoyo a la guerra en Irak es incluirlos en el nuevo mapa estratégico militar. Obviamente, en París y Berlín no gustó la nueva estrategia de Bush pero evitaron realizar declaraciones altisonantes.
Polonia, Hungría, Rumanía y Bulgaria tendrán ahora en sus territorios los efectivos militares estadounidenses que anteriormente se hallaban ubicados en Alemania. De allí se intuye que el Este sigue siendo importante para Washington pero que también el sureste europeo y el mar Mediterráneo tendrán un mayor rol en la política militar norteamericana, en detrimento del océano Atlántico.
Cercando a Moscú
En la mentalidad de la actual administración Bush, el concepto de "guerra fría" sigue teniendo vigencia, así como la posible amenaza del tradicional rival moscovita. De acuerdo al experto militar ruso Alexei Arbátov, director del centro de Seguridad Internacional de la Academia de Ciencias de Rusia, "EEUU se prepara para utilizar sus fuerzas en la periferia de Rusia y es previsible una rivalidad ruso-norteamericana en el Cáucaso, concretamente en Georgia, así como una coexistencia diferente entre Rusia y EEUU en Asia Central".
A pesar de que las palabras de Arbátov reflejan una tendencia tradicional de la intelligentsia rusa de sentirse cercados por Occidente, sus palabras no son meras frases al viento. Desde el 11/S, Washington posee efectivos militares en Georgia, Uzbekistán, Kazajstán y Tayikistán, todos ellos ubicados en el antiguo espacio soviético y en zonas tan conflictivas como el Cáucaso y Asia Central, nido de guerras étnicas y de la expansión del fundamentalismo islámico gestado en Afganistán por los yihadistas de Osama bin Laden.
Para muestra, un botón. La actual crisis entre el gobierno pro-americano de Mikhail Saakashvili en Georgia con las regiones separatistas de Osetia del sur y Abjazia revela una silenciosa batalla entre Moscú y Washington por el control del Cáucaso y sus florecientes rutas petroleras y gasíferas, principalmente el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhán. Un despliegue de tropas norteamericanas en Polonia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, ex fronteras soviéticas, apuntan directamente a evitar que Moscú rememore las nostalgias del pasado.
El nuevo campo de acción
En Europa se criticó la inesperada y sorprendente decisión de Bush como una "maniobra electoralista" para reducir las críticas hacia una administración que en cuatro años ha realizado dos guerras, en Afganistán e Irak. Lo cierto es que, a partir de ahora, Europa occidental ha dejado de tener una importancia capital para la seguridad de Washington.
En la nueva estrategia, no está planteada la "necesidad moral" de Washington denominada "construcción de naciones-Estado", cuyas experiencias han sido tan maniatadas y desestabilizadoras como actualmente puede observarse en Afganistán e Irak. Los fracasos en estos sentidos han permitido a Rumsfeld y su equipo rediseñar una estrategia que permita una acción militar global rápida y efectiva, no limitada a las necesidades políticas, salvo casos excepcionales.
El nuevo escenario lleva a concentrar la atención de Washington desde el Mediterráneo hasta Asia Central, regiones estratégicas por el auge de la amenaza terrorista y del fundamentalismo islámico. También son las regiones donde mayor número de efectivos militares norteamericanos existen en estos momentos. EEUU ha agilizado recientemente sus contactos políticos y militares con sus aliados tradicionales en este espacio geopolítico, tales como Italia, Marruecos, Argelia, Turquía, Israel, Egipto y Pakistán, mientras tantea una nueva relación con "viejos enemigos", como Libia e Irán.
Otro escenario novedoso está en el sureste asiático, y en realidad no tiene que ver necesariamente con la contención de una China emergente. La reducción de efectivos militares en la península coreana revela contactos subterráneos entre Washington y el régimen de Corea del Norte, especialmente en materia nuclear, con mensajes claros hacia los movimientos que realicen sus dos principales dependientes militares en la zona, Japón y Corea del Sur. La inclusión de Australia en el nuevo marco estratégico militar revela la importancia que este país está teniendo para el gobierno norteamericano como aliado y potencia emergente en la zona. Pero el sureste asiático es también prolífico en movimientos fundamentalistas aliados de Al Qaeda, especialmente Filipinas, Indonesia y Malasia. Es de esperar que Washington también redimensione su política militar hacia esos países.
Entre nuevos escenarios y objetivos, Washington intenta diseñar su estrategia militar para el siglo XXI. La esencia de esta estrategia es la misma, pero los aliados y las amenazas, al parecer, no lo son tanto.