"A Perona" na Alameda de Santiago de Compostela. Fonte: Compostela Verde

Asombrosa Galicia (I) Santiago de Compostela: Eva Perón y el abeto

En junio de 1947 España estaba transitando por etapas cada vez más complejas. A cargo del gobierno se encontraba el general Francisco Franco, último bastión de la derecha europea luego de que sus aliados, Hitler-Mussolini, desaparecieran del espectro político (bueno… y de cualquier otro espectro). Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Franco se encontraba aislado internacionalmente. La oposición a su régimen no tenía casi vida —ya literal, ya eufemísticamente— y el hambre era un aspecto cotidiano para los cada vez más humildes, situación ya agravada por la Guerra Civil (1936-1939) de la que había emergido como gobernante.

Por otra parte el general Juan Domingo Perón era el presidente de Argentina, en ese momento país próspero que —como España— buscaba también reconocimiento internacional, en este caso como potencia industrial y granero del mundo, enfrentando con ello a Londres y Washington. Dos años antes, el general Perón había contraído nupcias con Eva Duarte.

Perón ofreció a España un acuerdo algo similar al Plan Marshall estadounidense que beneficiaba a países europeos pero no al país ibérico. Argentina enviaría granos a cambio de minerales y maquinarias para motores eléctricos, transformándose en socios comerciales y además reconociendo al gobernante español ante la ONU. Como consecuencia España quedó menos aislada.

Franco invitó entonces a Perón a España para imponerle la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Para el dignatario argentino se trataba de una jugada muy expuesta por lo que envió a la primera dama como “embajadora de amplísimas credenciales” en lo que se dio por llamar la “gira del arcoíris” —España, Italia, Portugal, Francia y Suiza—. Recibida en Barajas el 8 de junio de 1947 por Franco, su familia, las máximas autoridades del ejército, eclesiásticas y de la Falange, recibió la mencionada condecoración en nombre de su esposo y otras innumerables prendas de aprecio e invitaciones para recorrer la exquisita variación cultural española en un circuito de 18 días que resultó extenuante para Evita.

Como mujer de mediados del siglo XX, por su espíritu apasionado develado a través de sus discursos e intervenciones y por sus ideas populistas muy alejadas de las de Franco, es fácil deducir que para ninguno de ellos la visita estaba resultando grata… Sin embargo Eva Perón solía halagar a Franco en sus discursos, generando crisis de gabinete en Buenos Aires tanto por el profundo malestar de los españoles refugiados en Argentina como ante posibles represalias de Washington.

El 19 de junio de ese año Evita aterrizó en Santiago de Compostela. Permaneció en la ciudad hasta el anochecer en su camino a Pontevedra-Vigo. El alcalde del Ayuntamiento la recibió con los honores del caso, entregándole la Medalla de Oro de la ciudad para su esposo y un broche de oro y piedras preciosas para ella. Visitó la Catedral, donde presenció la ceremonia del botafumeiro y el canto de las chirimías. También esa tarde fue invitada a plantar un árbol simbólico en la explanada de la residencia de estudiantes de la Universidad de Santiago. Se trató de un abeto caucásico, una especie proveniente de las proximidades del mar Negro y no representativa de los biomas argentinos. Conocido localmente como “La Perona” y transcurridos más de 75 años aún se eleva —excediendo los 20 metros— sobre la admirable flora del parque Alameda.

El final de la historia —personalmente creo que queda mucho que escribir sobre ella—, es que el gesto no tan desinteresado de Argentina no duró mucho en el tiempo: en 1949 se inició una crisis económica en Argentina que interrumpió los acuerdos firmados entre ambos mandatarios. Pero para ese momento Franco no necesitaba el apoyo sudamericano pues Washington ya había iniciado su política anticomunista (inicios de la Guerra Fría, macartismo, etc.) y el gobernante español resultó cada vez más reconocido en el mundo.

Pero como silencioso testigo pervive “La Perona” y la placa conmemorativa a sus pies documenta y detiene en el tiempo el accionar de políticos del pasado, permitiendo meditar sobre las consecuencias de sus decisiones.

Nota de la autora: No he recibido ningún tipo de compensación (económica o no) por escribir este artículo, no tengo conexión material con las marcas, productos o servicios que he mencionado y mi opinión es independiente.