Exposiciones, documentales, seminarios, la publicación de obras de diverso tipo, ilustran estos días el patriotismo de Deng, recordado por su sabiduría, su capacidad modernizadora y, sobre todo, por su empeño en lograr la reunificación del país, aspecto instrumental de gran valor para el gobierno chino. Incluso los primeros despedidos de las empresas estatales en quiebra alaban ahora la competencia introducida por Deng para sacar de su marasmo al sector público, abriéndoles, al parecer, el horizonte de una nueva vida más provechosa.
Sin duda, la estrella de Deng está en ascenso. En ello influye que las nuevas generaciones de dirigentes chinos se lo deben prácticamente todo. Empezando por el propio Hu Jintao, Presidente del Estado y secretario general del Partido Comunista, que hace unos días inauguraba una estatua del Pequeño Timonel en Guang”™an con una inscripción de puño y letra de Jiang Zemin. Ambos líderes deben su posición política a Deng Xiaoping, poco amigo del culto a la personalidad, y solo ellos se acuerdan de citar el socialismo con peculiaridades chinas que Deng impulsó como coartada para abrir su país a la economía privada y al mercado, sin por ello cuestionar la vigencia del Partido.
La intensidad de esta conmemoración, el empeño en la divulgación de su obra y el ensalzamiento de su figura nos sitúan en un nuevo tiempo de adulación impulsado por los dirigentes del país para que la ciudadanía, ilusionada por el incesante progreso del país, no olvide que todo se debe a la clarividencia de un hombre pequeño, de grandes orejas pero duro de oído, al que no siempre se le ha reconocido su valía, como ha señalado Richard Evans.
A unos meses de su muerte, el XV Congreso del Partido, celebrado en 1997, elevó a Deng al particular firmamento chino, incrustando en su programa y estatutos su teoría de la construcción del socialismo como ideología orientadora. La reciente polémica sobre su papel en los sucesos de Tiannanmen, sin duda determinante, no empañará su valoración globalmente positiva. Desde 1981 los chinos saben que todo es una cuestión de porcentajes: según el Partido, Mao cometió un treinta por ciento de errores. Los de Deng aún no se han cuantificado. Pero como ha señalado Lynn Pan, son muchos los chinos que piensan que Deng pesará incluso más que el Presidente Mao en la balanza de la Historia.
Deng es el principal artífice de las profundas transformaciones que China ha experimentado en los últimos veinte años. Xiaoping significa “pequeño y normal”, la negación, en fin, de la excepcionalidad. Pero ha sido el arquitecto de la reforma. La sociedad china de hoy comparte en buena medida ese reconocimiento. No solamente por el empeño oficial sino, sobre todo, como resultado de una apreciación sincera que es inseparable de la colectiva interiorización del contraste entre las muchas penalidades padecidas en los últimos siglos y las décadas de relativa bonanza que experimentan en la actualidad. No cabe esperar, sin embargo, entregas incondicionales. Como quería Deng, la sociedad china ha aprendido de su pasado y emancipando su mente, encontrará la verdad en los hechos.