La geopolítica del Estado Islámico

El atentado contra una sinagoga en Dinamarca, la ejecución de decenas de cristianos coptos en Libia y la concreción de una coalición árabe, con Egipto a la cabeza, contra posiciones de células yihadistas pertenecientes al Estado Islámico, son sucesos que confirman la reactivación multiforme del yihadismo global, reorientando su radar hacia objetivos judeo-cristianos, occidentales y dentro del mundo islámico ajeno a su ideología. En este sentido, el Magreb, con Egipto y Libia a la cabeza, Asia Central e incluso la India y el contexto del sureste asiático, pueden convertirse en los nuevos escenarios de operaciones de las redes yihadistas, ampliando un radio de acción hasta ahora limitado a Siria e Irak.

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El atentado contra una sinagoga en Dinamarca, la ejecución de decenas de cristianos coptos en Libia y la concreción de una coalición árabe, con Egipto a la cabeza, contra posiciones de células yihadistas pertenecientes al Estado Islámico, son sucesos que confirman la reactivación multiforme del yihadismo global, reorientando su radar hacia objetivos judeo-cristianos, occidentales y dentro del mundo islámico ajeno a su ideología. En este sentido, el Magreb, con Egipto y Libia a la cabeza, Asia Central e incluso la India y el contexto del sureste asiático, pueden convertirse en los nuevos escenarios de operaciones de las redes yihadistas, ampliando un radio de acción hasta ahora limitado a Siria e Irak.

En este sentido, el 2015 está anunciando una reactivación acelerada y progresiva del yihadismo global. A los ataques terroristas de París a comienzos de enero le siguieron un agravamiento de las ejecuciones contra rehenes occidentales y miembros de comunidades cristianas entre Siria e Irak por parte del Estado Islámico (EI), cuya actividad ya comienza a ser seriamente observada por la comunidad internacional como una amenaza de carácter mundial.

La oleada de ataques prosiguió la semana pasada, con el atentado a una sinagoga en la capital danesa Copenhague, que dejó dos muertos y varios heridos, así como la presunta ejecución de 21 cristianos coptos egipcios en Libia por parte de células locales adheridas al EI.

En otro contexto, más de carácter local e igualmente sin conexión certificada con los anteriores, resalta la potencialidad del grupo islamista Boko Haram al norte de Nigeria, cuya amenaza a la estabilidad regional en África Central ha provocado tanto la suspensión por seis semanas de los comicios presidenciales nigerianos previstos a realizarse entre el 14 y 28 de febrero, como a la movilización de efectivos militares de países vecinos como Camerún, para repeler el avance regional del grupo islamista.

El caos libio

Tras el ataque contra los cristianos coptos en Libia, considerada la mayor minoría religiosa cristiana en Oriente Medio con epicentro en Egipto (entre 8 y 10 millones de fieles), el presidente egipcio Fatah al Sissi ordenó bombardear posiciones del EI en territorio libio, confirmando las presunciones establecidas por diversos analistas de una “regionalización” del caos libio tras la caída del régimen de Muammar al Gadafi en 2011.

Desde entonces, Libia vive en la anarquía recurrente. La antigua capital Trípoli está controlada por un grupo rebelde opuesto a la coalición internacional liderada por EEUU y Europa contra Gadafi, mientras otras ciudades costeras como Tobruk están bajo control de células adheridas al EI, así como otras pertenecientes a la red Al Qaeda en el Magreb Islámico.

Otras localidades libias están controladas por caudillos y facciones militares, un escenario que pareciera reproducir una especie de ejemplo afgano en pleno Magreb y el área mediterránea, geopolíticamente próximos a Europa, Oriente Medio, el África subsahariana y la península arábiga, donde también militan otras células yihadistas.

El caos libio se ve igualmente polarizado por la crisis política acaecida en la vecina Egipto tras el golpe militar contra el gobierno islamista de Mohammed Morsi y de la Hermandad Musulmana registrado a mediados de 2013, y que llevó al poder al general golpista al Sissi, posteriormente ratificado por una contestada elección presidencial.

A pesar del contexto de anarquía y peligrosidad que vive Libia, miles de egipcios, la mayoría cristianos coptos, cruzaron la frontera con Libia en la búsqueda de oportunidades laborales, principalmente en el área de la construcción, a tenor de las promesas de empleo otorgadas por “señores de la guerra” que se disputan el control de los apetecidos recursos petroleros y gasíferos libios.

La presunta ejecución de los 21 cristianos coptos egipcios motivó a al Sissi y al poder militar establecido en El Cairo, a reaccionar punitivamente y de manera inmediata. Los bombardeos de esta semana contra posiciones del EI en la frontera libia-egipcia pueden anunciar una campaña militar tan progresiva como incierta.

Pero Egipto no es el único país árabe persuadido a atacar al EI. Jordania inició la ofensiva aérea contra posiciones del EI en Siria, tras el asesinato de su piloto Muath a Kaseasbeh a finales de enero. Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Bahrein también se han ido sumando a esta especie de coalición árabe contra el EI.

Un caso aparte merecen los milicianos “peshmergas” de la Región Autónoma del Kurdistán iraquí, probablemente el grupo militar que con mayor efectividad ha repelido el avance de los milicianos yihadistas del EI entre Siria e Irak, tal y como se observó con la liberación de la ciudad de Kobanê, en el Kurdistán sirio, a finales de enero pasado.

En este sentido, el freno kurdo a la expansión regional del EI determina una oportunidad histórica para afianzar las demandas soberanistas e independentistas kurdas en Oriente Medio, con epicentro en el Kurdistán iraquí, pero cuya eventual irradiación genera pulsos y contrastes entre actores geopolíticamente estratégicos como Turquía, Irán, Israel, Arabia Saudita y EEUU.

El conflicto de civilizaciones

La reiteración de atentados y ataques tanto en Europa como en Oriente Medio con el sello del yihadismo salafista da a entender la concreción de estrategias trazadas en los últimos meses por parte de las células terroristas, afiliadas al EI o Al Qaeda o bien movilizadas de forma autónoma, con la intención de procrear un conflicto de carácter civilizacional, motorizando los sentimientos y rencores históricos existentes entre diversas corrientes islamistas contra Occidente.

En este sentido, el atentado en la sinagoga, la decapitación del piloto jordano y las presuntas ejecuciones de cristianos coptos en Libia amplían el margen de actuación de estas células y del EI como actor central, principalmente con la eventual intención de identificar como objetivos a la comunidad judía y cristiana y, en perspectiva geopolítica, a Israel y sus aliados occidentales y dentro del mundo árabe, como son los casos de Egipto y Jordania, únicos países árabes que reconocen oficialmente al Estado israelí, además de Turquía.

En este sentido, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu ha aprovechado la conmoción del atentado a la sinagoga en Copenhague para intentar recuperar terreno e iniciativa tras los últimos acontecimientos en Oriente Medio. Su propuesta, hasta ahora infructuosa, de recibir en Israel a los judíos daneses temerosos no sólo del yihadismo islamista sino del aumento de la extrema derecha europea, a tenor de la crisis socioeconómica, implicaría la intención de su gobierno de reforzar la alicaída migración judía a Israel, así como de ganar apoyos políticos dentro de un contexto electoral signado por los comicios parlamentarios previstos para el próximo 17 de marzo.

En este sentido, consolidando sus posiciones entre Siria e Irak, el EI está logrando un notable éxito de difusión de su mensaje yihadista, lo cual le permite potenciar el reclutamiento de efectivos en Europa, Oriente Medio, Magreb y Asia Central. Se estima que en su territorio bajo control entre Siria e Irak, el EI posee entre 40.000-50.000 milicianos y simpatizantes, ampliando su red de actuación a través de “lobos solitarios” de carácter autónomo, dispuestos a atentar, principalmente en Europa.

Este contexto ha obligado al presidente Barack Obama a pedir formalmente ante el Congreso estadounidense  controlado por la mayoría republicana, la aprobación de planes de ataque contra posiciones del EI, incluso repotenciando una alicaída oposición siria que le permita a Washington y sus aliados no verse tangencial e indirectamente inmiscuidos en una lucha que también libra el régimen sirio de Bashar al Asad contra el EI.

Desde el Magreb hasta la India

Del mismo modo, está por ver la incierta pero probable concreción de intereses entre el EI y una Al Qaeda cuya iniciativa y capacidad de reacción se ha visto superada por la súbita aparición del EI en Oriente Medio. El actual jefe de Al Qaeda es el egipcio Aywan al Zawahiri, lugarteniente del asesinado Osama Bin Laden, y auténtico ideólogo de la “yihad” contra Occidente, los cristianos y los judíos.

Esta perspectiva podría colocar a Egipto y la irradiación del caos libio como el nuevo teatro de operaciones del yihadismo terrorista más allá de la porosa frontera entre Siria e Irak, abarcando un escenario geopolíticamente estratégico debido a la proximidad de la Europa mediterránea, el Magreb, el África subsahariana, Oriente Medio y la península arábiga, principales centro de propagación, entrenamiento y reclutamiento de los terroristas yihadistas y de las estrategias de “lobos solitarios”, cuya efectividad se ha observado en los recientes atentados en París y Copenhague.

Otra perspectiva aduce la posibilidad de que el yihadismo impulsado por el IE comience a irradiar sus ataques en Asia Central, tomando en cuenta que miles de sus nuevos milicianos provienen de países como Uzbekistán, Kirguizistán, Tadyikistán, Kazajstán y Turkmenistán, polarizados por un cóctel explosivo trazado por el autoritarismo político, los intereses energéticos, la disparidad socioeconómica y la radicalización religiosa.

Este contexto abarcaría un corredor geopolíticamente estratégico establecido entre el Cáucaso y Asia Central, lo cual afectaría principalmente a países como Rusia, Irán, Afganistán, China, India y Pakistán, aumentando la sensación de una irradiación global de esta nueva “yihad”.

En este sentido, y con la pretensión de recrear el mítico Califato con un alcance cada vez más global, el EI y aparentemente en menor medida Al Qaeda, podrían estar trazando una nueva estrategia de actuación que desplazaría, reduciría o eventualmente integraría el margen de operatividad de movimientos islamistas radicales ya presentes en la región, en especial el Movimiento Islámico de Uzbekistán, los Talibanes afganos y paquistaníes, el Hizb-ub-Tahrir centroasiático y los Mujahiddines indios.

Fuentes de inteligencia indias han advertido que, desde noviembre pasado, Al Qaeda estaría sopesando la posibilidad de transformar a la India y el corredor del sureste asiático, en un centro de operaciones estratégico similar al que el EI utiliza en Siria e Irak. Para ello confía en la aparente concreción de intereses entre redes locales de Al Qaeda y del grupo yihadista indio Mujahiddines, los cuales estarían potenciando la posibilidad de abrir nuevos centros de operaciones hacia Pakistán, Birmania, Nepal, Afganistán e Indonesia, con la intención de recrear un Califato cuya presencia inquieta no sólo a los gobiernos sino a las demás comunidades religiosas, en especial budistas e hindúes.