En realidad, más allá de la tradicional retórica sobre la lucha contra la corrupción o los claroscuros de la reforma económica, incluso del aumento de los gastos militares o los mensajes belicosos hacia Taiwán, en la reunión de la Asamblea Popular China, el macroparlamento que reúne a casi tres mil diputados durante un par de semanas al año en el Gran Palacio del Pueblo de la capital china, lo único realmente novedoso es la apuesta por la reorientación del desarrollo económico, de las zonas costeras al interior del país.
Ciertamente, los desequilibrios regionales constituyen una de las principales debilidades estructurales de China. ¡Enriqueceos!, decía Deng Xiaoping, pero no todos han podido enriquecerse al mismo tiempo. En los últimos años, las disparidades regionales han aumentado vertiginosa y alarmantemente. Algunos distritos o aldeas de las zonas más desarrolladas (la zona costera del país, el 11% del territorio y donde se concentra el 30% de la población) producen más que toda una región autónoma del interior. La convergencia cada vez más acusada de las regiones costeras con los enclaves y países vecinos origina una clara y peligrosa polarización del desarrollo que tiende a extremarse.
La nueva orientación evita conscientemente los debates del pasado acerca del futuro de las zonas económicas especiales, las ventanas al exterior promovidas por Deng para captar y optimizar la inversión extranjera y que han servido de estímulo para el elevado desarrollo de las regiones costeras. Desde algunos sectores, no precisamente conservadores, se acusa a estos “oasis capitalistas” de ser la principal fuente de desequilibrios entre las provincias. Hu Angang, un economista formado en Yale, defiende desde hace años que su tiempo ha pasado y que los privilegios especiales de estas zonas francas deben dar paso a la innovación técnica y a la mejora de la calidad como principales mecanismos para alentar el crecimiento. Las zonas especiales favorecen a unas regiones en detrimento del conjunto y fomentan la insolidaridad, afirma. Al eludir ese debate, los dirigentes centrales admiten su incapacidad para reducir drásticamente el amplio poder ganado por los barones regionales, optando por la vieja táctica maoísta del asedio desde la periferia.
Zhu Rongji anuncia grandes obras de infraestructura para conseguir una “explotación a gran escala” de las regiones occidentales, un territorio que representa el 56% del total, en el que vive el 23% de la población y que posee más de la mitad de los recursos naturales del país. También más del 90% de la población pobre de China vive en estas regiones y gran parte de sus minorías nacionales. Habida cuenta de la pasión desarrollista de los dirigentes chinos y del escaso pudor de las empresas multinacionales, las tensiones medioambientales y demográficas pueden alcanzar niveles de paroxismo en los próximos años.