Tensiones diplomáticas entre Japón y la República Popular China
Un análisis de José Ruíz Andrés

La posibilidad de una guerra

El pasado como arma

            El pasado 14 de Mayo, Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Exteriores de la República  Popular China, expresó su oposición al intento de Japón de convertir 23 minas hulleras, astilleros y otras antiguas zonas industriales en patrimonio de la UNESCO. Los motivos para la oposición a una inocente, en principio, propuesta como es la conservación del patrimonio son de carácter histórico.

Apartados xeográficos China y el mundo chino
Idiomas Castelán

El pasado como arma

            El pasado 14 de Mayo, Hua Chunying, portavoz del Ministerio de Exteriores de la República  Popular China, expresó su oposición al intento de Japón de convertir 23 minas hulleras, astilleros y otras antiguas zonas industriales en patrimonio de la UNESCO. Los motivos para la oposición a una inocente, en principio, propuesta como es la conservación del patrimonio son de carácter histórico.

            Durante la  década de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, Japón se convirtió en una imparable máquina militar en expansión. Con el pretexto de la creación de una “esfera de co-prosperidad asiática”, el gobierno de Tokyo, con la actual familia imperial a la cabeza pero respaldada por los intereses de varios conglomerados económicos aún hoy existentes  (Fuji, Mitshubishi) fueron anexionando varios territorios a lo largo de toda la región de Asia-Pacífico. Esta expansión se hizo en la inmensa mayoría de los casos a través de terribles violaciones de los derechos humanos sobre la población civil y muy marcadamente en el actual territorio chino. En el llamado  “Holocausto Asiático”[1], el gobierno de Tokyo fue responsable de numerosos crímenes contra la humanidad: desde bombardeos sobre la población civil, utilización de armas químicas y biológicas sobre áreas urbanas, asesinatos masivos y violaciones de civiles o prisioneros de guerra, a la utilización de la población civil como esclavos (esclavitud laboral, forzados a trabajar para las explotaciones industriales japonesas en territorio chino o de esclavitud sexual en las llamadas “mujeres de confort” obligándolas a ejercer la prostitución para las fuerzas de invasión japonesas), así como la experimentación médica con prisioneros vivos.

            Pese a que tanto la República de China, en su día, como la República Popular China  normalizaron las relaciones hace muchos años, con la consiguiente condonación de las reparaciones de guerra por las que Japón debía indemnizar a China, siguen existiendo tensiones al respecto: por ejemplo, la ausencia en Japón de un examen crítico de su propio pasado reconociendo estos sucesos en sus libros de texto o el reconocimiento de ciertos crímenes cometidos por el ejército japonés especialmente polémicos como “las mujeres de confort”.  De igual manera, criminales de guerra enterrados en el templo de Yasukuni reciben homenajes por parte de máximas figuras políticas, como el propio Primer Ministro japonés Shinzo Abe.

            En este contexto, tanto el gobierno de Corea del Sur como el gobierno chino han calificado esta maniobra de un intento de distorsionar el pasado más vergonzoso de Japón. “El patrimonio de la humanidad debe promover la paz, como sostiene la Organizaciones de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) y la Convención Relacionada con la Protección del Patrimonio Cultural y Natural de la Humanidad”, declaraba Hua Chunying.

            La Gran Muralla de Arena

            Todas estas tensiones diplomático-culturales coinciden con un nuevo recrudecimiento a nivel político de las relaciones entre los dos países, después que el pasado mes de marzo se retomaran las conversaciones bilaterales de seguridad tras su suspensión en el año 2011 y el efímero diálogo entre Xi Jinping y Shinzo Abe tanto en Beijing (2014) como en Yakarta (2015).

            ¿Existe la posibilidad de una guerra? Si nos atenemos al Libro Blanco de la Política Exterior China y a la Constitución japonesa, una guerra entre China y Japón es imposible. En primer lugar, la constitución japonesa refleja que Japón renuncia a la violencia como método para hacer valer sus intereses exteriores, lo que significa que las actuales “Fuerzas de Auto-defensa”, cuya existencia ya resulta polémica dentro de las propias fronteras del país, no puede actuar más allá de las mismas. En segundo lugar, en el Libro Blanco de la política exterior china se establecen como intereses fundamentales e irrenunciables los siguientes: proteger el sistema político, preservar la soberanía territorial y proseguir con el desarrollo sostenido y estable de su economía y de su sociedad. La formulación por parte de Beijing del compromiso con un “Ascenso Pacífico” debería despejar todas las dudas.

            El problema mayor nos remite a las tensiones territoriales. El conflicto con Japón es el pequeño archipiélago Senkaku/Diaoyu (depende si utilizamos su nombre japonés o chino, respectivamente). Y a partir de aquí algunos datos preocupantes se acumulan. La República Popular China a la vez que aumenta su presupuesto de defensa en un 12,2% en el año 2014 decide crear una “Zona de Defensa de Identificación Aérea”. Las posturas diplomáticas de Beijing con respecto a sus límites marítimos son cada vez más intransigentes, ya que esta clase de problemas no los tiene solo con Japón sino también con Brunei, Vietnam, Filipinas, o Indonesia, principalmente. Aunque ha firmado importantes acuerdos de delimitación fronteriza en los últimos años, tiene casos pendientes tan importantes como el que le enfrenta a India. Mientras tanto, desde Japón, el gobierno de Shinzo Abe ha aprobado recientemente una nueva propuesta de seguridad que contempla a unas Fuerzas de Autodefensa con capacidad para operar en el extranjero (que seguramente será ratificada el próximo mes ante la mayoría absoluta del PLD) en el marco del nuevo acuerdo de seguridad establecido con EEUU tras la reciente visita de Abe a Washington.  

            A todo ello hay que sumar las acusaciones por parte de miembros del ejército norteamericano de que la RPCh ha comenzado a construir la llamada “Gran Muralla de Arena” en el Mar de China Meridional, añadiendo cemento y arena sobre varios arrecifes sumergidos bajo el Océano. El comandante de la Séptima Flota en el Pacífico recomienda a los países de ASEAN formar una fuerza marítima combinada para realizar patrullajes conjuntos en el Mar Meridional de China con participación japonesa. Estas declaraciones son calificadas por el gobierno chino como un intento de Estados Unidos de romper la estabilidad de la región.

            ¿Es todo economía?

            Los economistas tratan de calmar la situación desde su campo de estudio. Pronostican la imposibilidad de una guerra entre dos economías prácticamente complementarias e interdependientes. No obstante, estas tensiones también afectan a las relaciones económicas. Estados Unidos superó a China como principal exportador y las inversiones de Japón en el gigante asiático se redujeron hasta un 50 por ciento en el primer semestre de 2014, en beneficio, sobre todo, de los países de ASEAN.

            A todo ello hay que sumar la siguiente cuestión ¿Son capaces China y Japón de establecer una guerra entre ellas teniendo en cuenta el sentir de sus respectivas sociedades? Efectivamente, no sería la primera vez que estos dos países llegasen al enfrentamiento militar en los últimos cien años, y sin embargo hablamos hoy de sociedades tremendamente distintas a las de otro tiempo más o menos reciente. Pese a que el gobierno japonés es reticente al reconocimiento de su propio pasado y da pasos en pro del militarismo, la sociedad japonesa se encuentra profundamente divida al respecto del uso de la fuerza fuera de sus fronteras. De la misma manera, para un sistema de gobierno con serios problemas de legitimidad -principalmente entre las clases urbanas acomodadas pero también entre las clases populares que ven como “el sueño chino” no revierte en su propio beneficio- podría ser una arma de doble filo: un discurso de unidad en un escenario de victoria, pero un bache imposible de solventar en un escenario de derrota.

            Porque, sobre todo, hay que tener en cuenta que un conflicto China-Japón no sería una guerra librada a miles de kilómetros como la que puedan librar potencias imperialistas como Estados Unidos de América en Irak o Afganistán, sino que sería una guerra a las puertas de casa entre dos de los ejércitos más potentes del mundo y con capacidad nuclear -al menos declarada abiertamente por una de las partes-. La destrucción mutua estaría asegurada. Y todo ello presuponiendo la neutralidad de todas las demás potencias, lo que sería altamente improbable a la vista de lo acordado por Obama y Abe en abril último.

            En cualquier caso, ambos gobiernos parecen dispuestos a utilizar la posibilidad de una guerra como un instrumento en su propio beneficio, alimentando una serie de pasiones que posteriormente pueden ser muy difíciles de manejar.



[1]    Denominación acuñada por el historiador Lawrence Rees en su libro con el mismo título publicado por la editorial Crítica en el año 2009.