La aprobación de la ley anti-secesión por parte del Parlamento chino abre la primera crisis de signo legislativo en el estrecho de Taiwán. Acostumbrados al lenguaje de los ejercicios militares en momentos de tensión, no es mala señal que los diferentes puntos de vista se diriman en las respectivas instancias políticas. Ojalá que el estilo de Hu Jintao, aún enigmático a pesar del tiempo transcurrido al frente del Partido y del Estado, ponga el acento en el valor de la ley, por lo que supone de homologación política con Occidente pero también de alejamiento de la tradicional opacidad e imprevisibilidad que caracteriza el actuar de la elite dirigente continental.
En la iniciativa china cabe hablar de un triple mensaje. El primero, dirigido a los independentistas, pretende disipar posibles dudas respecto a la firmeza de la posición continental. El segundo, orientado al conjunto de la sociedad taiwanesa y al resto de la clase política de la isla, acota los términos del debate y señala los límites de la tolerancia por parte de Beijing. No hay grandes novedades en el contenido, más allá de la sistematización normativa de puntos de vista reflejados en numerosos documentos anteriores. Pero los destinatarios terceros de esta ley son aquellos actores que cuentan con poderosa influencia sobre Taiwán. Beijing ha expresado su condena del reciente pacto de seguridad EEUU-Japón que identifica la seguridad en el estrecho de Taiwán como un objetivo estratégico común. Lo que nos viene a decir Hu Jintao es que incluso siguiendo el ritual político propio del Occidente democrático, también la razón estará de su parte si, llegado el caso, decide actuar por la fuerza. En el fondo y en la forma.
Es oportuna la propuesta? Más bien no. Es consecuencia del primer mandato del presidente taiwanés Chen Shuibian y del temor a una radicalización en este su segundo y último período presidencial. La gestación de la ley se inició al confirmarse su triunfo en las elecciones presidenciales de marzo de 2004 y ante la hipótesis de contrarrestar una mayoría suficiente en el Legislativo para llevar adelante sus planes (cambio de nombre del país, una nueva Constitución, etc.) que reducirían el margen de maniobra de Beijing. Bien es verdad que a Chen no le ha salido completa la jugada, pero los coqueteos con la formación escindida del Kuomintang que lidera James Soong no acaban de calmar los temores de las autoridades continentales que confían en el efecto disuasorio de la ley como instrumento para frenar el giro soberanista de Chen Shuibian. Pero agrega un nuevo frente de discusión: en Taiwán se ha abierto ya el debate sobre la necesidad de revisar algunos preceptos de su Constitución para dejar en claro su voluntad de defender la integridad y soberanía de la isla.
No es probable que la aprobación de la ley incida en la evolución de los intercambios económicos y comerciales entre Taiwán y China, muy consolidados, si bien, puede enfriar el júbilo con que muchos chinos, de uno y otro lado del estrecho, han celebrado la fiesta de la primavera con sus vuelos directos, por primera vez desde 1949. De todos modos, el éxito de la experiencia de los vuelos directos; la debilidad política de Chen; la presencia continental en los funerales de quien fuera el artífice taiwanés del llamado Consenso de 1992, Koo Chen-Fu; o el envío a Beijing de un alto dirigente del KMT para establecer vuelos directos para el comercio, son factores y esfuerzos que empujan en otra dirección.