Todo está dispuesto en Beijing para conmemorar el sexagésimo aniversario de la fundación de la República Popular China. A la par de un vasto programa de actividades en todos los órdenes, sorprende la intensidad de la celebración, que alcanza todos los rincones de la ciudad, así como la obsesión por la seguridad, agravada tras los sucesos de Xinjiang, con un despliegue incluso superior al organizado con motivo de los JJOO de 2008.
A su regreso de las cumbres de la ONU y del G-20, Hu Jintao presidirá los actos de Tiananmen. La reunión de otoño del Comité Central, celebrada del 15 al 18 de septiembre, ha dado el tono de lo que será su discurso conmemorativo, en un momento en que se multiplican las alertas sobre las insuficiencias de la recuperación económica global y las dificultades propias, que desde la economía trascienden a la estabilidad social y política. La meta de crecimiento para este año (8%) parece alcanzable, después del incremento registrado en el segundo trimestre (7,9%), pero es consecuencia esencial de la fuerte dosis de inyección pública en la economía y no de la recuperación de su dinamismo intrinseco.
Cual es el mapa de esos desafíos? Destacaría los siguientes. En lo económico, lo primero es la crisis y sus efectos. A la vista de los datos de crecimiento en lo que va de año, el gobierno chino ha logrado capear el temporal, pero las autoridades insisten en que todo puede ser un mero espejismo si no se atajan los desequilibrios y problemas estructurales. Y eso nos lleva a lo segundo, el cambio en el modelo de desarrollo, que supone un enorme reto, solo equivalente a la transformación operada en la economía china al inicio de la reforma y apertura. En lo social, se trata de completar las innovaciones que Hu Jintao ha introducido desde 2005 en adelante, con especial énfasis en la mejora general de los servicios de salud, educación y otras pestaciones sociales. En lo político, destacan tres variables. Primera, las tensiones territoriales, con el protagonismo de nacionalidades minoritarias como la tibetana o la uigur, bien lejos de apaciguarse. Segunda, el control del proceso por parte del PCCh y su objetivo democratizador, cuyas aristas están aún por definir (en Nanjing se celebraron recientemente las primeras elecciones directas de los comités del partido en algunos barrios). Tercera, la transición a la quinta generación de dirigentes, con la mirada puesta en 2012, cuando Hu Jintao debe abandonar su cargo. En el plano exterior, con una agenda generosa y compleja, el asunto más delicado será como encarar la nueva diplomacia de Obama cuando parece instalarse una dinámica dual: todo sonrisas en el plano institucional, mientras se multiplican los palos en las ruedas en el día a día.
Las seis décadas transcurridas ilustran a las claras la senda de una transformación que con sus sombras y altibajos ha fortalecido las capacidades del país en todos los órdenes. El PCCh, principal artífice de ese cambio, vive en el centro del huracán, acaparando el reconocimiento por el éxito, pero ante el temor a ser victima de él. Los llamados a la lucha contra la corrupción son constantes porque su magnitud ha crecido exponencialmente en los últimos años y amenaza seriamente con dañar su credibilidad. Sorprende contemplar en la televisión china la multitud de series donde se da cuenta de los inmensos sacrificios realizados por los comunistas chinos para lograr llegar al 1 de octubre de 1949, y sorprende, sobre todo, porque los militantes del PCCh de hoy viven en las antípodas de tanta abnegación y cualquier signo de heroísmo en su trayectoria constituye una anécdota ausente.
El intento de reforzar la legitimidad de los actuales gobernantes con semejante discurso virtual puede, al contrario, exacerbar los ánimos, al constatar que sus herederos se han apropiado indebidamente de trayectorias bien alejadas de la voluntad de “servir al pueblo” que profesaban los protagonistas de la Larga Marcha y otros episodios épicos.
La triple representatividad ideada por Jiang Zemin para que el PCCh pudiera atraer a sus filas a los nuevos sectores sociales emergentes y la gangrena que asedia sus estructuras territoriales amenazan la identidad y naturaleza de un PCCh que insiste en mantener el control directo de las principales empresas y los principales sectores estratégicos de la economía nacional. Nadie sabe si el “desarrollo científico” que promueve Hu Jintao puede acabar diluyendo estas últimas fronteras.
Entre la protodemocracia y el neoautoritarismo, el populismo paternalista chino debate en torno a la construcción de su democracia, cuidando de evitar abrir flancos de debilidad que erosionen su poder, pero a sabiendas de que el inmovilismo es la peor de las soluciones posibles.