Finalizado el XVII Congreso del Partido Comunista (PCCh), Hu Jintao, reelegido para un segundo y último mandato, ha presentado en Beijing a los nuevos líderes. El retrato del Comité Permanente del Buró Político, el máximo órgano de poder en China, refleja un delicado y complejo equilibrio que contrasta con la unanimidad generada por el giro social y “científico” que Hu Jintao ha promovido en este evento. Las palabras, pues, no parecen ser el problema. Otra cosa es el poder.
Las lecturas que podemos hacer de la composición de la cúpula dirigente china son las siguientes. En primer lugar, se aprecia una clara continuidad, no solo por la renovada presencia de Hu Jintao o de Wen Jiabao, su primer ministro, figuras indiscutidas, sino, sobre todo, por la continuidad de Wu Bangguo, presidente del Parlamento, y de Jia Qinglin, presidente de la Conferencia Consultiva. Estas dos figuras estaban en cuestión por varios motivos. A los problemas de salud de Wu Bangguo, graves según algunas fuentes, se suman las sombras que pesan sobre Jia Qinglin, involucrado, a través de su esposa, en graves corruptelas en la provincia sureña de Fujian, tal como se ha denunciado en reiteradas ocasiones en la prensa hongkonesa, entre otras. La continuidad de ambas figuras refleja tanto el doble discurso existente en materia de lucha contra la corrupción como la persistente influencia de Jiang Zemin, el anterior secretario general, a quien ambos guardan fidelidad. En segundo lugar, entre los recién incorporados, sólo Li Keqiang, jefe del Partido en la provincia norteña de Liaoning, puede considerarse un afín a Hu, mientras que los otros tres presentan un perfil muy singular e individualizado. Zhou Yongkang, ministro del Interior, es el natural sucesor de Luo Gan, que podría representar al grupo conservador de Li Peng, e inclinarse a favor de Hu. Por el contrario, He Guoqiang, al frente del aparato del partido, sustituye en él a Zheng Qinghong, rival de Hu. Finalmente, si bien Li Changchun, responsable de ideología puede considerarse próximo a Hu Jintao, no está claro que pueda decirse lo mismo de Xi Jinping, una figura en ascenso que ha irrumpido con mucha fuerza desde el Comité Central al Comité Permanente, sin la escuela previa del Buró Político ““un recorrido similar al del propio Hu Jintao-, y que, de no haber cambios, deberá compaginar esta responsabilidad con la jefatura del PCCh en Shanghai. A Xi Jinping se le vincula más con Zeng Qinghong.
En suma, parece claro que Hu Jintao no avasalló. ¿No ha querido o no ha podido hacer más? Tan complejo panorama pudiera revelar algunas interpretaciones. De una parte, haciendo de la necesidad virtud, Hu Jintao habría optado por integrar las principales sensibilidades del universo partidario, evitando un escenario de confrontación y armonizando las diferentes familias o clanes, en coherencia con esa llamada a la “vigilancia” efectuada desde el Congreso ante los desafíos cruciales que se avecinan. De otra, dejando abierta su propia sucesión en 2012, que estaría en disputa entre dos figuras principales: Li Keqiang y Xi Jinping, cuestión que ahora no queda resuelta en modo alguno.
Con independencia de las tensiones internas, la nueva dirección china tendrá en su agenda algunos grandes asuntos. En primer lugar, la implementación del cambio de modelo de desarrollo, haciendo realidad el giro social y las cautelas ambientales anunciadas, pero también promoviendo el salto tecnológico que pueda hacer de China un país puntero en esta materia. Esa será la gran prioridad, con el objetivo puesto en sentar las bases de una sociedad más equilibrada y sostenible. En segundo término, en un nivel más reducido, explorar las vías y los mecanismos para avanzar en una democratización sui generis del régimen. Las sugerencias en este sentido han sido claras y constituyen la principal novedad político-discursiva del evento. Excluyendo la aplicación de un modelo occidental, los líderes chinos se aprestan a crear un modelo propio que será objeto de experimentación en el interior del Partido y en sus aledaños institucionales, unas veces primando elecciones más abiertas a diferentes niveles y en otros recabando la participación de personas independientes en la gestión de determinadas áreas del poder. Es posible, siendo optimistas, que, a medio plazo, ello pueda afectar a parcelas sensibles como la justicia, hoy claramente privada de su más elemental independencia, lo que haría más creíble, por ejemplo, el discurso anticorrupción de Hu Jintao, pero se ha excluido de forma taxativa cualquier modificación de la estrechísima relación existente entre el Partido y el Ejército.
“Democratizar China al estilo occidental no es una cura segura para todos los problemas de China”, asegura un comentario de la agencia oficial Xinhua. Si el PCCh ha logrado introducir el mercado en una economía rígida como la vigente en el maoísmo sin destruir el sistema político, porqué no podría introducir más libertad sin por ello poner en cuestión la preeminencia del PCCh?, se lee en otro. Así pues, siguiendo los ritmos propios de la política oriental, a la vuelta de diez años, apurando un poco el paso, podríamos imaginar los nuevos contornos de la reforma política que ambicionan realizar los actuales líderes chinos. Entonces Hu Jintao ya se habrá jubilado y una nueva generación habrá tomado el relevo.