¿Rebelde sin causa?

La reciente decisión del Parlamento chino de confiar directamente a Qian Qichen, ex-ministro de asuntos exteriores, los asuntos de Hong Kong, Macao y Taiwán, es bien indicativa de la importancia política que Formosa va a adquirir para China en los años venideros. A finales de 1999, Portugal devolverá Macao y será Taiwán la pieza que falte en el rompecabezas de la unificación del país. Reorientar las delicadas relaciones existentes entre ambos lados del Estrecho, practicamente rotas desde 1993, será una gran tarea, propicia para un experimentado y hábil diplomático. La designación de Qian Qichen quiere simbolizar igualmente el privilegio de la diplomacia en detrimento de una estrategia belicista que ya ha demostrado inequivocamente su ineficacia y peligros. La nueva orientación del régimen continental parece seguir al pie de la letra lo que Sun Tzu teorizó en su día como la innecesariedad del conflicto, empeñandose en demostrar ahora que ya no existen causas para la rebeldía de la isla.

Y es que en Beijing crece la preocupación por el futuro de Taiwán. Se sabe que las nuevas generaciones de taiwaneses se sienten cómodas en esta especie de Estado a medias y cada día que pasa se muestran menos favorables a las tesis reunificadoras. El mapa político de la isla, en acelerada mutación, refleja con claridad este hecho. El triunfo independentista en las elecciones municipales celebradas en noviembre último aumenta los temores a un resultado más adverso en las legislativas que deben tener lugar en este año. Paradójicamente, las mayores esperanzas del gobierno chino se centran en la improbable recuperación de su tradicional enemigo, el desgastado Kuomintang.

Actualmente China es el primer socio comercial de Taiwán; la integración económica entre ambos es cada vez mayor y el continente se observa además como un importante refugio en momentos como los actuales en que Formosa sufre también los efectos de la crisis de los mercados financieros asiáticos. A todo ello deben sumarse otros factores no estrictamente bilaterales: la normalidad que ha seguido a la retrocesión de Hong Kong o los progresivos gestos en materia de derechos y libertades públicas. El reclamo nacionalista y la seguridad de que China, una vez pactada la nueva dirigencia, puede ser más flexible en sus postulados, completarían los argumentos a favor del diálogo y la aproximación.

Pero para convencer a Taiwán, China deberá profundizar más en sus nuevos modos. Deberá demostrar con hechos que ya no equipara el problema de Taiwán al de Hong Kong o Macao y asumir que la naturaleza del problema es sustancialmente diferente al de los enclaves coloniales. No conviene olvidar que Taiwán cuenta con un Ejército y su propia diplomacia.

La reacción de Taipei a la ofensiva china, transitoriamente condicionada por las próximas elecciones legislativas, puede experimentar una moderada radicalización. Asi parece deducirse del anuncio de nuevas maniobras militares. Pero dificilmente podrá resistirse a las tendencias que predominan en el escenario internacional. Cuando de Irlanda a Corea las partes en litigio son capaces de sentarse a negociar resulta difícilmente explicable que entre las dos Chinas no se hayan restablecido siquiera los vínculos directos en los servicios postales, aéreos o de navegación.

Los contactos que ahora se reinician y la próxima visita de Bill Clinton a Beijing pueden hacer posible el giro deseado e incluso que muy pronto se produzca ese esperado encuentro entre Jiang Zemin y Lee Teng-hui.