Xaneiro do 2024, Terceiro Cumio do Sur en Kampala (Uganda)

Rigidez geopolítica y libertad de movimiento 

Durante los largos años de Guerra Fría el mundo estuvo dividido en bloques de rasgos precisos y tajantes. De un lado se encontraba la órbita que giraba en torno a Estados Unidos. Del otro la que lo hacía alrededor de la Unión Soviética. Entre estos dos sistemas de alianzas se erigió el Grupo de Países No Alineados. Apelando a la neutralidad, este último luchó por no ser engullido por la rivalidad entre las grandes potencias. Para ello, sus miembros recurrieron a estrategias variadas. La China de Mao, por ejemplo, atacó a ambas superpotencias por igual sobre la base de que ni Washington ni Moscú tendrían interés en desequilibrar la bipolaridad doblegando a China. El Egipto de Nasser, por el contrario, prefirió estimular la competencia entre las dos superpotencias para ver cual de ellas ofrecía mayores beneficios a su país. A la larga, sin embargo, los no alineados no escaparon a los imperativos de la alineación y sus países debieron acercarse a una u otra superpotencia como terminaron haciéndolo tanto China como Egipto a partir de 1972. 

Al interior del orden bipolar mismo, la disidencia fue siempre castigada. Hubo dos excepciones notables sin embargo. En la órbita soviética la Yugoslavia de Tito jugó activamente a la no alineación, sin recibir represalias significativas. En la órbita occidental, la Francia de Charles de Gaulle mantuvo una asertiva reivindicación de su autonomía de acción, forzando a Estados Unidos a soportar la piedra en el zapato que ello le representó. El rango histórico de Tito y de Gaulle, quienes habían jugado un papel protagónico durante la Segunda Guerra Mundial, posibilitó esta amplia latitud.    

En lo esencial, sin embargo, la mano dura de las superpotencias fue la regla. La CIA se encargó de propiciar golpes de Estado cada vez que un miembro de su órbita se mostraba demasiado independiente. Desde Arbenz a Allende y desde Sukarno a Mossadegh la lista en este sentido fue larga. Del otro lado de la barrera, la Doctrina Brézhnev dejó claro en los setenta que las tropas del Pacto de Varsovia se encargarían de mantener a raya cualquier disidencia dentro del bloque. Antes de ser formulada la misma, ya los soldados soviéticos habían suprimido violentamente las manifestaciones de Alemania Oriental en 1953 y las fuerzas del Pacto de Varsovia habían invadido a Hungría en 1956 y a Checoslovaquia en 1968. 

En nuestros días el entorno internacional se ha vuelto inmensamente más fluido. Ello, a pesar de que una nueva Guerra Fría ha tomado cuerpo entre China y Estados Unidos o de que la invasión de Rusia a Ucrania tornó a este país en un abierto contrincante de Occidente. Ello, a pesar de que un bloque revisionista en ascenso amenaza al orden internacional prevaleciente. Habiendo históricamente conformado el  “Patio Trasero” de Estados Unidos, América Latina disfruta de una absoluta libertad de acción en relación a China, país que se ha transformado en el primero o segundo segundo socio comercial de los países de la región. Al otro extremo del mundo, en el vecindario de China, varios de los países del Este Asiático mantienen un acercamiento “a la carta” con respecto a las superpotencias. Volcándose hacia Washington en la búsqueda de seguridad y hacia China en la de oportunidades económicas. 

Curiosamente, las acciones de Rusia en Ucrania no hicieron más que inyectar mayor fluidez al orden internacional. Diversos países cercanos a Estados Unidos, particularmente dentro del llamado Sur Global, se negaron a distanciarse de Moscú luego de la invasión. El caso de India fue quizás el más notorio. Aliado estrecho de Estados Unidos dentro del llamado “Quad”, opuesto a China, Nueva Delhi no hizo sino enfatizar sus vínculos con Rusia luego de la misma. Sus importantes requerimientos energéticos y las posibilidades de aumento de los envíos de petróleo ruso resultantes de las sanciones occidentales, hicieron que la India diese la espalda a Washington en relación a este tema. 

La fluidez del orden internacional fue la resultante del fin de la bipolaridad y del emerger de la globalización económica. El predominio de lo económico por sobre la geopolítica y la desaparición de los conflictos entre las grandes potencias, hicieron posible un orden internacional mucho más laxo. El opacamiento de la globalización y el regreso de la geopolítica por la puerta grande no han generado, sin embargo, un retorno hacia las concepciones tradicionales entre “aliados y adversarios”, que caracterizaron a la era bipolar. Muy por el contrario, a medida que avanza la rivalidad entre las grandes potencias, la fluidez se hace cada vez mayor y las alianzas “a la carta” se vuelven la norma. 

Dentro del Sur Global, ello constituye indudablemente la norma. Se trata, en efecto, de una curiosa combinación entre rigidez geopolítica y casi absoluta libertad de movimiento.