bandera confederada

Trump: Inmigración y “ansiedad de extinción blanca”

En 2015 se proyectaba que para 2050 la población de Estados Unidos alcanzaría 400 millones de habitantes, de la cual casi el 30%, alrededor de 112 millones, sería de origen hispano. En otras palabras, cerca de un tercio de su población tendría ascendencia hispanoamericana. Para ese momento el incremento hispano derivaba fundamentalmente de la mayor tasa de natalidad que se evidenciaba entre los ciudadanos estadounidenses de este origen. La misma era de 23% contra 7% para el conjunto de la población. En 2015, dos de cada tres hispanos en los Estados Unidos habían nacido allí y uno de cada cuatro nacimientos en ese país provenía de una pareja latina. (Idelise Malavé and Esti Giordani, Latino Stats: American Hispanics by the Numbers. New York: The New Press, 2015, p. 3). Es muy posible que el incremento de la inmigración ilegal proveniente de América Latina en estos últimos años, haya alterado al alza esas cifras. Sin embargo, ya para 2004 Samuel Huntington se refería a Estados Unidos como una sociedad bifurcada tanto en términos de lengua como de cultura. A su juicio, ello haría de este un país bilingüe y bicultural al estilo de Canadá o de Bélgica. (¿Quiénes Somos? Los Desafíos de la Identidad Nacional Estadounidense. Barcelona: Paidos, 2004, p. 45).
Liñas de investigación Relaciones Internacionales
Apartados xeográficos Estados Unidos
Palabras chave EEUU racismo

Los ciudadanos estadounidenses de origen hispano pueden trazar su origen a dos grupos: Descendientes de quienes cruzaron la frontera y descendientes de quienes fueron cruzados por la frontera. La historia de estos últimos es sin duda la más significativa, pues fue la resultante de las políticas expansionistas de Washington.

La guerra de 1845-1848 entre Estados Unidos y México, dictada por los apetitos de expansión territorial del primero, así como el Tratado Guadalupe Hidalgo que puso fin al conflicto, incrementaron sustancialmente el territorio estadounidense. California, Nuevo México, Nevada, Arizona y Colorado vinieron a agrandar la dimensión continental de Estados Unidos a expensas de México. Texas fue también absorbido, aún cuando en ese caso la iniciativa correspondió a los colonos estadounidenses que allí habitaban. En definitiva, una importante población mexicana fue cruzada por la frontera. Ello, para verse transformada en una ciudadanía de segunda categoría en un país que no era el suyo.

Bajo circunstancias distintas, también los habitantes de Puerto Rico fueron absorbidos por los Estados Unidos. Desde la década de 1860 un movimiento independentista dentro de esa isla pugnaba por librarse del yugo español. La separación de España, sin embargo, habría de materializarse por un camino no buscado y ciertamente no deseado. La guerra de 1898 entre España y Estados Unidos hizo que la isla se librase de una metrópolis colonial para caer en manos de otra. En 1917 la ciudadanía estadounidense fue ofrecida a los puertorriqueños por vía de la Ley Jones-Shafroth. Se trató, sin embargo, de una ciudadanía de segunda que no les permitía tener representación en el Congreso Federal ni, para ese momento, elegir tampoco a su Gobernador. Lo que si se les brindó fue la posibilidad de moverse libremente en territorio continental estadounidense. Fue así que cientos de miles de puertorriqueños pasaron allí, trayendo como resultado que el número de ellos en el Nueva York de nuestros días resulte mayor que el que habita en la isla misma. No obstante, al igual que en el caso anterior, los puertorriqueños no cruzaron la frontera, sino que simbólicamente fueron cruzados por ésta. 

Pero hubo los que si cruzaron la frontera. Estos se hicieron sentir por primera vez en tiempos de la Revolución Mexicana, cuando un millón de mexicanos emigraron a Estados Unidos huyendo de la guerra civil que asolaba a su país. A ellos se debió el gran empuje urbano evidenciado por Los Ángeles en la década de 1920. Esto, no sólo en términos de incremento poblacional, sin por haberles correspondido la construcción de las grandes infraestructuras de esa ciudad. Oleadas migratorias sucesivas, de entre las cuales destaca la cubana a partir de los años sesenta del siglo pasado, tuvieron también una importante significación. La mayor parte de la población hispana estadounidense es así descendiente de quienes en el pasado cruzaron la frontera o de quienes fueron involuntariamente cruzada por ésta. 

Es cierto que los actuales fuertes flujos migratorios provenientes del Sur están causando mucha zozobra en importantes sectores estadounidenses, particularmente dentro de la base del Partido Republicano. De allí el que, repitiendo el énfasis de su campaña de 2016, Donald Trump haya hecho de este tema un eje central de su actual campaña presidencial. Como propuesta para un nuevo mandato, Trump plantea medidas aún más radicales que las ya extremas e inhumanas que caracterizaron a su presidencia. Ello incluiría redadas, internamientos y deportaciones masivas.

Sin embargo, más allá del impacto de estos flujos migratorios, el exceso en la reacción dentro de las filas Republicanas pareciera responder a un fenómeno distinto: Las ansiedades resultantes del cambio en la configuración étnica en ese país. Hace unos años Brookings definía esta situación en los siguientes términos: “Lo cierto es que Trump está claramente capitalizando lo que el columnista del New York Times Charles Blow ha denominado como la ‘ansiedad de la extinción blanca’. Por primera vez desde que la Oficina del Censo ha venido publicando sus estadísticas anuales escribía William Frey, demógrafo asociado a Brookings, ‘se evidencia un absoluto declive en la población blanca…'”. (Andrew M. Perry, “Trump reveals ‘zero tolerance’ for democracy”, Brookings June 25, 2018). Esta “ansiedad” entra en consonancia con la teoría del “Gran Reemplazo”, la cual se popularizó hace algunos años en Francia entre los sectores de la ultra derecha. De acuerdo a la misma, el predominio de la población blanca iba camino a verse substituido por el de una mayoría musulmana.

Así las cosas, la migración proveniente del Sur de la frontera estadounidense ha venido a transformarse en el cordero propiciatorio del temor que sienten los blancos de extrema derecha, de verse convertidos en minoría dentro de su propio país. Esta sensación de fortaleza asediada que los embarga, y que sólo parcialmente puede ser atribuida a los flujos migratorios actuales, determina una sobre reacción que se focaliza en aquellos. Trump se ha encargado de que así sea.

Las proyecciones del censo en Estados Unidos prevén que en 2045, es decir dentro de veintiún años, se producirá el punto de inflexión. En ese momento, los blancos comprenderán el 49.7% de la población frente a un 51.3% distribuido de la siguiente manera: 24.6% de hispanos, 13.1% de negros, 7.9% de asiáticos y 3.8% de origen multiracial. De hecho, hasta 2060 la población blanca experimentara un declive sostenido, resultante de una tasa de decesos mayor que la tasa de natalidad. (William H. Frey, “The US will become “minority” white in 2045, Census projects”, Brookings, March 14, 2018).    

De lo que poco se habla en medio de este acalorado debate centrado única y erróneamente en la inmigración, es que, de no ser por la mayor tasa de natalidad de la población no blanca, particularmente la hispana, dicho país evidenciaría un envejecimiento notorio de su población. Ello colocaría a Estados Unidos ante una importante contracción de su componente humano en edad laboral.  Por el contrario, la capacidad de renovación generacional a la que tanto contribuyen los hispanos, representa la mayor ventaja comparativa que evidencia Estados Unidos frente a su principal rival estratégico: China. Mientras múltiples indicadores muestran a esta última como la nación de más rápido envejecimiento poblacional del planeta, Estados Unidos seguirá disponiendo por mucho tiempo de una población joven y pujante.