Trump: Jalando la leña al propio fuego

Los datos que confirman la polarización en la distribución de la riqueza en Estados Unidos hablan por sí solos.

La riqueza poseida por el 0,1% de arriba resulta igual a la del 90% de su población contada a partir de abajo (Angela Monaghan, “US Wealth inequality”, The Guardian, 13 November, 2014). Entre 2002 y 2007, el 1% de su población obtuvo los dos tercios de las ganancias resultantes del crecimiento económico del país durante ese período. Sin embargo, el porcentaje de beneficios obtenido por el 00,1% resultó superior a los dos tercios de lo que alcanzó ese 1%. Dicho 1% se encuentra constituido por 1,35 millones de hogares que disponen de un ingreso promedio anual de 1,12 millones de dólares, mientras que el 00,1% se encuentra representado por 14.588 familias cuyo ingreso anual supera los 11.477.000 dólares. Siguiendo esta misma ruta encontramos que la riqueza combinada de las cuatrocientas personas más acaudaladas de los Estados Unidos alcanzó a 2 billones (millón de millones) de dólares en 2013, habiéndose duplicado entre 2003 y esta última fecha. En 2010 los seis herederos de Sam Walton, el fundador de Walmart, poseían una riqueza combinada superior al 40% de la población estadounidense contada a partir de abajo (Erik Brynjolfsson and Andrew McAffe, The Second Machine Age, New York, 2014). No en balde, el grueso del consumo doméstico estadounidense es esencialmente sostenido por el 5% de su población más pudiente (Martin Ford, Rise of the Robots, New York, 2015).

Trump llegó a la Casa Blanca encarnando una cruzada poulista a favor del ciudadano olvidado. Específicamente de la clase blanca trabajadora, que ha resultado la más afectada por la inequitativa distribución de la riqueza citada. Esta se ha visto desplazada económica y socialmente por la externalización y  automatización de empleos y  por la desaparición de muchos de sus beneficios y derechos adquiridos. Más aún, Trump simbolizó la reacción de esa clase trabjadora frente al “establishment” del partido Republicano, quien ha sustentado a cabalidad las ideas y políticas que contribuyeron a moldear esa realidad.

En un importante libro, la reconocida periodista Jane Mayer explicaba cómo Charles y David Koch, dueños de la sexta y séptima fortunas mayores del mundo respectivamente, crearon en la más absoluta opacidad una agrupación dedicada al financiamiento y control del partido Republicano. Con fortunas combinadas que superan los 214 mil millones de dólares, los integrantes de ese grupo han venido propulsando por años las nociones de un gobierno limitado, de la drástica reducción de impuestos, de mínimos servicios sociales y de mínima supervisión para las actividades económicas. Objetivos en sintonía con su particular agenda patrimonial (Dark Money, New York, 2016). El que tales políticas hayan resultado fundamentales para que riqueza poseida por el 0,1% de arriba resulte igual a la del 90% de la población, no admite dudas.

La cruzada encabezada por Trump revirtió la tendencia evidenciada por tanto tiempo, según la cual los trabajadores de raza blanca votaban por políticos y políticas que iban a contracorriente de sus propios intereses. Paradoja ésta que quedó plasmada en un artículo sobre el Distrito Electoral de John Boehner, antiguo “Speaker” de la Cámara de Representantes estadounidense. En él se explicaba como un circuito electoral mayoritariamente de clase obrera eligió en diez ocasiones sucesivas a un Congresista cuyos votos e iniciativas se identificaban con el 1% más rico del país. ¿La razón? Los cofres de campaña de Boehner, siempre repletos, le permitieron una y otra vez ahogar en publicidad electoral a sus contrincantes (David Russel, “Why do blue-collar workers vote against their economic interests?”, The Hill, April 20, 2015). La estrategia secular del “establishment” Republicano no funcionó sin embargo en contra de Trump, a pesar de todo el dinero volcado sobre Bush y Rubio. Por el contrario fue Trump, quien al interpretar debidamente la rabia de los desplazados, supo alimentarla con su retórica.

Es por ello que la reforma impositiva adelantada por Trump, y que ha constituido su único logro legislativo tras un año de gobierno, resulta tan significativa. ¿Se ha beneficiado con ésta al ciudadano olvidado? No, nuevamente ganan los de arriba. El 1% de mayores ingresos obtiene una reducción del 20% en su carga tributaria, mientras que las corporaciones ven reducir sus impuestos del 35% al 21%. Para los sectores medios y de menores ingresos, los beneficios resultan mucho más tenues y de corta duración. El argumento justifictivo es que los ahorros impositivos obtenidos por lo que más tienen, se traducirá en la creación de nuevos empleos. No sólo la excusa de siempre, sino un planteamiento que contradice abiertamente la evidencia económica desde los tiempos de Reagan.

Sin actuar tras bambalinas, como los Koch, Trump el billonario también jaló la leña al propio fuego. Para el 0,1% de arriba nada ha cambiado.