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¿Una China hueca?

La ciudad de Dongguan, clic para aumentar
En la desarrollada Guangdong, por ejemplo, la carencia de mano de obra especializada para acometer el salto generacional que reclama su crecimiento, se cuenta por millones de efectivos que no pueden ser satisfechos por los campesinos que llegan del campo con muy baja o ninguna formación. (Foto: La ciudad de Dongguan, en la provincia de Guangdong, hace 15 años era un pobre y pequeño pueblo rural. ©Elantra).
 

La imagen internacional de China viene condicionada en los últimos años por su intenso desarrollo. Esa percepción se refuerza desde el exterior, a veces interesadamente y no siempre con justicia, con las alertas respecto de los hipotéticos peligros que ese crecimiento implica, tanto en términos económicos como militares. La China entendida como amenaza, comercial o militar, está al orden del día en algunos medios, con considerable poder e influencia.

Pero si nos atenemos sólo a los dígitos de crecimiento, creo que no llegamos a calibrar exactamente cuál es el momento actual que China atraviesa y podemos quedar cegados por el esplendor de las cifras, siempre enormes, ya sea de producción de todo tipo de artilugios de consumo, la fiebre constructora o el nivel de consumo de materias primas que debe adquirir en los mercados internacionales revolucionando precios y hasta economías locales.

La magnitud de los desafíos que China debe abordar en los próximos años son de gran significación y podríamos agruparlos en cinco aspectos. En primer lugar, en lo económico. El crecimiento es sólo una solución parcial. Sugiere nuevos problemas y a ellos se debe dar respuesta. Tres son los pilares esenciales del problema: el campo, la tecnología y la evolución hacia un nuevo modelo de desarrollo. Los tres deben encararse al mismo tiempo, al igual que los demás desafíos globales, de ahí lo complicado de la tarea. Como es bien sabido, la situación en el campo chino es difícil y por ello se ha planteado un giro copernicano en la reciente Asamblea Popular Nacional para lanzar un programa de grandes inversiones que pueda calmar los descontentos, tanto por las desigualdades sociales y desequilibrios respecto a la población urbana, como por la impotencia ante los abusos de poder de las autoridades locales. En el área tecnológica, pese a los avances y esfuerzos, a China le queda mucho tramo por recorrer para llegar a ser una potencia. El reciente escándalo del chip de Chen Jin, catedrático estrella de la Universidad Jiaotong de Shanghai, despedido por falsificar la investigación sobre el chip de computadora Hanxin, realizada con financiación estatal, pone de manifiesto la fragilidad del sistema educativo y de investigación en el país. Varios escándalos recientes en las principales universidades de China han generado preguntas sobre la supervisión de los académicos en instituciones de enseñanza superior. China estableció ahora una comisión especial para detectar los fraudes y los plagios en sus instituciones de enseñanza superior. Este conjunto de problemas no se soluciona de la noche a la mañana. Por último, el nuevo modelo de desarrollo, superando la actual fase de preeminencia del ensamblaje de productos y alentando procesos con un mayor valor añadido, se ha formulado en el ámbito teórico, pero la práctica es más compleja. En la desarrollada Guangdong, por ejemplo, la carencia de mano de obra especializada para acometer el salto generacional que reclama su crecimiento, se cuenta por millones de efectivos que no pueden ser satisfechos por los campesinos que llegan del campo con muy baja o ninguna formación.

En lo social, además de los habituales retos en materia de servicios sociales, que exigirán grandes inversiones y una profunda reorganización sistémica, conectando con el problema anterior, la educación es un asunto clave. El Consejo de Estado ha reclamado a las universidades que se centren más en mejorar los estándares de enseñanza que en aumentar el número de estudiantes. El primer ministro chino, Wen Jiabao, se ha comprometido a facilitar la formación de un ambiente académico innovador, justo y libre para los científicos chinos, en especial para los jóvenes. Pero, visto así, el problema parece cogido solo por los pelos.

En las ciudades, a caballo de una urbanización acelerada, crece una nueva generación de hijos de inmigrantes que demanda cauces para su integración, hoy limitadísima, y para poder disfrutar de la misma “libertad” que gozan otros. Como se ha demostrado en otros lugares, la falta de atención a estos colectivos se puede pagar mañana en forma de serios problemas de delincuencia.

En otro orden de cosas, a finales de 2005, los campesinos que viven en la absoluta pobreza, definida en el estándar chino por tener un ingreso neto anual per capita de menos de 683 yuanes (84 dólares), fue reducida a 23,65 millones, según las estadísticas oficiales. La población rural, con un ingreso anual per capita de entre 683 yuanes y 944 yuanes (alrededor de 115 dólares) fue de 40 millones, según las estadísticas. Otras cifras, hablan de cerca de 200 millones de personas. El programa de eliminación de la pobreza ha entrado en una etapa crítica y es extremadamente importante para que el país gane en cohesión.

El problema ambiental es mucho mayor de lo reconocido, y sus implicaciones económicas y sociales son indisimulables. Después de varios días con incendios incontrolados en un bosque virgen de las provincias de Hielongjiang y Mongolia interior, el gobierno central reclama mayor empeño de las autoridades locales en la extinción y decide crear una oficina para apoyar sus acciones. Es lo que más puede semejarse a la impotencia. El gobierno central formula, una tras otra, numerosas proclamas de igual signo: China va a cerrar en los próximos cinco años diez mil pequeñas minas de carbón; en el 2010, un 65% de las ciudades chinas disfrutarán de cielo azul y despejado en el 80% de los días al año; China reducirá su consumo de agua por unidad de PIB un 30% en 2010. Pero la autoridad sobre los jefes locales hoy no es la misma que hace décadas, cuando levantar un teléfono en Zhonnanghai era garantía de cumplimiento inmediato de una orden en cualquier lugar remoto de su vasto territorio.

Y ello nos conduce directamente a la política interna. El inmenso poder de ese PCCh que todo lo controla a través de una numerosa militancia y prácticas bien asentadas en la vida cotidiana, parece fragmentarse, sin embargo, en la gestión política. En el gobierno central se pueden dar muchos golpes en la mesa cuando se produce un accidente en una mina y fallecen decenas de trabajadores. Pero acaba negociando con las autoridades locales los mecanismos y las normas de actuación. Su poder se ha erosionado. Más aún cuando las bases de poder de las nuevas generaciones de líderes son más frágiles, debido a que no gozan ya de la legitimidad revolucionaria y el tiempo al frente de sus responsabilidades es más limitado, como mucho una década. Poco tiempo en China, lo que permite una mayor fragmentación de las fidelidades en la pirámide burocrática. Su autoridad, pues, tiene otro perfil y lo es menos.

Todo ello genera un hueco importante en la política china que no es fácil de llenar porque, el proyecto final, más allá de la permanente negativa a abordar una profunda democratización que legitime las nuevas autoridades, no está del todo definido. Pero el temor es grande. La fase actual de rápido y elevado desarrollo le permite ganar tiempo, pero necesita concebir un proyecto que trascienda el mal menor del neo confucianismo en boga, para ser capaz de gestionar los complejos contrastes y abismos interiores que habitan en la sociedad china de hoy.

¿Se puede llenar ese hueco desde el exterior? EEUU, Rusia, Asia Central, Europa, América Latina, África, todo el mundo está en el punto de mira de China, incrementando su influencia global mediante el protagonismo económico y la necesidad de acceder a materias primas y abrir mercados para sus productos o inversiones. Esa ruptura, ciertamente histórica, puede ayudar a hacer de China un país más permeable, facilitando una evolución interna que permita tomar en consideración un abanico mayor de soluciones a partir de las experiencias internacionales.

Son desafíos bien identificados pero no fáciles de abordar, tal como a veces se plantea, en breves periodos temporales. Acostumbrados a gobernar con una mano en la historia, China dispondrá de tiempo suficiente si la tradicional sumisión de buena parte de su sociedad no se ve alterada por la no menos tradicional tendencia a la rebelión.

China no es la URSS y la hipótesis de un colapso sistémico es solo una conjetura de difícil acomodo real, pero su proceso de desarrollo se halla a las puertas de un gran cambio que exigirá no solo un firme compromiso con la gestión de los nuevos problemas sino una inmensa generosidad, interna y externa, para que no decepcione ni a unos ni a otros.

Xulio Ríos (La InsigniaAIS, 01/06/2006; Altermundo.org03/06/2006)