Ser campesino en la China del megacrecimiento equivale aún a ser pobre. El campo sigue siendo el hogar de la mayoría de las personas de baja renta y pauperizadas según los estándares internacionales. | |
Más que la sesión en si, que no pasa de ser un hábito practicamente intranscendente en la vida política china, lo que importa de esta sesión del macroparlamento es el ambiente que la rodea.
Durante la fiesta de la primavera de este año, Hu Jintao viajó a Yenan, en la provincia de Shaanxi, en la que fue una importante base del Partido Comunista antes de tomar el poder. Allí pidió al gobierno local que apoyara más a los campesinos para que puedan beneficiarse de forma tangible del desarrollo. Ser campesino en la China del megacrecimiento equivale aún a ser pobre. El campo sigue siendo el hogar de la mayoría de las personas de baja renta y pauperizadas según los estándares internacionales. La visita a Yenan de Hu plantea un doble mensaje. De una parte, su Partido y su gobierno, aún coqueteando con los nuevos ricos y empresarios, no se olvida de su base social primera. De otra, este compromiso no es coyuntural, reviste un carácter sagrado, como lo fue la misión revolucionaria de aquellos dirigentes que habían acometido la Larga Marcha y que dieron lugar al llamado espíritu de Yenan. La década de Yenan sentó las bases del triunfo maoísta y esta vuelta de Hu a Yenan podría querer significar que también ahora el Partido Comunista hará lo imposible por triunfar sobre la adversidad, apoyando (y apoyándose) en los más débiles.
En China existe preocupación por la marcha de la reforma. No se trata del crecimiento, ni de las reservas de divisas, ni de los sacrosantos índices de la macroeconomía. Preocupa la situación social. La propia Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma, la principal instancia económica del gobierno, ha advertido que en las ciudades se agravará el problema del empleo. En 2006, se prevé una demanda de 25 millones de nuevos puestos de trabajo, de los cuales, la mitad, corresponderían a desempleados del sector estatal. La citada Comisión contempla la creación de un máximo de 11 millones de empleos en 2006. En el medio urbano, la tasa de pobreza es más alta que en el rural. La brecha de ingresos entre ricos y pobres en China se ha disparado a niveles alarmantes e inaceptables.
En octubre, el Partido Comunista aprobó las orientaciones esenciales del 11 Plan Quinquenal, precisamente orientado a reducir las disparidades y las desigualdades, contra los efectos perversos del crecimiento y para alcanzar una sociedad en armonía. Ello supone la habilitación de políticas activas en materias básicas como la salud, la educación, la seguridad en el trabajo, la vivienda, las nuevas pobrezas, etc., y un compromiso, en todos los niveles del poder, para poner freno a las tendencias negativas que están en el origen del considerable aumento de los conflictos. Según fuentes oficiales, las acciones de protesta en China aumentaron casi el 20 por ciento en 2005.
La lectura política que se hace en el entorno de Hu implica una doble crítica. En primer lugar, a su antecesor, Jiang Zemin, que en su larga década de reinado (casi tres lustros) descuidó de forma absoluta la demanda de una mayor justicia social. Primero eficacia, después justicia, se repetía hasta la saciedad. El crecimiento lo arreglaría todo. Jiang Zemin temía que pudieran surgir problemas con la nueva clase empresarial emergente, y por ello dio su apoyo a la teoría de las tres representaciones, para dar cabida en el Partido a quienes bien pudieran tener la tentación de construir plataformas rivales. Pero, finalmente, el problema no parece surgir de las filas empresariales, sino de la inmensa masa de descontentos que anhela beneficiarse del crecimiento y recibe con creciente indignación las manifestaciones de corrupción y los abusos.
Pero la crítica no se acaba ahí. Estamos en el primer ajuste de cuentas con Deng Xiaoping, el padre de la reforma china. Deng, se dice ahora, no tuvo en cuenta tampoco, a pesar de su afinado cálculo e inteligencia, la enorme magnitud de los desequilibrios generados por su política. Enriqueceos, decía, a sabiendas de que unos lo harían antes que otros y que no todos podrían hacerlo al mismo tiempo, pero infravaloró las consecuencias y no dispuso a tiempo los mecanismos correctores necesarios.
La magnitud de la transformación china es verdaderamente colosal. En los últimos años, más de 200 millones de personas han emigrado del campo a las ciudades y ello ha generado un sinfín de problemas nuevos que hasta el momento no han encontrado solución adecuada. Esa carencia está animando la autoorganización de los afectados que ante la inexistencia de posibilidades legales, optan por una combinación de protesta abierta y creación de empresas de servicios parasindicales. En el campo, según las últimas estimaciones, quedan unos 750 millones de personas, que serán 600 millones hacia 2030. China no puede resistir otro proceso similar al vivido en los pasados veinticinco años sin caminar con las dos piernas, como decía Mao, atendiendo solo al crecimiento y descuidando la justicia social. Por eso, Mao es aún recordado con afecto en el campo chino, mientras que Deng provoca más indiferencia y escaso entusiasmo.
Los calculados gestos de Hu Jintao evidencian que es consciente de la delicada situación que vive la reforma y que debe actuar con urgencia para contener el descontento. El problema es que para muchos no es ya tiempo de gestos y de buenas palabras, sino de acciones decididas. ¿Saldrán de estas sesiones del Parlamento chino? Por desgracia, poco pueden hacer sus señorías al respecto.