Os episodios de confrontación son diversos e permanentes. Fonte: Xinhua

Correlación de poder entre las superpotencias

Para mediados de 2021 las tendencias de correlación de poder entre China y Estados Unidos parecían favorecer al primero. Aunque este último llevaba aún la delantera, todo indicaba que el régimen de Pekín descontaba la distancia a pasos agigantados. A comienzos de 2023, sin embargo, Estados Unidos ha consolidado la delantera y las tendencias de correlación de poder estarían decantándose a su favor. ¿Qué ocurrió durante este corto espacio de tiempo?
Apartados xeográficos China e o mundo chinês

Hace año y medio China parecía exhibir ventajas importantes. Entre ellas, las siguientes. Un manejo del Covid que aparentaba ser muy eficiente. Una alianza estratégica con Rusia que proyectaba la impresión de conjugar la fortaleza de los dos grandes autoritarismos revisionistas del mundo y de colocar a Estados Unidos a la defensiva. Meridiana claridad de objetivos estratégicos, con el año 2049 como fecha trazada para alcanzar la primacía. Subordinación del estamento militar chino al mando civil del partido y de su líder primigenio, con lo que se lograba resolver una de las grandes vulnerabilidades de su sistema. En síntesis, la eficiencia, el sentido de propósito y la iniciativa estratégica parecían inclinarse claramente a su favor.

El sólo ejemplo del manejo del Covid aparentaba decirlo todo. Con mil cuatrocientos millones de habitantes la contención del coronavirus, por parte de ese país, se igualaba a la de Singapur, país de apenas seis millones de ciudadanos y cuya característica principal es la eficiencia. Para mediados de junio del 2021 un millardo de personas habían sido vacunadas, lo que representaba cerca del 40% de las 2,5 millardos de dosis aplicadas globalmente para ese momento. El número de muertos era de apenas unos pocos miles. En contraste, para finales de mayo del 2021, Estados Unidos con sólo 4% de la población global había alcanzado al 25% de las muertes mundiales causadas por el coronavirus. Los muertos que para ese momento eran 600.000, no tardarían en llegar al millón. Frente a la disciplina social evidenciada por China, Estados Unidos daba un vergonzoso espectáculo de anarquía colectiva y de falta de respeto hacia la ciencia, con 47% de los Republicanos y 29% de los Demócratas rehusando a vacunarse para julio de 2021. Más aún, el rechazo al uso de mascaras o su disposición a usarlas adquiría características de duelo cultural entre Republicanos y Demócratas, con estados controlados por los primeros como Florida y Texas, prohibiendo el mandato al uso de máscaras en las escuelas en medio de la fase más virulenta de la variante Delta (Alfredo Toro Hardy, America’s Two Cold Wars. London: Palgrave Macmillan, 2022).

Sin embargo, el tema Covid era apenas una de las tantas manifestaciones de disfuncionalidad y de falta de credibilidad que evidenciaba Estados Unidos. La polarización y la conflictividad social extremas mostrada en la fase álgida de la pandemia se extendía a las más diversas expresiones de la vida colectiva. Los valores de la democracia liberal, esencia de su sistema, estaban bajo el asedio de un poderoso movimiento populista. También la ciencia, la razón y hasta el reconocimiento objetivo de los hechos se encontraban amenazados por este último. Problemas endémicos no resueltos, herencia de la Revolución Reagan que negaba injerencia al Estado en la solución de las grandes necesidades colectivas, parecían haberse tornado no resolubles. La credibilidad de Estados Unidos por ante sus aliados alcanzaba un mínimo histórico, lo que a la vez se proyectaba sobre los organismos de seguridad colectiva liderados por ese país, como era el caso de la OTAN. Los esfuerzos de Biden por reconstituir alianzas y sentido de liderazgo se veían gravemente afectados ante la posibilidad de que, en pocos años, Trump se encontrase de regreso en la Casa Blanca. El descalabro evidenciado en el retiro de Afganistán tampoco ayudó en este sentido. En síntesis, Estados Unidos parecía haber perdido la brújula, la cohesión social y la capacidad para liderar a sus aliados.

Nuevamente, un ejemplo explicaba las carencias acumuladas por el país: El estado decrépito de sus infraestructuras. En su reporte cuadrienal de 2009, la Sociedad de Ingenieros Civiles de Estados Unidos calificó a las infraestructuras del país con una abismal categoría D. Ello incluía D en aviación, C en ferrocarriles y vías férreas, D en autopistas y carreteras y D en energía. El reporte cuadrienal de dicha asociación de 2021 mostraba apenas una leve mejoría, llevando la calificación a la categoría C menos. En 2020, dieciocho millones de estadounidenses carecían de acceso a Internet, con decenas de millones adicionales no teniendo acceso a servicios de Internet de calidad. No en balde, mientras Estados Unidos calificaba como número 23 en el ranking mundial de infraestructuras, China alcanzaba el primer lugar. Mientras el segundo invertía 9% de su PIB en desarrollo de infraestructuras, el primero invertía apenas el 2,4% (Alfredo Toro Hardy, obra citada). El problema de sus infraestructuras parecía resultar crónico, con intento tras intento por resolverlo viéndose frustrado por bloqueos inter partidistas en el Congreso.

A comienzos de 2023 la situación, como señalábamos, es otra muy distinta. ¿Porqué? Una concatenación de circunstancias domésticas e internacionales cobraron forma durante ese año y medio, alterando los términos de la correlación de poder entre ambos países. Entre dichas circunstancias destacaban las siguientes.

En primer lugar, la claridad estratégica doméstica de Biden, su experiencia en el manejo del Congreso y su convicción de que sólo fortaleciéndose en el plano interno el país podrá país asumir el reto de su rivalidad con China. A pesar de tener que luchar palmo a palmo contra una oposición que difícilmente daba tregua y negociar interminablemente con dos senadores Demócratas que la mayor parte de las veces tampoco la daban, Biden logro materializar un conjunto de leyes transformacionales. Entre éstas, la Ley de Inversión en Infraestructuras y Empleos, la Ley de Ciencia y Superconductores y la Ley de Reducción de la Inflación. Juntas, estas posibilitan una inversión gubernamental de un billón (millón de millones) de dólares en la modernización económica y la reindustrialización del país, incluyendo la consolidación de su liderazgo tecnológico, la actualización de sus infraestructuras y la reconversión energética hacia la energía limpia. Los estímulos que dichas leyes entrañan habrán de traducirse de gigantescas inversiones privadas. De hecho, la sola Ley de Ciencia y Superconductores ha dado ya pie a anuncios de inversión que exceden a los 100 millardos de dólares.

En segundo lugar, las elecciones de mitad de período en Estados Unidos demostraron la fortaleza de su sistema democrático, al dar evidencias de que que era posible depurar, por vía de los votos, los peores excesos y amenazas al mismo. Frente a un poderoso movimiento populista que alimenta la insurgencia anti sistema azuzando la rabia, los temores y el alejamiento de la realidad de una población obrera y rural blanca, económicamente castigada y en proceso de contracción numérica, se demostró la capacidad de respuesta de los valores liberales. Al hacer de estos valores un componente central de su mensaje de campaña (al cual se unió el tema del derecho al aborto), los Demócratas asumieron un alto riesgo. Sobre todo, porque en el otro bando los Republicanos esgrimían el tema de la inseguridad económica como un poderoso mazo. La inesperada fuerza del voto Demócrata, a contracorriente de lo que es usual esperar en las elecciones de mitad de período, demostró la importancia que la mayoría de los estadounidenses asignan a la pervivencia de la democracia liberal. Mas aún, todos los candidatos a gobernadores o senadores que negaban los resultados de las pasadas elecciones presidenciales, fueron castigados en las urnas. Ello desmontó los temores que se tenían con respecto a la fragilidad creciente de la democracia en ese país.

En tercer lugar, la invasión rusa a Ucrania y la clara y firme respuesta estadounidense frente a la misma, tuvo importantes implicaciones. Mientras lo primero demostró a sus aliados que el liderazgo estadounidense seguía resultando imprescindible, lo segundo hizo palpable que Washington disponía de la determinación y de la capacidad para ejercer el mismo. Estados Unidos ha liderado en la respuesta a la guerra, en la articulación de las alianzas y la revitalización de la OTAN, en las sanciones a Rusia y en la organización de la ayuda a Ucrania. Ha sido, a la vez, la principal fuente de apoyo en equipos militares e inteligencia a ese país, decidiendo, a cada paso, que tipo de armamento debe o no deber ser suministrado a Kiev. En síntesis, ante aliados que ponían en duda la credibilidad estadounidense y la viabilidad de la OTAN, Washington ha emergido como la potencia indispensable.

En cuarto lugar, y como extensión de lo anterior, las alianzas estadounidenses en Asia se han expandido y fortalecido. Ello, pues la invasión a Ucrania puso de manifiesto el regreso de la geopolítica por la puerta grande, haciendo patentes los riesgos que China les representa en su propio escenario. Pero, a la vez, porque hizo evidente que sólo el paraguas protector brindado por un Washington crecido ante sus ojos como resultado de lo que ocurre en Europa, podía contener a China. Esto último, desde luego, ha sido alimentado por la pugnacidad y la prepotencia crecientes de China en su propia parte del mundo. Entre las manifestaciones de este fortalecimiento de las alianzas podrían citarse las siguientes. El llamado Quad, que integra a Estados Unidos, Japón, Australia e India, ha cobrado nueva energía y una cumbre de sus primeros mandatarios tuvo lugar en Estados Unidos bajo el auspicio de este país. Australia, Reino Unido y Estados Unidos crearon una alianza estratégica militar denominada AUKUS. En función de la misma, Washington y Londres dotarán de submarinos nucleares y de tecnología de propulsión nuclear a Australia. En 2022, los presidentes o primeros ministros de Corea del Sur, Japón, Australia y Nueva Zelanda se sumaron por primera vez en la historia a una Cumbre de la OTAN, simbolizando con ello el propósito común de hacer frente a los retos de seguridad planteados por China y Rusia. En las primeras semanas de este año, el Secretario General de la OTAN visitó Tokio y Seúl en señal de la importancia que dicha organización otorga a las amenazas que estos confrontan. Japón acordó duplicar su presupuesto militar llevándolo al 2 por ciento de su PIB, lo que hará de este el tercer país con mayores gastos militares, detrás de Estados Unidos y China. A la vez, Japón y Estados Unidos establecieron un comando combinado de sus fuerzas militares y acordaron la conformación conjunta de un regimiento de litoral marino dotado de modernas baterías misilísticas anti navíos. Filipinas no sólo renovó su tratado de cooperación defensiva con Washington, el cual había expirado en 2016, sino que anunció que brindaría acceso a fuerzas militares estadounidenses en cuatro localidades del país a ser definidas. En pocas palabras, el liderazgo estadounidense se ha consolidado también en Asia.

En quinto lugar, lo que se percibía como un potente bloque geopolítico en conformación entre Rusia y China, ha terminado por convertirse en una rémora para China. En efecto, la conjugación de poder de estos dos regímenes autoritarios y revisionistas del orden internacional parecía colocar a Estados Unidos en una posición defensiva, argumentándose que Washington nunca ha debido dejar que las cosas llegasen a este punto. Es decir, que lo sensato hubiese debido tender puentes tempranos a Rusia para evitar que se coaligara con China. Al momento actual, sin embargo, Rusia se ha evidenciado como un gigante con pies de barro y el respaldo tácito brindado a esta nación por parte de China le ha alienado a Europa, afectando de manera significativa los importantes vínculos y proyectos que buscaba desarrollar allí. Más aún, la ha colocado a contracorriente de la OTAN, propiciando el involucramiento de esta organización en su propio vecindario. Rehusándose a utilizar el término “invasión” al referirse a las acciones de Rusia en Ucrania, repitiendo la línea argumental rusa acerca de la responsabilidad primordial de la OTAN en el estallido del conflicto, absteniéndose de criticar a Rusia en la ONU, y declarando la amistad “sin límites ” entre ambos países poco antes de la invasión, Pekín ha pasado a ser visto en Europa como connivente a las acciones de Moscú. Un aliado débil ha pasado así a generarle la animosidad de Europa y de la OTAN.

En sexto lugar, la política del Cero Covid que inicialmente se presentó como un signo de extraordinaria eficiencia en el manejo de la pandemia, terminó demostrando su rotundo fracaso. La inflexibilidad mostrada durante tanto tiempo en relación a la aplicación de ésta, aún frente a la evidencia en contrario de sus méritos, produjo una drástica desaceleración del crecimiento económico chino, fracturó sus cadenas de suministro y condujo a una crisis de su comercio internacional. Antes de la pandemia el país contaba con 44 millones de pequeñas empresas que representaban el 98% de todas las compañías registradas y que empleaban al 80% de la fuerza laboral no estatal. Los cierres impuestos por la política de Cero Covid y la carencia de una ayuda financiera directa que paliara su impacto, devastaron a estas empresas (Mixin Pei, “China’s Pro-Growth Happy Talk”, Project Syndicate, January 24, 2023). Más aún, el impacto sobre sus cadenas de suministro internacionales ha llevado a los países desarrollados de Occidente a plantearse la necesidad de regresar a casa o cerca de casa, muchos de los procesos productivos externalizados a China. Por lo demás, la alta calidad de las vacunas anti Covid estadounidenses pasó a contrastar con las deficiencias de las chinas, a lo cual se unió la racionalidad y proporcionalidad de la política de la Administración Biden frente al coronavirus, a desemejanza de la terca insistencia en el error que caracterizó a la de Xi Jinping.

En séptimo lugar, los efectos de lo anterior, unidos a la constatación del impacto tenido por las rígidas políticas controladoras chinas sobre el sector de la alta tecnología, así como la obsesión por la seguridad a expensas de la economía, alejan a China de la posibilidad de desplazar a Estados Unidos de la primacía económica. Valga recordar, en este último sentido, que ninguno de los 7 miembros del Comité Permanente o de los 24 miembros del Comité Central, elegidos recientemente en el Vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino, posee experiencia económica. Era creencia generalizada que para comienzos de la próxima década, China superaría al PIB de Estados Unidos medido en términos absolutos. Más aún, algunos economistas pronosticaban que, para mediados de siglo, el PIB chino podía llegar a triplicar al estadounidense. Los estimados, no obstante, han cambiado. Se habla ahora de que la economía china deberá esperar hasta el 2060, en la mejor de las circunstancias, para desplazar a la estadounidense. Un retraso de treinta años (R. Sharma, “China’s economy will not overtake the US until 2060, if ever”, Financial Times, October 23, 2022). Mientras tanto, la economía estadounidense evidencia el regreso a casa de multitud de procesos productivos que habían sido externalizados a China y a otros países de mano de obra barata. De acuerdo a la más reciente encuesta anual de la prestigiosa plataforma ThomasNet, de las 709 grandes empresas manufactureras consultadas, 83% respondió que muy probablemente o probablemente regresarían sus actividades de producción a Estados Unidos. A ello se unen multitud de corporaciones extranjeras que desean beneficiarse de los incentivos derivados de las leyes económicas aprobadas en estos últimos dos años. Entre las empresas que en fecha reciente ha anunciado gigantescas inversiones en Estados Unidos, se encontrarían Intel, GM, Ford, U.S. Steel, TSMC, Toyota, Samsung o Micron Technology (Jackie Doherty and Ed Yardeni, “Onshoring: Back to the USA”, Yardeni Research, February 5, 2022).

En síntesis, las tendencias de correlación de poder entre China y Estados Unidos han sido revertidas a favor de este último. ¿Se trata de un logro consistente? ¿Puede asumirse que este viento a las espaldas de Estados Unidos se mantendrá? En lo absoluto. El forcejeo por la primacía entre ambas superpotencias resulta, por su propia naturaleza, altamente dinámico. En él influyen malas políticas y errores de cálculo, así como aciertos políticos y buen tino. Influyen también, de manera fundamental, la marcha de los eventos y la capacidad de respuesta frente a los mismos. Más allá del peso que puedan asumir las ventajas y los problemas estructurales en ambos países, está la manera en que estos son manejados. Todo ello conforma un proceso en movimiento permanente. La rectificación en marcha de un grupo de políticas equivocadas por parte de China, bien podría producir resultados favorables y fortalecer su posición. A la inversa, un eventual retorno a la Casa Blanca de Trump o la llegada a ésta de un alter ego suyo más joven, podría afectar o fracturar políticas domésticas y alianzas internacionales, dando un giro desfavorable a su actual posición. Como bien diría Heráclito, todo fluye, nada es permanente.