A dos minutos y medio del fin de los tiempos

Cuando los creadores de la primera bomba atómica se vieron confrontados a los terribles efectos de su invención, señalaron que el reloj del día del juicio final había comenzado a moverse inexorablemente hacia la medianoche de la humanidad. Pocos años después la Unión Soviética detonó su primera bomba atómica pareciendo hacer de esa afirmación una profecía inescapable. De hecho algunos de los planteamientos del estamento militar estadounidense y las nociones prevalecientes en la Unión Soviética, así lo hicieron temer.

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Cuando los creadores de la primera bomba atómica se vieron confrontados a los terribles efectos de su invención, señalaron que el reloj del día del juicio final había comenzado a moverse inexorablemente hacia la medianoche de la humanidad. Pocos años después la Unión Soviética detonó su primera bomba atómica pareciendo hacer de esa afirmación una profecía inescapable. De hecho algunos de los planteamientos del estamento militar estadounidense y las nociones prevalecientes en la Unión Soviética, así lo hicieron temer.

 A finales de los cuarenta del siglo pasado el General Curtis Le May planteó la idea de lanzar un ataque nuclear preventivo contra noventa ciudades soviéticas. Ello con el fin de neutralizar el peligro de ese país antes de que accediera a armamento nuclear. Durante la Guerra de Corea el General Douglas MacArthur proyectó aniquilar con bombas atómicas a las fuerzas chinas y crear un cordón protector de desechos radiactivos a lo largo de la frontera chino-coreana. En ambos casos, sin embargo,  el rechazo del estamento político resultó tajante. También del lado soviético el riesgo fue grande. Sólo al final de su vida Stalin aceptó la noción de la coexistencia pacífica con Occidente, desechando la idea del “conflicto inevitable” que hasta entonces había mantenido.

Sin embargo nada acercó tanto a la humanidad al riesgo de una extinción nuclear como la Crisis de los Mísiles en Cuba en octubre de 1962. Durante trece días Washington y Moscú estuvieron enfrascados en una competencia de voluntades que pudo haberse escapado de control en más de una oportunidad. Afortunadamente tanto Kennedy como Khrushchev, que tuvieron en sus manos el manejo de la crisis, guardaron sintonía con aquellas palabras pronunciadas por De Gaulle en 1960: “Tras una guerra nuclear, las dos partes no tendrían gobiernos, ni leyes, ni ciudades, ni cunas, ni tumbas”.  

            Curiosamente este equilibrio del terror se tradujo en un largo período de paz. Desde luego, en función de esta rivalidad la humanidad se vio enfrentada a más de seiscientas guerras y a dos millones de muertos, así como a la creación del mayor arsenal de armas de destrucción masiva de la historia. Sin embargo, ello no hace sino destacar la efectividad misma del sistema bipolar, el cual a pesar de tantas oportunidades de confrontación directa entre las superpotencias logró evitar una Tercera Guerra Mundial.

 El listado de ocasiones en que ello pudo suceder habla por sí sólo: Corea 1950; Berlín 1948, 1953, 1958-1959 y 1961; Hungría 1956; El incidente del avión U-2 en 1960; la crisis de los misiles cubanos en 1962; Checoslovaquia 1968; la guerra del Yom Kippur en 1973; Afganistán 1979 y Polonia 1981. En definitiva la destrucción recíproca asegurada mantuvo bajo control las dos vías a través de las cuales generalmente se desemboca en un conflicto: la escalada y la creencia de que es posible ganar.

            A partir de 1998 una situación similar, pero a escala menor, se instaló en el Sur de Asia. Ese año India hizo detonar cinco bombas atómicas, lo cual fue prontamente seguido por el estallido de otras seis por parte de Pakistán. Al generar una carrera armamentista nuclear estos dos países, que desde su independencia han estado enfrascados en serios diferendos territoriales, pasaron a hacerse rehenes del principio de la destrucción recíproca asegurada. Al absolutizar la capacidad de daño recíproco trazaron una delgada línea de separación entre la racionalidad y la extinción. A comienzos de 2002 ambos parecieron a punto de traspasar esa línea.

            Lo cierto es que en 1945 un grupo de científicos que habían participado en el Proyecto Manhattan, que produjo la primera bomba atómica, fundaron en la Universidad de Chicago la iniciativa del Reloj del Día del Juicio Final. Desde entonces el mismo es figurativamente movido hacia adelante o hacia atrás en función del incremento o disminución del riesgo de una conflagración nuclear. Desde 2007 otros riesgos de potencial apocalíptico fueron incluidos en la ecuación, destacando allí el Cambio Climático. Entre los actuales promotores de esta iniciativa, estructurada a través del llamado Boletín de Científicos Atómicos, se encuentran 15 ganadores del Nobel y científicos del más alto nivel como Stephen Hawking.

            En 2017 las agujas del Reloj del Día del Juicio Final fueron movidas a dos minutos y medio de la medianoche final. Es el punto más cercano a la extinción en la que se ha encontrado el mismo desde tiempos álgidos de la Guerra Fría. Diversos elementos determinaron esta decisión: las declaraciones de Trump de aumentar significativamente el arsenal nuclear de sus país y sus designaciones a cargos vinculados al Cambio Climático; los desarrollos de armamento nuclear ruso; los avances nucleares y misilísticos Norcoreanos y el incremento de los arsenales nucleares de India y Pakistán. Tomando en cuenta que en 1991 las agujas se encontraban a 17 minutos de la medianoche y que sólo en 1953 estuvieron  más cerca que ahora, el frio entra en el cuerpo.