América Latina y su génesis humana

            Bolívar definió a la población iberoamericana como “una suerte de pequeño género humano”, aludiendo a la diversidad de sus fuentes y nutrientes. Ibéricos, amerindios y africanos confluirían, en diversa proporción de acuerdo a la geografía regional, a configurar a ese ser humano.

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            Bolívar definió a la población iberoamericana como “una suerte de pequeño género humano”, aludiendo a la diversidad de sus fuentes y nutrientes. Ibéricos, amerindios y africanos confluirían, en diversa proporción de acuerdo a la geografía regional, a configurar a ese ser humano.

            Españoles y portugueses conformaron el componente europeo primigenio. Se trataba de las dos nacionalidades más próximas del viejo continente. Ambas compartían no sólo el mismo espacio peninsular sino también una historia en común. La suya fue una civilización marcada por la coexistencia física y la fusión de culturas con griegos, fenicios, cartagineses, romanos y germanos. Durante los seis siglos en los que Roma ejerció dominio sobre sus tierras, formaron parte de una misma provincia: Hispania. De este período deriva su adscripción a la cultura occidental. Pero luego compartirían, a la vez, una ocupación musulmana prolongada por siglos así como una lucha de reconquista contra el invasor.

            No obstante, mientras la reconquista finalizó en 1249 para los portugueses, la misma se prolongó hasta 1492 para los españoles. Ello habría de tener consecuencias importantes de cara a la aproximación a la empresa americana. Para comienzos del siglo XIII Portugal era junto a Navarra, Aragón y Castilla uno de los cuatro reinos que compartían la Península Ibérica. Sin embargo mientras los tres últimos confluyeron en uno sólo, España, Portugal seguiría su propio rumbo.

            Quiso el destino que Colón se topase con el Nuevo Mundo el mismo año en que España concluía su larga guerra de reconquista. Ello hizo que el espíritu de misión que había animado a esta última se trasladase allende el Océano, dando continuidad a un esfuerzo que llevaba ya ocho siglos en pie. Ningún otro reino europeo sin ese sentido de militancia bélica y religiosa, hubiese tenido la capacidad para acometer la empresa americana con tal energía. En apenas 50 años España se encontró en control de aquel gigantesco y desmesurado espacio físico, luego de haber fundado núcleos poblacionales a todo lo largo y ancho del mismo. Portugal apenas si dio forma a un grupo de enclaves comerciales en las costas de Brasil en el doble de tiempo. Habiendo concluido su guerra de reconquista 243 años antes que España, Portugal había volcado sus energías hacia la exploración marina y el comercio, definiendo así otros objetivos y prioridades.

En el Nuevo Mundo ambos pueblos ibéricos habrían de toparse con una raza humana desconocida. ¿Quiénes eran aquellos seres poseedores de una cosmogonía y de un sentido de valores y creencias totalmente extraños? De acuerdo a la narrativa académica tradicional se trataba de poblaciones llegadas de Asia durante el período de glaciación. Ello dio lugar a una ruta transitable entre lo que son hoy Rusia y Alaska por vía del Estrecho de Bering. Citando nuevas evidencias, sin embargo, el historiador Felipe Fernández-Armestó señala que Asia y América estuvieron físicamente interconectadas por un período de hasta 60.000 años que acabó 10.000 años atrás.

            Como fuese, al momento del arribo ibérico a América ésta se encontraba dividida en polos societarios que abarcaban desde cazadores nómadas hasta civilizaciones tan complejas y desarrolladas como las del Viejo Mundo. Estas últimas, localizadas en Mezo América y los Andes, resultaron curiosamente las más vulnerables al impacto conquistador. Su alta centralización permitió doblegar al cuerpo social entero a partir del dominio de sus cúspides.

            Nunca antes la subyugación a civilizaciones preexistentes resultó tan extrema como en este caso. La sumisión exigida a los vencidos entrañó la destrucción de sus ciudades, templos y códices, así como el abandono de sus dioses y creencias. Por vía de la encomienda y de la mita, así como de las capitanías o donatarías en el caso de Brasil, se redujo a la servidumbre a una población otrora altiva. Por si fuera poco, los virus traídos de Europa redujeron a cerca de 12% del total inicial a una población indígena que para 1500 se estimaba entre 30 y 40 millones de habitantes.

            Las duras exigencias del trabajo en las plantaciones tropicales, motivaron la traída de esclavos de África. Situados en el nivel más bajo de la escala social, éstos fueron también los más sufridos. Capturados como animales en sus tierras, transportados en condiciones infrahumanas al otro lado del Atlántico, separados de sus grupos originarios al momento de su llegada para facilitar su aculturación, éstos perdían no sólo el derecho a su idioma sino a toda continuidad con su sistema de creencias. Las llamadas raíces culturales africanas no fueron el producto de una importación directa, sino una creación afroamericana autóctona a partir de recuerdos trasmitidos de una generación a otra.

            El proceso anterior condujo a la aculturación y a la fusión racial, pero también al claro predominio social, político y cultural de la élite blanca. De hecho, desde el momento de su origen como concepto nuestra parte del mundo estuvo dominada por una visión eurocéntrica. Trascendida la colonia e iniciada la vida independiente, nuestra historia estuvo signada por matrices culturales occidentales que buscaron asociarnos a Europa y a Estados Unidos, dando la espalda a una fusión de razas que siempre se visualizó como un fardo a nuestras posibilidades de desarrollo. Cierto, figuras como Simón Bolívar, Andrés Bello o José Martí buscaron enfatizar una especificidad iberoamericana identificada con la diversidad de nuestra conformación racial, sin embargo las suyas fueron voces solitarias. No fue sino hasta el triunfo de la Revolución Mexicana, ya entrado el siglo XX, que por primera vez un Estado Latinoamericano revalorizó abiertamente al mestizaje. Comenzó a partir de ese momento un difícil forcejeo que aún no ha concluido, con manifestaciones australes de claro rechazo a la noción de mestizaje.