China plantea convertirse en veinte años en una gran potencia espacial. Hoy no se trata de dar la vuelta a la Tierra emitiendo el himno “Oriente es rojo”, como hizo en 1971 con su primer satélite. El actual pragmatismo de los dirigentes chinos pone el énfasis en otros aspectos que eclipsan lo ideológico hasta niveles entonces insospechados.
El programa en curso tiene tres dimensiones principales: política, económica y militar. En lo político, se trata de una expresión del nuevo status del país, que le asegura una posición relevante en el mundo del siglo XXI. Conviene, en cualquier caso, resaltar la relativa moderación propagandística con que los dirigentes chinos abordan el tratamiento del programa, a sabiendas de las dificultades que aún debe encarar. Un somero repaso a las tragedias y pérdidas registradas por otros países, aconseja mucha prudencia, aunque la dirigencia china se esfuerce por señalar que su país hoy se encuentra al mismo nivel que otros. Fuente de prestigio, el programa espacial puede experimentar reveses. Que la nueva misión se produzca después del pleno de otoño del Comité Central, sirve para reforzar la asociación entre los éxitos del país y la afirmación del liderazgo del Partido Comunista.
En lo económico, el éxito de los vuelos tripulados y demás aspectos del programa, sugiere igualmente la mejora de la confianza en las tecnologías chinas, abriendo su participación a mayores requerimientos en la puesta en órbita de satélites de terceros países y reforzando sus posiciones en una competencia internacional, en la que su nivel tecnológico actual aún necesita experimentar una fuerte transformación y acreditar mayor solidez.
En lo militar, los programas espaciales presentan múltiples utilidades, tanto en materia de telecomunicaciones, armas de precisión, observación meteorológica, sistemas espaciales militares, etc. Existe una fuerte presencia de los militares en el programa y este aspecto constituye una de sus variables más importantes.
Los cuestionamientos sobre el costo y los méritos de esta iniciativa parecen opacados por la euforia del momento, pero el gobierno chino deberá sopesar sus otras necesidades, más aún cuando los retos sociales exigirán una profunda transformación de la maquinaria pública, claramente deficiente.
Con este nuevo paso, el programa espacial chino tiene cada vez menos de simbólico y más de real apuesta por afirmarse como un gigante de la tecnología. Entre sus objetivos se encuentra el envío de una misión tripulada a la Luna en menos de una década y la construcción de una estación espacial independiente en 2020. Pero el mensaje esencial es su apuesta por la soberanía nacional. China ha rechazado en el pasado los ofrecimientos de Rusia para integrarse en su política espacial, optando por desarrollar su propia estrategia, destacando en todo momento que la preparación de los taikonautas y todos los equipos a bordo son de fabricación nacional. Ese empeño indica a las claras su rechazo a involucrarse en redes de dependencia externa que puedan condicionar sus políticas. Y esa apuesta es la que puede hacer de China un auténtico poder en el siglo XXI.