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Colombia: el arrase de Uribe

 Ãlvaro Uribe Vélez e Hugo Chávez Frías, clic para aumentar
Aunque diametralmente opuestos en cuanto ideología y objetivos políticos, los fenómenos de Uribe y Chávez han transformado radicalmente el panorama político en sus respectivos países. Ambos conocen de sobra que sus apoyos políticos corresponden, principalmente, a factores ligados a su personalidad, ideas y movimientos políticos. De allí las identificaciones electorales y populares con el "uribismo" y el "chavismo". (Foto: Uribe y Chávez se saludan durante una cumbre colombo-venezolana en el Palacio de Miraflores, en Caracas, el 15 de febrero de 2005).
 

La aparición de movimientos y liderazgos antisistema parece marcar una sólida presencia en la política latinoamericana contemporánea. Como Hugo Chávez en Venezuela, así merece analizar el caso de Álvaro Uribe Vélez en Colombia. Un presidente que, sin basar su liderazgo en una fuerte impronta carismática, hace de su personalidad un fuerte activo político, al menos legitimado electoralmente en las urnas.

El arrase electoral del "uribismo" en las elecciones legislativas colombianas del pasado domingo 12 deja tres conclusiones con fuertes repercusiones a mediano plazo, principalmente de cara a las elecciones presidenciales del próximo 28 de mayo. El primero, que Uribe y sus partidos políticos afines (la U, Cambio Radical y un resucitado Partido Conservador) vienen a ocupar el espacio político tradicionalmente en manos de los principales partidos históricos colombianos, el Liberal, Conservador y un variopinto conglomerado de partidos de izquierda, hoy reunificados bajo el Polo Democrático.

La sola presencia de Uribe como principal activo electoral y el aún mayor viraje a la derecha en la política colombiana ratifican también la aparición de nuevas formaciones minoritarias, con escasos meses de vida y algunas de ellas de dudosa procedencia. Son los casos de formaciones con nombres tan variados como Equipo Colombia, Alas, Colombia Viva o Convergencia Ciudadana.

Estos partidos minoritarios vienen a romper el tradicional esquema bipolar entre liberales y conservadores, históricamente hegemónico en Colombia. Curiosamente, un escenario similar (aunque radicalmente opuesto desde la perspectiva ideológica y política) se ha venido presentando con el vecino Chávez en Venezuela.

En Bogotá, cuyo gobierno es el principal aliado regional de Washington (lo cual, en la actual coyuntura regional, no constituye exactamente un escenario favorable para ningún candidato), el presidente Uribe parece querer marcar una nueva era política. Pero la identificación de algunos de estos movimientos con su personalidad arroja mayores incógnitas cuando se analice qué sucedería en caso de que el presidente ya no esté en el escenario.

Dos retos: la abstención y los paramilitares

Una segunda conclusión, cuyo impacto aún está por verse en la próxima convocatoria electoral de mayo, lo constituye la alta abstención (más del 60%), así como la cantidad de votos en blanco y anulados. Sólo un 32% de los colombianos acudió a votar para otorgar a Uribe un control casi absoluto tanto en el Congreso de los Diputados como en el Senado.

Más que el miedo a la violencia o la apatía ciudadana, la abstención también puede reflejar un cansancio político electoral, traducido en ausencia de programas y alternativas creíbles. Días antes de las elecciones legislativas, la guerrilla de las FARC venía realizando llamamientos a la abstención, así como desatando una renovada campaña de ataques militares, a fin de dañar la estrategia de "seguridad democrática" impuesta por Uribe desde el 2002. Tuvo éxito en el primer aspecto pero puede que fracase rotundamente en el segundo. Paradójicamente, mientras más se active la violencia (y tomando en cuenta que la guerrilla del ELN está inmersa en un proceso de negociación con el gobierno que se lleva a cabo en Cuba), las FARC parecen reforzar aún más a Uribe en el palacio presidencial de la Casa de Nariño.

La tercera conclusión obedece a la estrategia que Uribe ha venido implementando sobre la pacificación del conflicto armado, principalmente de cara a los grupos paramilitares desarmados y reinsertados en la vida civil y política. La polémica participación de varios de estos líderes paramilitares en listas electorales de los nuevos partidos, algunos de ellos con escaso éxito, constituye un arma de doble filo para la estrategia oficial.

Si bien Uribe logró la desactivación y desmovilización de varios grupos paramilitares, las ONGs de derechos humanos y varias asociaciones civiles de víctimas del conflicto armado han criticado al presidente por su laxitud con varios paramilitares, cuyos juicios habrían sido el camino más legítimo, a tenor de los crímenes cometidos, con las implicaciones en cuanto al alto precio político que Uribe podía pagar con ello.

A pesar de la purga militar impuesta por Uribe hace un mes, al conocerse las denuncias de torturas en cárceles colombianas y la conexión de algunos miembros de las Fuerzas Armadas con estos grupos paramilitares, Uribe arriesga con esta movida parte de su capital político. Con esta estrategia de "desarme por reinserción", ¿logrará Uribe en Colombia un efecto similar al ejemplo irlandés del Sinn Fein y el IRA? No hay que olvidar que al propio presidente se le acusa en el pasado, cuando fue gobernador por el departamento de Antioquia, de defender grupos paramilitares a través de organizaciones civiles como las Convivir.

Hacia el 2010

Dejando de lado cierta merma en su popularidad, el endémico problema del desempleo y la siempre presente inseguridad personal, Uribe camina sólidamente hacia un nuevo período presidencial, una vez lograra a finales del año pasado que el Tribunal Constitucional aprobara la fórmula de la reelección, pieza básica en el proceso de reforma política constitucional impulsada por él mismo.

Es casi un hecho que, en primera o segunda vuelta, Uribe seguirá en la presidencia cuatro años más, hasta el 2010, y eso se debe, en buena parte, a la efectividad y popularidad atribuida a su política de "seguridad democrática", a pesar de sus perniciosos efectos en materia de derechos humanos. Del mismo modo, la mayor parte de los colombianos aprecian la estabilidad económica, a pesar de los elevados índices de desigualdad.

Pero un segundo período requerirá una mayor activación de la negociación política, principalmente de cara a la guerrilla, así como alejar la tentación autoritaria que supone, para algunos políticos, el alcanzar una mayoría absoluta . Resulta evidente que Uribe busca la derrota militar de las FARC que le lleve a una salida política manejable al conflicto armado colombiano.

Con un Congreso y Senado abrumadoramente a su favor, Uribe apenas tendrá contrapesos políticos, lo cual deja efectos preocupantes para la evolución democrática no sólo de Colombia sino del panorama regional.