Contamos con China

La no celebración de los Juegos Olímpicos del 2008 en Beijing en nada beneficiaría la causa de la mejora de los derechos humanos en China. A sensu contrario, parece evidente que una decisión favorable a la candidatura de la capital china por parte del Comité Olímpico Internacional podría favorecer una mayor integración de la gran potencia emergente en la realidad internacional. No se puede, ni se debe, arrinconar a China. Con sus dirigentes es más útil y eficaz apostar por el diálogo de culturas y civilizatorio que por la pura y simple condena y la subsiguiente imposición. La apuesta por Beijing podría abrir un nuevo capítulo, la reconciliación vía deportiva, y pasar página de lamentables episodios recientes como el bombardeo de la legación de Belgrado o el incidente aéreo sobre las aguas del mar de China meridional.

También es verdad que la consecución de los Juegos supone un respaldo a los dirigentes del país en esa peculiar carrera contra reloj, iniciada con el desmantelamiento de la URSS, para garantizar la supervivencia de los fundamentos esenciales del sistema. Con la aplicación audaz de la política de reformas y apertura han sabido ganar tiempo y mantener una senda de crecimiento y de bienestar social impensable en otras latitudes. Hoy día, cuando asedian los problemas sociales, y cierta sensación de acoso agobia la reforma, muy especialmente por el alarmante crecimiento del desempleo y el descontento en el campo, inyectar confianza en China es apostar por un futuro estable, un futuro lleno de contenidos de integración y por aquellas fuerzas internas que confían en ese proyecto de transformación gradual de las estructuras del país. Es imposible que en un santiamén evolucionemos del deporte a una democracia de corte occidental (tampoco necesariamente con las reglas del mercado y bien que se aceptan), pero contar con China puede relajar tensiones y facilitar diálogos que de otra forma se podrían resentir.

En el ámbito interno, la elección de Beijing para celebrar los Juegos consagra el final de un mandato mediocre, el de Jiang Zemin, muy ceremonioso pero políticamente inoperante para despejar las principales incógnitas del futuro inmediato de China. Los Juegos en Beijing simbolizarían esa apuesta por un escenario de entendimiento e integración que dificilmente podrían obviar los llamados a asumir proximamente el relevo en las cúpulas del poder.

En la estación balnearia de Beidahe, donde acostumbran a reunirse los principales dirigentes del país antes de reanudar el nuevo curso político, esta vez habrá celebración y es probable que el tradicional té se sustituya entonces por el élixir mágico del polémico Ma Junren que tantos éxitos ha proporcionado a los deportistas chinos en los últimos años.