La globalización y la alta tecnología han estimulado el surgimiento de una oligarquía mundial del capital, un auténtico club de los amos del mundo. El mismo desafía la esencia de la gobernabilidad democrática.
La globalización y la alta tecnología han estimulado el surgimiento de una oligarquía mundial del capital, un auténtico club de los amos del mundo. El mismo desafía la esencia de la gobernabilidad democrática.
Nunca antes las corporaciones multinacionales habían alcanzado su dimensión actual. Tal como refería Noreena Hertz en su obra The Silent Takeover, publicada en 2001, de las cien mayores economías del mundo, cuarenta y nueve eran estados-naciones y cincuenta y uno corporaciones multinacionales. Desde entonces la balanza se ha inclinado cada vez más en la dirección de estas últimas, gracias entre otras cosas a un proceso sistemático de megafusiones empresariales. De hecho, en un reporte del Foro Económico Mundial del 19 de octubre de 2016, firmado por Joe Myers, se señalaba que de las 100 mayores entidades económicas del mundo 69 eran corporaciones y sólo 31 estados-naciones. Para ese momento, Walmert constituía la décima economía mundial.
Dichas mega corporaciones tienden a ser controladas con mano firme. Hace varias décadas Galbraith desarrolló su teoría de la evolución corporativa, según la cual las empresas habían pasado del liderazgo carismático de sus fundadores a aburridos directorios tecnocráticos. Ello no se corresponde a la realidad actual, donde figuras de inmensa fuerza como Jeff Bezos, Warren Buffet, Larry Page, Carlos Slim, Mark Zuckerberg, Rubert Murdoch, Amancio Ortega, Larry Ellison o Bernard Arnault, dominan sin cortapisas sus emporios económicos. Ello responde al hecho, documentado por el censo 2013 de billonarios (mil millonarios) de Wealth-X y UBS, donde se señalaba que el 60 por ciento de éstos eran “self-made men” que virtualmente habían creado sus empresas de la nada.
Pero junto al valor de las empresas que controlan se encuentra la fortuna personal de estas figuras. De acuerdo a la misma encuesta de Wealth-X y de la banca UBS, en 2013 la fortuna combinada de las 2.170 personas que hoy pasan de los mil millones de dólares es de 6.5 millón de millones de dólares. Es decir, más que el PIB de Japón o más que los de Alemania y Francia juntos. De acuerdo a un Reporte de Forbes de marzo 2017, para ese momento habían 2.043 billonarios con una riqueza combinada de 7.6 millón de millones de dólares, lo que era más que la riqueza combinada de 152 países.
Esos grandes líderes corporativos no sólo suelen compartir un mismo código de valores sino que tienden a reunirse frecuentemente. Sus valores son aquellos que dan sustento a la globalización. Los espacios donde se reúnen van desde los de naturaleza abierta como el Foro Económico Mundial hasta agrupaciones reservadas como Bilderberg o la Comisión Trilateral. Según Bruno Cardeñosa: “Estos grupos pretenden gestar una red de mando que no se vea afectada por el `capricho´de turno de los ciudadanos” (El Gobierno Invisible, Madrid, 2007).
Lo anterior se traduce en una conectividad que ha llegado a ser cuantificada económicamente. En palabras de Tyler Durden: “De acuerdo a (la publicación) Wealth-X las conexiones entre los billonarios del mundo equivale a un círculo social cuyo valor combinado asciende a 33 millón de millones de dólares, es decir, el doble que el PIB de Estados Unidos” (“The World 2170 billionaires control $33 trillion in net worth”, Zero Hedge, 23 November, 2013).
La conjunción entre el gigantesco poder económico de las grandes corporaciones, el liderazgo carismático sobre las mismas y la fortuna personal de quienes las controlan, la presencia de un código de valores compartidos, la existencia de un marco asociativo común y la conectividad derivada de ese marco asociativo, se traducen un poder inconmensurable. No es exagerado hablar, por tanto, de los amos del mundo. Ello ha conducido a lo que el historiador John Pocock ha calificado como la subordinación de las comunidades soberanas de ciudadanos al poder del dinero.
Curiosamente algunos de estos amos han decido descender del Olimpo para medirse con los simples mortales. Ello ha implicado abandonar el mundo de la opacidad para someterse al conteo de los votos y al escrutinio público. Entre éstos cabría citar a Silvio Berlusconi en Italia, a Thaksin Shinawatra en Tailandia, a Rafic Hariri en Líbano, a Sebastián Piñera en Chile o al propio Donald Trump, quienes cedieron a la tentación del poder político.
Ahora Mike Bloomberg, quien con una fortuna personal de 35 millardos de dólares constituye el noveno hombre más rico de Estados Unidos, acaba de lanzarse a la contienda por la nominación presidencial Demócrata. El tener que pasar por tribulaciones públicas es algo que sin duda no se le ocurre a los hermanos Koch quienes tras bambalinas controlaron por años al partido Repúblicano, financiando las carreras políticas de quienes debían dar la batalla por ellos. Es la manera en que procede la inmensa mayoría de los miembros de este selecto club. En definitiva, el mismo controla parte fundamental de la ecuación política y económica global mientras vende la ilusión democrática a las masas del mundo.