Dos sesiones, tres agendas

Las sesiones parlamentarias marcan el inicio de la anualidad política china. Por añadidura, este año adquieren la tonalidad de un pre-congreso a la vista de la celebración el próximo otoño de un nuevo cónclave del Partido Comunista de China (PCCh) en una de las mayores encrucijadas históricas del proceso de reforma.

Los ritos al uso conviven en estos foros con una relativa y progresiva relajación de las formas con el propósito de mostrar cierto dinamismo en el fosilizado esquema de la cima del sistema político, ciertamente muy alejado aun de las innovaciones experimentales promovidas en los últimos años en otros segmentos institucionales, especialmente en el campo. En sus contenidos, en apenas dos semanas, debe haber tiempo para abordar todos y cada uno de los grandes retos que asedian la agenda oficial, prestando atención especial al calendario económico, no tanto porque haya sido siempre así en virtud de la naturaleza esencial del proceso chino como a resultas del agravamiento de los impactos de la crisis global en su economía. De todo ello, sin más posibilidad que una crítica constructiva, debe resultar una sintonía que movilice en una misma dirección al conjunto de todo ese engranaje institucional que aglutina a varios millones de personas instaladas en los diversos escalones de la geografía burocrática del país.

Las encuestas previas realizadas por algunos medios de comunicación han destacado el contenido de la agenda que más preocupa a los ciudadanos chinos: el bienestar social, las desigualdades, la corrupción, el empleo…, denotando una desconfianza creciente respecto a la capacidad de los dirigentes políticos de aportar soluciones efectivas a dichos problemas. Pese a las promesas de “armonía” y las políticas auspiciadas para corregir los profundos desequilibrios del país, su persistencia y la sensación de cierto bloqueo anida en el imaginario social.

Entre la oficial y la social ha terciado la agenda del Banco Mundial. A finales de febrero presentó en Beijing una batería de propuestas que desautorizan en buena medida la estrategia diseñada por las autoridades chinas para el próximo lustro, aprobada en las sesiones de 2011. Estas recomendaciones intensificarán un debate que trasciende a las dos sesiones y que tendrá su reflejo en el congreso de otoño. En suma, se trata de optar entre la profundización del actual modelo basado en una economía mixta con absoluta preeminencia del poder público en los sectores estratégicos o avanzar hacia una mayor homologación con las economías occidentales que han adelgazado lo público hasta niveles inverosímiles a favor de los mercados.

Las tres agendas deben confluir en una atmósfera enrarecida y marcada por hechos recientes no aclarados como el affaire del vicealcalde de Chongqing Wang Lijun y sus impactos en la carrera política del miembro del Buró Político Bo Xilai, quien deshoja la margarita de su ingreso o no en el máximo sanedrín del PCCh, y tendencias de incierto fondo como el alcance del repunte maoísta que tiñe de rojo debates de significación en la política china relacionados con la orientación de las reformas democráticas, los valores sociales o el modelo de desarrollo.

A las vicisitudes internas hay que sumar el agravamiento de los diferendos exteriores. Las tensiones con Estados Unidos han dado un giro de difícil gestión tras su anunciado regreso a Asia. El encaje global de una potencia de las dimensiones de China a las puertas de convertirse en la primera potencia económica del planeta sugiere retos de difícil acomodación frente a un mundo desarrollado que multiplica por igual sus exigencias y desconfianzas. La diplomacia china encara una inevitable transformación cualitativa para anticiparse a las crisis y desactivar las fuentes de conflicto.

Para Hu Jintao y Wen Jiabao, los dos principales referentes de la China de la última década, esta es su penúltima cita parlamentaria. Tras su relevo en la cúpula del PCCh en otoño, el próximo año deberán abandonar sus cargos. Sus posicionamientos adoptan el formato de un legado testamentario que en los últimos tiempos parece haberse bifurcado. El reparto de funciones ha derivado en una expresión de matices próxima al desentendimiento que lleva a Wen a insistir en la urgencia de adoptar reformas políticas y a Hu a poner el acento en el blindaje de las señas de identidad de una China que se resiste a dejar de serlo.