El incremento de la religiosidad en China. Factores y consecuencias

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Resumen

El resurgir del sentimiento religioso en China se ha convertido en un fenómeno nacional. De acuerdo con los datos de una encuesta de la East China Normal University, en 2007 se declaraban religiosos el 31,4% de los chinos mayores de 16 años, lo que supone alrededor de 300 millones de personas, una cifra que continúa aumentando. 

Esta comunicación investiga el origen de este impulso religioso, favorecido por la mayor permisividad, al menos teórica, del Partido Comunista Chino hacia las prácticas religiosas. En la parte final del trabajo se aborda también la cara oculta de las políticas reformistas, ya que junto a la pretendida tolerancia religiosa, encontramos una realidad bien distinta: restricción de credos, clandestinidad de los fieles, hostilidad y represión, ejemplificados en la problemática de los monjes tibetanos, la persecución de los practicantes de Falun Gong o el acoso a los musulmanes de Xinjiang.

Las conclusiones de la investigación muestran la utilidad de la religión para llenar el vacío ideológico producido por el desastre de la Revolución Cultural, el colapso del marxismo, y los sucesos de la Plaza de Tiananmen. Parece comprobarse igualmente que la religión es vista como un símbolo de modernidad, especialmente entre las cohortes más jóvenes, atraídas por la simbología y el estilo de vida occidental que asocian a las reformas de corte capitalista introducidas en el país. Finalmente, aparece el papel que las distintas confesiones están jugando como red social proveedora de un sentimiento común de pertenencia y asistencia para trabajadores migrantes en tiempos de crisis.

1. Introducción

El resurgir del sentimiento religioso en China se ha convertido en un fenómeno nacional. De acuerdo con los datos de una encuesta de la East China Normal University, en 2007 se declaraban religiosos el 31,4% de los chinos mayores de 16 años, lo que supone alrededor de 300 millones de personas, una cifra que además continúa aumentando.  Este auge de la espiritualidad resulta aun más abrumador si tenemos en cuenta que durante los últimos 60 años el Partido Comunista Chino (PCCh a partir de ahora) llevó a la práctica una agresiva política encaminada a la supresión de la religión y en contra de aquellas creencias distintas de las tradiciones y las culturas locales. El resultado de esta campaña ha producido, no obstante, unos resultados bien distintos a los esperados, a juzgar por los más de 12 millones de católicos que se estima existen hoy en China, cuando los fieles de esta creencia no superaban los 3 ó 4 millones a mediados del pasado siglo XX. Y lo mismo se podría decir a propósito de las 30.000 mezquitas y más de 40.000 imames y akhunds que encontramos hoy en cualquier rincón de China.

Son varias las respuestas posibles que surgen cuando nos preguntamos por los motivos de este crecimiento exponencial de la religiosidad china. Una de ellas la podríamos encontrar en el respeto de las religiones occidentales por determinados aspectos de la cultura local, como la veneración de los antepasados característica de la religión originaria de China, que permite compaginar la exaltación del cristianismo con las tradiciones milenarias del país.  El renacimiento de la religiosidad entre los mayores podría ser otra de las posibles explicaciones al incremento de los fieles que se ha producido en las últimas décadas. A decir del obispo católico Aloysius Jin Luxian, antiguo prisionero de cárceles y campos de trabajo,  el incremento de la represión ha sido el causante de la reacción religiosa de muchas  personas de edad avanzada (Minter, 2008), aunque distintas encuestas sobre el aumento de la religiosidad muestran un elevado número de fieles entre los más jóvenes.  Para éstos, sin embargo, el motivo principal de su acercamiento a la Religión parece que habría que buscarlo en el materialismo exacerbado que han traído consigo las reformas económicas de Deng Xiaoping. La vertiginosa transición desde un modelo marxista hasta otro próximo a la economía de mercado occidental ha ocasionado un gran desconcierto en buena parte de la población china, que habría tratado de llenar este vacío espiritual con la expansión de la religiosidad.

En las próximas páginas se tratará de responder a estos y otros interrogantes acerca del origen del impulso religioso chino de los últimos años, un incremento que se ha visto favorecido por la mayor permisividad, al menos teórica, del gobierno de la República Popular hacia las prácticas religiosas. Una mejor gobernabilidad del país, la mejora de la imagen externa en tiempos de apertura, el temor  ante las dimensiones que están adquiriendo algunos cultos o la construcción de una civilización espiritual que atenúe los efectos de la revolución materialista quizás se encuentre en el origen de la tolerancia religiosa del gobierno, por lo que indagar éstas razones se antoja también imprescindible para conocer la dimensión exacta que el fenómeno religioso puede alcanzar en China.

En la parte final del artículo, se aborda la cara oculta de las políticas reformistas introducidas por Deng Xiaoping a partir de 1978. Junto a la pretendida permisividad religiosa, el decreto de la libertad de creencias y las estipulaciones de la Constitución china favorables a respetar y proteger dicha independencia y a la separación de los poderes políticos y religiosos, encontramos una realidad bien distinta: restricción de credos, persistencia de una elevada clandestinidad de los fieles, hostilidad y represión, conforman aun el día a día de muchos creyentes chinos. A la conocida problemática de los monjes tibetanos se ha unido la persecución de los practicantes de la disciplina espiritual Falun Gong, al tiempo que continúa el acoso  a los musulmanes de Xinjiang,  foco de atención desde los violentos incidentes del 7 de Julio de 2009, cuyo balance de víctimas está todavía por determinar.

2. La herencia del pasado

Existe un proverbio muy difundido que dice que cada pueblo tiene la religión que hereda de sus antepasados, y puede que en China esto sea más cierto que en ningún otro lugar. El concepto de religión en China es muy diferente al que tiene un Occidente cargado de prejuicios y preconcepciones que condicionan una definición estrecha de la religiosidad. Si consideramos que la palabra que habitualmente se traduce por religión, zongjiao 宗教, un neologismo introducido en el siglo XX en la lengua china desde el japonés, es un vocablo compuesto por “las enseñanzas (jiao) del templo de los antepasados (zong)”, no es difícil de entender que la religión originaria de China, conservada durante siglos, sea el culto a los antepasados.

La ausencia de una intuición comparable a la de “religión” en la antigua China no impidió que fueran surgiendo tradiciones rituales, espacios sagrados e instituciones impregnadas de religiosidad sobre la base del culto a los antepasados y a la naturaleza, unas fuerzas que han sustentado los dos sistemas filosóficos y religiosos más importantes de la historia china, el confucionismo y el taoísmo, hasta convertirlos en las piedras angulares sobre las que se conformaron las demás religiones, nacionales e importadas (Véase chinaviva.com).

2.1 Confucianismo

Corría el Siglo I a. de C., cuando el interés del emperador Han Wudi por mantener el orden del Estado, amenazado por  las diversas actividades “religiosas” de su pueblo, encumbró al Confucianismo a la categoría de pensamiento oficial.  Confucio, pensador que vivió en el siglo V a. de C. e inspirador de esta corriente,  no proponía la creencia en ningún dios, sino únicamente una serie de normas sociales que desarrollan el culto a los antepasados de los chinos primitivos. Pese a la ausencia de vocación de trascender de la filosofía confuciana, sus enseñanzas funcionaron como una religión desde el momento en que el Emperador las convierte en ideología de Estado, con toda la parafernalia que ello conlleva: letrados que dedicados a la interpretación de los escritos de Confucio se convierten en el cuerpo de “sacerdotes”, preceptos morales cuyo cumplimiento se exige bajo la amenaza de sanción y numerosos templos donde venerar al profeta completan el ritual religioso de la nueva fe. Y en la cúspide de la pirámide humana un emperador semidivino, hijo del cielo, que cubría cualquier necesidad de deidad entre los creyentes, convirtiendo al Imperio en el dios de los antiguos chinos y a Confucio en su profeta. Ante semejante despliegue de ingenio, no es de extrañar que los primeros misioneros europeos vieran en el confucianismo una religión “como Dios manda”.

2.2 Taoísmo

Aunque en China se suele decir que el taoísmo constituye la única religión originaria de este país, sus orígenes hay que buscarlos también en la filosofía, y más concretamente en un sistema de origen esotérico desarrollado por  Lao Zi  que se basa en la ausencia de deseos y la vuelta a la naturaleza. Con el transcurrir de los años, no obstante, el pensamiento taoísta trasciende la categoría filosófica para convertirse en una religión popular en un contexto de profunda crisis socio-política iniciada con la caída del imperio Han en 220 d. de C. En el intento de volver a un gobierno y un orden social ideal tras el desmembramiento del imperio Han, se inicia un proceso de difusión de esta nueva religiosidad por toda China, por parte de las dinastías sucesoras de los Han. En una búsqueda obsesiva de la inmortalidad, se anima a la credulidad popular a través de la magia y del culto a las deidades que abarrotan los altares de los templos taoístas. El término  daojiao 道教, “Doctrina del Dao”, que hoy traducimos como taoísmo, se convierte en una enseñanza universal, un  jiao que participa en el gran proyecto de gobierno del imperio, y redefine el sistema imperial y el papel que éste va a cumplir en nuevos términos religiosos.

2.3 Budismo

Originario de la India, el Budismo, la  más importante de las religiones que se practican en China,  alcanzó su máxima difusión en torno al siglo V d. de C., después de una lenta expansión dificultada por las complicadas comunicaciones entre los dos países, a través del Himalaya y la Ruta de la Seda. La similitud entre el Budismo y el Taoísmo es tal que incluso hay teorías que sugieren que ambas fueron creadas por Lao Zi, quien después de su desaparición de China se habría asentado en la India. La identificación del nirvana con la inmortalidad taoísta y la semejanza de sus templos suponen que los creyentes puedan realizar sus ceremonias de culto tanto en los templos taoístas como en los budistas, de manera que no existe entre ambas manifestaciones un sentimiento de exclusión. 
La opinión más común entre los estudiosos de la religión en China es que los preceptos de las tres enseñanzas (Confucianismo, Budismo, Taoísmo) pueden observarse al mismo tiempo.

3. Etnias, religiones y personas

China, el país más poblado del mundo, es un estado unificado y multiétnico que cuenta con 1.300 millones de habitantes de 56 etnias diferentes, además de una pequeña cantidad de habitantes cuya etnia está todavía por identificar, según datos de China ABC. Aproximadamente el 93 % de todos los chinos pertenecen a la etnia Han, por lo que el resto de la población, que ocupa fundamentalmente el noroeste, nordeste y suroeste del país, es considerada minoría étnica. Esta ubicación en determinadas zonas de China no es casual, sino que se debe a una concentración natural en torno a su lugar de origen, pese a que las diferentes etnias cuenten con pequeñas partes de su población diseminadas por todo el país. A excepción de los Hui y los Manchú que se expresan en el idioma nacional pǔtōnghuà ó chino mandarín (普通話 / 普通话 “habla normal”)  el resto de etnias utilizan para comunicarse sus propias lenguas y esta diferenciación étnica y lingüística tiene su importancia a la hora de configurar tanto las prácticas religiosas de la población china como de entender los movimientos autonomistas e independentistas de la República Popular.

La etnia Han 漢, la mayor del mundo, con una población de 1.200 millones de personas, es originaria de la región Huaxia del centro del país y recibe el nombre de una de las dinastías que gobernó el país desde los años 206 a.c y 220 d.c. Los Han hablan diversas variedades del lenguaje chino (dialectos) y aglutinan, debido a su extensión geográfica, un elevado número de miembros fieles de todos los credos que se practican en China.

Los Zhuang  壯, constituyen el grupo mayor de entre las 55 minorías étnicas de China, con una población estimada de 18 millones de personas,  que se concentran principalmente en la región de Guangxi, pese a que también se pueden encontrar grupos de esta etnia en otras zonas del país. Poseen una historia milenaria, un idioma propio, el Zhuang, utilizan el alfabeto latino, probablemente como consecuencia de la influencia de misioneros cristianos cuyo credo no llegó a calar entre la población, y actualmente profesan el budismo y el taoísmo aunque en sus orígenes practicaban una religión animista y politeísta.

A los Hui 回, la tercera etnia china, con más de cinco millones de habitantes, se les puede encontrar por todo el país, aunque su asentamiento principal se encuentra en la región de Ningxia. Física y culturalmente, constituyen una etnia muy parecida a la Han, a excepción de los practicantes del Islam, a los que el seguimiento de esta religión les otorga algunas particularidades culturales como la prohibición de comer cerdo – un alimento habitual en la gastronomía china- y otros animales. Su idioma habitual es el chino pero debido a su dispersión comparten las diferentes lenguas de las etnias con las que conviven, incluido el árabe y el persa.

Los Mongoles 蒙古, con más de cinco millones de personas, habitan principalmente en la región autónoma de Mongolia Interior  y se expresan en una lengua altaica, el mongol. Los mongoles, que son mayoritariamente lamaístas, han contribuido de forma notable al desarrollo de diferentes campos de la política, la cultura, la ciencia  y las artes chinas.

Entre las etnias minoritarias es destacable la Uigur 維吾爾 (“unión”), un pueblo turcomano de fe musulmana y escritura árabe, en cuya región autónoma, Xinjiang, y a lo largo de la Ruta de la Seda, coexiste junto con una importante colonia de kazakos, uzbekos, mongoles, dongxiang tártaros, kirguizos y hui. La etnia Uigur, originaria del norte de China, ha tenido desde la antigüedad un importante papel en las comunicaciones e intercambio económico y cultural entre Oriente y Occidente y ha sido un ejemplo de convivencia religiosa.

El Tíbet 西藏, por último, constituye la Región Autónoma del suroeste de China y, con su capital en Lhasa, aglutina a una población de sólo dos millones y medio de habitantes, de los que más del 90% son étnicamente tibetanos. La mayor parte de los 7 millones de tibetanos vive fuera sus fronteras, en otras provincias como Qinghai o Sichuan, o en el extranjero (Van den Broek, 2006).

4. Aumento de la religiosidad en China y permisividad del Gobierno. Las razones

Según las estipulaciones de la Constitución China, “los ciudadanos de la República Popular son libres de profesar creencias religiosas”, y “ningún organismo del Estado, organización social o individuo puede obligar a un ciudadano a profesar tal o cual religión o a dejar de practicarla, ni tampoco discriminar a los ciudadanos creyentes ni a los no creyentes”. En las principales leyes de China existen artículos que regulan el trato discriminatorio hacia los creyentes, con disposiciones concretas sobre el respeto de la libertad de creencias, la protección de las actividades religiosas públicas y privadas, la promoción de la igualdad entre las diversas religiones y las garantías de separación religión/poder y religión/educación.

No obstante, y aunque la libertad de culto religioso es según el gobierno respetada y protegida en China, y a pesar del reconocimiento oficial a la práctica de cinco creencias – Budismo, Catolicismo, Taoísmo, Islamismo y Protestantismo -, las leyes del estado establecen que todas las religiones deben ser registradas y aprobadas por el gobierno mediante un seguimiento cercano de las mismas, que incluye frecuentes cambios regulatorios y un endurecimiento de las normas que dificulta la inscripción en el registro (French, 2006), todo lo cual conduce a una reducción de la libertad de expresión religiosa del pueblo chino. Como consecuencia de esta legislación restrictiva – en la práctica sólo está permitida la religión tradicional china -, son tolerados con algunas limitaciones dos credos cristianos, el católico y el protestante, y existe mucha clandestinidad entre los fieles del resto de religiones no tradicionales (Macartney, 2009).  El temor a identificarse como creyente se ha extendido en los últimos años y diversas organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional han denunciado el incremento de la represión del gobierno chino, que preocupado por el incesante crecimiento de la religiosidad ha procedido al derribo de numerosas iglesias, con el pretexto oficial de su construcción ilegal. También según estas mismas fuentes, la persecución, represión  e incluso ejecución de creyentes de las “nuevas” religiones lejos de haber cesado, continúan aumentando.  

Detrás de esta política restrictiva de las autoridades chinas subyace un impresionante aumento de la religiosidad en el país, un crecimiento que abarca a todas las confesiones y que es difícil de cuantificar en número debido a que los datos oficiales difieren sustancialmente de los que ofrecen las autoridades eclesiásticas. Lo cierto es que existe un importante renacimiento del Budismo y las religiones populares, mezcla de Taoísmo, Confucianismo, chamanismo y reverencia a los ancestros y las deidades locales, que conforman una potente miscelánea de espiritualidad. Se estima que actualmente existen 200 millones de budistas, lo que supone el 66 % de todos los creyentes frente a los 21 millones de cristianos – la segunda religión en número de adeptos -, un número que ascendería incluso hasta los 100 millones de fieles según la publicación británica Christianity Today (Rodes, 2007), que calcula que 200.000 chinos se convierten al año al cristianismo. También las cifras de fieles musulmanes arrojan datos muy dispares que oscilan entre los 20 millones que reconocen las fuentes oficiales y los cerca de 100 millones, casi todos de la rama suní, que contabilizan las autoridades religiosas.

Pero más allá del baile de cifras, ya nadie niega la revitalización de la experiencia religiosa durante las tres últimas décadas. Aunque las estimaciones más conservadoras del gobierno chino contabilizan 200 millones de fieles, de todos los credos, estos guarismos suponen ya el doble de la cantidad reconocida a finales de los años 90, lo que induce a preguntarse por los motivos que han empujado en tan poco tiempo a la población china hasta el fervor religioso, en un país en el que el omnipresente PCCh exige a sus miembros que sean ateos, y por qué los gobernantes chinos se muestran más permisivos en la actualidad con la práctica religiosa que en épocas pasadas.

Para responder a la pregunta precedente, hay que acudir obviamente a las explicaciones de tipo espiritual que se encuentran detrás de cualquier expresión religiosa, pero también a otros estímulos no menos importantes que están enraizando en la sociedad china desde que las reformas de Deng Xiaoping establecieron la libertad de culto en 1978. Motivaciones de tipo socio económico, políticas, costumbristas, e incluso de exaltación de los valores patrióticos aparecen entrelazadas formando un conglomerado de hipótesis que no se puede perder de vista cuando se investigan las razones del renacer de la fe religiosa en China. 

Recientes estudios llevados a cabo por los profesores Tong Shijun y Liu Zhongyu de la East China Normal University de Shanghai, estiman que el 31,4 % de los chinos de 16 años o más son religiosos, de los cuales el 24,1 % consideran que la religión les muestra “el verdadero camino de la vida”, mientras que un 28% cree que la religión ayuda a “curar enfermedades, evitar desastres” y asegura una vida en general más llevadera (Wu, 2007). Paz y seguridad  frente a las fuerzas del mercado, que según los encuestados han dejado a la población china sin moral a que aferrarse, se conforman como las razones que les han acercado a la religión. La búsqueda de la espiritualidad tras el colapso del comunismo y la decadencia de la ideología marxista estaría así detrás del renacimiento religioso de millones de chinos, un vacío en el que  las distintas confesiones han encontrado la oportunidad de multiplicar sus  adeptos entre las más de 1.300 millones de almas chinas, una batalla liderada por las religiones tradicionales y la fuerza emergente del Cristianismo, dispuesto a arrebatar la supremacía religiosa a budistas y taoístas.  

Según el pastor protestante de la Zion Church, Ezra Jin (ibíd.), existen muchas contradicciones y multiplicidad de intereses en la actual sociedad china que están abriendo un espacio para la espiritualidad y, en su opinión, el Cristianismo ofrece  consuelo y fuerza espiritual a los atribulados fieles, como lo demuestra el hecho de que en China esté aumentando exponencialmente el número de cristianos en tanto que retrocede en un Occidente menos tensionado por las fuerzas del mercado. De similar manera opina Su Min, taoísta practicante en el Zhenwu Temple de Quanzhou, ferviente creyente en las reformas económicas de Deng Xiaoping que mejoraron las condiciones de vida del país, que ha vuelto su mirada a la religión tras el vacío dejado por el ex dirigente chino (Beech, 2006).  También entre los practicantes del Budismo Tibetano existe la sensación de que la  fe religiosa descubre nuevas experiencias espirituales en vidas que antes estaban volcadas en actividades lucrativas, como reconoce Zhou Jun (ibíd.), un empresario de Shanghai, comprometido en la donación de importantes cantidades de dinero para la financiación de nuevos templos y predicador de su nuevo culto entre sus compañeros de negocio.

El incremento de la religiosidad en China se ha convertido en todo un reto para el gobierno y la policía del país, quienes acostumbrados a ejercer un férreo control sobre las asociaciones de ciudadanos, comprueban ahora cómo las reuniones de fieles superan con mucho el número que consideran deseable para garantizar la estabilidad gubernamental (The Economist, 2008). Los alrededor de 100 millones de cristianos que calculan las encuestas no oficiales suponen ya que uno de cada diez chinos profesan esta religión, cuando en 1949, fecha de la llegada del PCCh al poder, menos de un 1% de la población, la mayoría católicos, estaban bautizados. La trascendencia del auge religioso cobra especial relevancia en un país en el que una forma de organización ajena al PCCh supone un anatema para las autoridades chinas, celosas de cualquier poder rival. Y según las citadas estimaciones, los cristianos superarían ya el número de afiliados del PCCh, cifrado en 74 millones, algo impensable no hace mucho tiempo.

Durante décadas, existió un solo poder al frente al de la República Popular, el de Mao, quien después de la Revolución de 1949 declaró la religión una “superstición feudal” y atacó cruelmente a los creyentes de las distintas confesiones durante la Revolución Cultural de 1966 a 1976. Pero en los últimos tiempos, viejos fieles han vuelto a la religiosidad ante la disminución de la presión política, como Zhu Dafang , anciano de 74 años que pasó 7 años en prisión y campos de trabajo por sus creencias religiosas  – es católico – y al que se acusó de “antirrevolucionario” (Macartney, 2009). A pesar de esta menor presión gubernamental, el PCCh nunca aceptará el uso de la religión para interferir en asuntos internos, como tampoco considerará admisible el retorno de la teocracia tibetana que aunaba el poder político y religioso en manos del Dalai Lama. 

Esta impostada permisividad, sin embargo, puede estar más relacionada con la magnitud de creyentes y el temor a que se produzcan revueltas sociales de incalculables consecuencias políticas. El hecho de que se siga limitando el número de devotos – en algunos templos de Shanghai no se permiten más que 25 fieles – refleja el temor de las autoridades chinas,  que pretenden asegurar así que ninguna iglesia sea lo suficientemente grande para amenazar el poder del partido local. Las grabaciones clandestinas en las que creyentes de la iglesia protestante aparecen oponiéndose a la demolición de su iglesia en Hangzhou en 2006 y la reacción desmesurada de la policía arrestando, encarcelando y golpeándoles brutalmente (Mccartney, 2009), muestran una vez más el temor que despiertan en el PCCh las reuniones eclesiásticas, a pesar de que desde el gobierno se ha reiterado que no consideran a la Iglesia Protestante como una potencial opositora sino como una fuerza que ofrece armonía y estabilidad al país.

La vuelta al sentimiento religioso, aunque extendida por toda China, ha sido mayoritaria en las zonas rurales (las más afectadas por las contradicciones de la peculiar economía de mercado impulsada en las últimas décadas) y un indicio de la existencia de factores socioeconómicos en el ascenso de la religiosidad, más allá de motivaciones espirituales o políticas. El desarrollo de las regiones orientales del país en detrimento de las interiores y occidentales, ha provocado un alarmante incremento del número de pobres en estas zonas, que buscan en la Religión la esperanza que parecen haberles negado sus dirigentes locales, a quienes se considera, en parte, causantes del ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres por su permisividad o participación en la espiral de corrupción que asola el país.

Las distintas confesiones religiosas están actuando como redes de seguridad ante la incapacidad del gobierno para ofrecer servicios sociales a las capas más empobrecidas de la población y algunos monasterios budistas se encargan de la educación y alimentación de los hijos de familias que ya no pueden costearlas. “Necesitamos su ayuda”, es el testimonio de Zhou Bigong (Wu, 2007), quien asegura que trabajan duro pero la vida se está haciendo cada vez más cruel. El incremento de los índices de desempleo del país, de los jóvenes en general  y de los universitarios en particular ha sembrado las vidas de los chinos de desesperanza y ha devuelto un impulso inesperado a las religiones. La existencia de una mayoría de desempleados de entre 20 y 30 años, quizás esté relacionada con el aumento de los creyentes en esta franja de edad, ya que se estima que más del 70 % de feligreses son jóvenes, a los que también afectan de forma directa los abusos laborales como la falta de contratos o los salarios retenidos que imperan en muchas empresas.

Algunas explicaciones alternativas a las vistas hacen hincapié en la atención personal que los pastores cristianos ofrecen a sus feligreses, lo cual explicaría el éxito de esta religión en los últimos tiempos, al situarse lejos de la rigidez de las religiones tradicionales y ofrecer una impresión de mayor libertad individual de los fieles frente al sentimiento de comunidad que tradicionalmente ha imperado en la sociedad china. 

Tampoco hay que descartar, en un país que ha transitado rápidamente desde el tradicional ateísmo comunista al más salvaje capitalismo, que el ser religioso esté de moda, como símbolo de modernidad y cosmopolitismo. Para el profesor Fenggang Yang, de la Universidad Purdue de West Lafayette, “ir al Mcdonald’s o unirse a la fe cristiana a través de la asistencia a los servicios dominicales son actos parecidos: reflejan la idea de progreso, liberación y universalidad que los urbanitas chinos vinculan con la cultura occidental” (Rodes, 2007). Una vez colapsada la ideología marxista y tras los desastres de la Revolución Cultural y Tiananmen, los jóvenes chinos encuentran más atractivas las religiones que proceden de Occidente. En aquellos lugares donde el Cristianismo arraigó con fuerza siglos atrás, la religión se asocia a tradición y ritual, mientras que, por el contrario, en la China actual, se vincula con modernidad, ciencia y negocios, según explica Zhao Xiao, antiguo oficial comunista, hoy convertido al Cristianismo (The Economist, 2008).

Por último, y a decir de algunos estudiosos de las religiones chinas como el profesor Zhe Ji, de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París, el fervor religioso se está utilizando por las autoridades de la República como símbolo de exaltación patriótica (Wu, 2007). El Gobierno de China habría dado más libertad a las “religiones nacionales”, Budismo y Taoísmo, para contrarrestar el ascenso fulgurante de las “religiones extranjeras”. Parece así que el protagonismo adquirido por monjes budistas en películas épicas de producción nacional no es casual, sino que su aparición y la exhibición de los símbolos propios de su culto serían un pretexto para promocionar los valores tradicionales de la cultura china.

5. Hostilidad y represión

A pesar de los esfuerzos de las autoridades chinas por mostrarse ante la opinión pública internacional como garantes de la libertad de culto, son muchos los datos que refutan esta imagen de tolerancia religiosa. Organizaciones de defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional publican regularmente demoledores informes en los que denuncian el hostigamiento que se ejerce sobre los líderes de los grupos no autorizados, que con frecuencia son objeto de interrogatorio, detención y abuso físico, incluida la tortura.

Coincidente con las informaciones de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, el Informe Internacional sobre Libertad Religiosa que anualmente elabora el Departamento de Estado de los  Estados Unidos sobre la situación religiosa en el mundo, habla de la dura represión de aquellos grupos que carecen de aprobación oficial y de la intensificación, en algunos lugares, de la campaña del gobierno para encauzar cualquier expresión religiosa en organizaciones que estén bajo su supervisión (Informe de 2002). Lejos de mejorar, los informes de años sucesivos nos ofrecen una imagen desoladora del incremento de la represión de la expresión religiosa, la persecución a las personas debido a sus creencias o la tolerancia de violencia contra las minorías religiosas.

Si bien la situación de represión que sufre el Tíbet es más conocida internacionalmente por la repercusión que tuvo la rebelión de Marzo de 1959 con la matanza a manos del ejército chino de miles de tibetanos y la huida del Dalai Lama a la India, también la tensión latente que se vive en la provincia de Xinjiang, de vuelta a la actualidad tras el estallido de la violencia étnica registrado en Julio de 2009, o la persecución contra el movimiento espiritual Falun Gong, merecen mención aparte.

5.1 Tíbet

La Región Autónoma del Tíbet, que cuenta con una población de 2,5 millones de habitantes, el 90 % de etnia tibetana, es objeto de una larga batalla entre el Gobierno chino que la considera parte integral de su territorio desde siglos atrás y el Gobierno tibetano en el exilio, que reclama la soberanía de esta región por considerar que formaba una nación independiente en el momento en el que fue invadida por China en 1950. El actual conflicto chino-tibetano comienza en 1959, año en el que los tanques y la munición de combate del Ejército Popular aplastaron la protesta pacífica a favor de la independencia tibetana hasta convertirla en un baño de sangre con 80.000 muertos y la huída del Dalai Lama a su exilio de Dharamsala en la India, quien, desde entonces, trata de buscar un acuerdo con Beijing que no acaba de llegar. Representantes del Gobierno tibetano en el exilio se han reunido regularmente con enviados del Gobierno chino, aunque están todavía en fase de “construir una confianza mutua”. El propio Dalai Lama ha afirmado que su sucesor nacerá en el exilio “mientras no mejoren las condiciones para la religión tibetana en Tíbet”, el mismo mensaje que viene reiterando desde 1979, cuando Deng Xiaoping dijo que se podía discutir todo menos la pertenencia a China (Cardenal, 2005).

El budismo tibetano, profesado por la mayoría de las masas populares de etnia tibetana, constituye una amenaza para la autoridad del Estado ya que representa el elemento integrador de la identidad de los habitantes de la región. El PCCh, temeroso de su influencia negativa para la unidad de la República Popular de China, controla férreamente las instituciones religiosas del Tíbet, por considerarlas peligrosas para la estabilidad política del país. Según la Fundació Casa del Tíbet, la coacción contra los monjes se ejerce hasta en los monasterios más pequeños, en los que son adoctrinados para declarar expresamente su apoyo al Partido y  apoyar la unidad territorial china. Cualquier manifestación a favor del líder espiritual tibetano está considerada como una actividad separatista y la educación religiosa en los colegios se ha sustituido por la ideología marxista, lo que ha obligado a muchos monjes a exiliarse para poder practicar su culto con total libertad, dado que las actividades religiosas constituyen lo más sagrado para los nativos de la Región Autónoma del Tíbet.

Con más de 1.700 locales de actividades budistas y cerca de 46.000 monjes internos, cada año más de 1.000.000 de creyentes budistas peregrinan a Lhasa, donde la autoridad del Dalai Lama sobre su pueblo sigue siendo enorme. Por eso en los últimos tiempos se han registrado diversos movimientos por parte del Gobierno chino en busca de una solución al conflicto, consciente de que se perderá una gran oportunidad si no se encuentra  una salida antes de la muerte del actual Dalai Lama, Tenzin Gyatso, quien desde hace más de una década se ha alejado de sus posturas independentistas y se ha mostrado más favorable a que el Tíbet se beneficie del desarrollo económico en el que está inmersa la actual China. A pesar de estos acercamientos, el Gobierno de la República Popular sigue viendo con recelo la vuelta del Dalai Lama al país, temeroso de que la veneración del pueblo tibetano hacia su líder religioso sirva como excusa para rechazar la autoridad del PCCh y reinstaurar la Teocracia que encarna el Dalai Lama.

Los tímidos intentos por pacificar la región, han llevado a las autoridades chinas a promover un cambio de actitud con respecto a la política tradicional seguida en el Tíbet. Las transferencias por importe de 200 millones de yuanes para la restauración de palacios y monasterios o el registro y la entronización, no sin polémica,  del Panchen Lama XI en 1995, son parte de esta nueva estrategia de un gobierno chino, que en los últimos tiempos ha adoptado una posición victimista, lamentando que los medios de comunicación occidentales ofrezcan una imagen distorsionada de lo que ocurre en su país, con noticias sensacionalistas y negativas. Pero esta nueva diplomacia china y la reducción de la persecución registrada, a pesar de los incidentes acaecidos con motivo de la conmemoración del 50 aniversario de la rebelión del Tíbet, se han producido paralelamente a lo que los tibetanos consideran intentos de colonización racial y económica de la Región Autónoma. La “chinificación” mediante masivos asentamientos de población Han y la proliferación, tan habitual en otras zonas del país,  de parques temáticos, karaokes y prostíbulos en el Tíbet pueden convertir a esta provincia en una reserva de nativos (Zlek, 2008).

5.2 Xinjiang

Con 19 millones de habitantes, esta Región Autónoma -también conocida como Uiguristán o Turkestán Este, según las fuentes consultadas- cuenta con la superficie más extensa de la República Popular y es la patria de los uigures, un pueblo de habla túrquica y religión musulmana que acumula 9 millones de personas en esta zona del noroeste de China (Van den Broek, 2006). Históricamente situada fuera de los confines de la Gran Muralla, Xinjiang tiene una historia de más de cuatro mil años y ha jugado un papel relevante en los intercambios culturales y comerciales entre Oriente y Occidente, sobre todo desde el año 934, fecha en la que el Islam llega a la región y sus habitantes se convierten a su fe. Étnicamente vinculado a sus vecinos uzbekos, kazajos, tártaros tayikos y kirguizes, el recorrido histórico de este pueblo ha estado repleto de sobresaltos a partir de la invasión del imperio manchú y su posterior anexión por China.

Turkestán Este conforma una región muy rica debido a la abundancia de minerales y metales preciosos como el oro, el uranio y el cobre, pero sobre todo porque en sus límites se encuentran casi un tercio de las reservas chinas de petróleo y dos tercios de las de carbón. Pero, paradójicamente, la región no ha notado en gran medida los efectos del milagro económico chino sino que, por el contrario, posee una de las más altas tasas de pobreza del país, con el desempleo amenazando a buena parte de la población Uigur que se ha visto obligada a  emigrar hacia las provincias costeras en busca de un mejor futuro.

La cohesión territorial de China ha constituido desde antiguo el eje central de la estabilidad de los gobiernos de turno, que han impulsado diversas políticas encaminadas a mantener esa unidad mediante la asimilación, la integración y el acallamiento de  los intentos de independencia política o religiosa. Para Rekondo (2006), las autoridades de Beijing están llevando a cabo desde hace varias décadas una política de “hanhua” (hacerlos chinos) al impulsar importantes cambios demográficos en la región mediante el asentamiento de grandes masas de población Han,  una estrategia con la que lograrán que en unos años la etnia Uigur sea minoritaria en su propia tierra. Si en 1950 la población de origen Han constituía el 15 por ciento en la provincia de Xinjiang y el 20 por ciento en su capital Urumqi, hoy estas cifras nos hablan de más del 40 y del 80 por ciento respectivamente (Rekondo, 2006).  Pero las quejas de la población Uigur van más allá de los simples números, por mucha importancia que éstos tengan, y denuncian proyectos de infraestructuras en marcha que benefician fundamentalmente a las zonas urbanas, de mayoría Han, y una estratificación social y educativa intencionada que relega a los nativos a los peores puestos de trabajo de la escala.

Paralelamente a esta campaña de asimilación, las expresiones culturales, lingüísticas  y religiosas típicas de la población Uigur han sido relegadas, reprimidas o directamente prohibidas por las autoridades chinas ya desde los tiempos de la “revolución cultural” de Mao Zedong. Mediante un complejo entramado de leyes y reglamentos, se limitó la libertad religiosa, de asociación y de expresión de los Uigur,  al tiempo que se les infligía castigos humillantes y torturas. Imames y Akhunds obligados al trabajo forzado, mezquitas cerradas por el gobierno en las que se ubicaron granjas de cerdos y escuelas islámicas cerradas y sus estudiantes reubicados en otras en donde se les reeducaba mediante la enseñanza del marxismo y maoísmo forman parte del catálogo de prácticas habituales del régimen maoísta.

La línea dura de la política de Mao se ha ido relajando tras la muerte del dictador y fundamentalmente desde la declaración de la libertad religiosa en 1978, lo que ha propiciado un resurgimiento del culto islámico en China y la construcción de miles de mezquitas diseminadas por todo el país – 12.000 en Xinjiang -. Sin embargo, el PCCh ha mantenido siempre una actitud recelosa hacia los musulmanes chinos. Así, Beijing aprovechó la guerra contra el terrorismo islámico iniciada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 para insinuar posibles vínculos entre Al Qaeda y los grupos musulmanes que piden la independencia de Xinjiang o reclaman mayores derechos para la etnia Uigur. Utilizando ese contexto internacional de desconfianza y temor hacia el Islam, el PCCh aumentó su control sobre esta religión en el país y prosiguió en la política de limitaciones de derechos y mantenimiento de las diferencias culturales, como denuncian Human Rights Watch y Derechos Humanos en China (Kyriakou, 2005).
El estallido de la violencia étnica en la capital de Xinjiang en Julio de 2009, tiene su origen en la tensión que por los motivos expuestos se ha mantenido latente  durante décadas de manifestaciones, disturbios y represión. Motivos geopolíticos, étnicos y religiosos conforman un peligroso cóctel preparado por el gobierno chino con su política asimilacionista, que agitan los pan-turcos, defensores de la historia y la cultura turcomana, los pan-islamistas, cuya ideología está asentada en el Islam por encima de cualquier otra consideración nacionalista y una “mayoría silenciosa” no militante pero que resiste diariamente contra la política colonizadora de Beijing. Los cerca de 200 muertos, más de 1.000 heridos y otros tantos detenidos, no son sino cifras que añadir a una larga lista de víctimas causada por este conflicto.

5.3 Falun Gong

Uno de los casos más lacerantes de represión contra la libertad de expresión y culto lo constituye la persecución que desde hace una década mantiene el gobierno chino sobre los practicantes del movimiento espiritual Falun Gong. Pese a que es uno de los asuntos de violación de los derechos humanos más desconocidos para la opinión pública internacional, la virulencia con que sus seguidores han sido y son reprimidos es enorme, destacando tanto por su brutalidad como por el número de personas afectadas por ella.

Falun Gong (法輪功) es una disciplina espiritual fundada en China por Li Hongzhi en 1992. De acuerdo con las enseñanzas de sus libros Falun Gong y Zhuan Falun, sus pretensiones se centran en la puesta en práctica de unos estándares morales que consigan cultivar la virtud y el carácter, así como la salvación de todos los seres. Si bien el número exacto de practicantes de la disciplina es desconocido porque no existen listas de sus practicantes, ya en 1998 el gobierno chino admitía un número cercano a los 70 millones, aunque otras fuentes como el sitio mingui.org/cleanwisdom.net habla de 1.000 millones distribuidos por 80 países. Desde su creación y hasta 1999, Falun Gong o Falun Dafa, como también se le conoce,  contó con el beneplácito del Gobierno chino, pero fue tachado de “culto diabólico” y prohibido en 1999. Por qué las autoridades decidieron perseguir a una práctica espiritual que requiere que las personas sean verdaderas, buenas y tolerantes se entiende mejor si se tiene en cuenta el sistema político bajo el cual vive el pueblo chino. 

Falun Gong constituía ya en 1999 la mayor práctica de Qi gong 氣功  – gimnasia energética  para la salud y la longevidad – en China, por lo que el PCCh comienza a ver el movimiento como una amenaza ideológica para su existencia, debido a su poder de atracción sobre gente de todas las edades y capas sociales, incluidos miembros jóvenes del PCCh. Éste interpretó que la popularidad de Falun Gong estaba haciéndole perder su influencia sobre la población e impulsó una serie de reformas políticas y sociales que culminaron con palizas y encarcelamiento de los miembros más relevantes  de Falun Gong, muchos de los cuales fueron condenados a trabajos forzados.

Los testimonios de algunos miembros de Falun Gong que han sobrevivido a la represión gubernamental, resultan escalofriantes. Jennifer Zeng, superviviente de un campo de trabajo forzado en el que fue recluida en abril de 2000, practicante de Falun Gong y autora del libro Testigo de la historia, describe la vida dentro del Campo Municipal de Mujeres como “un infierno en vida” (Robertson, 2009). Torturada mediante descargas eléctricas, privada del sueño durante días y forzada a colocarse en cuclillas durante horas bajo el sol, también fue sometida a exámenes  de sangre y rayos X. Zeng era consciente del significado de esos exámenes, ya que existen evidencias de que los practicantes de Falun Gong  son asesinados y sus órganos extirpados, como lo atestigua el trabajo de investigación sobre extracción de órganos realizado por David Matas, abogado canadiense junto a David Kilgour, ex Secretario de Estado Canadiense (Kilgour y Matas, 2006).

 Matas afirma que Falun Gong “es sólo un juego de ejercicios con un componente espiritual”, contradiciendo a  la Embajada China de la República Popular China en México quien en su página web la considera una secta herética  que practica actividades ilegales y antigubernamentales, obstruye el orden moral de la sociedad y confunde a sus practicantes, a los que ocasiona daños físicos y morales. En la misma línea, Roger Pascual, sociólogo del Atención e Investigación de Socio adicciones (AIS) se pregunta por qué de los más de 70 países que lo practican, sólo se considera peligroso o ilegal en China, del mismo modo que  la Audiencia Nacional española que investiga desde el año 2006 posibles abusos de Beijing, no ha encontrado en los integrantes de Falun Gong ningún comportamiento ilícito (Ramos y Repiso, 2006). Pascual no considera a Falun Gong una secta porque no busca “ni dinero ni poder”, es apolítico y no ejerce  ningún tipo de manipulación ni engaño, ya que permite a sus integrantes pensar por sí mismos; en su opinión, el acoso obedece únicamente al carácter totalitario que aun preside las prácticas del gobierno chino.

6. Conclusiones

A la vista de lo expuesto en los epígrafes anteriores y de los testimonios expresados por algunas personas implicadas directamente en el renacer de la religión en China, se puede decir que al menos parte de las hipótesis de partida previamente señaladas en la introducción de este trabajo, parecen confirmarse.

Sobre las razones por las que se ha producido un aumento exponencial de la religiosidad en China, parece cobrar fuerza la utilidad de la religión para llenar el vacío ideológico producido tras el desastre de la Revolución Cultural, el colapso del marxismo, y los más recientes sucesos de la Plaza de Tiananmen (1989), un propósito en el que  las distintas confesiones han encontrado una feroz competencia en el PCCh. Tras la idea de construir una “sociedad armoniosa” inserta en una civilización espiritual que rivalice con la civilización económica, se esconden las pretensiones de  los dirigentes chinos de no perder la influencia y el poder de control sobre el pueblo.

Parece comprobarse igualmente que la religión es vista como un símbolo de modernidad, especialmente entre las cohortes más jóvenes que se sienten atraídas por la simbología y el estilo de vida que asocian al éxito económico del país después de las reformas de corte capitalista introducidas por Deng Xiaoping. Entre los mayores, por el contrario, la religión se reivindica como un ejercicio de libertad disfrutada tras décadas de  clandestinidad en las que el proselitismo se realizaba boca a boca, una situación a la que se vieron empujadas  muchas personas por la fuerte represión sufrida en los años de la Revolución Cultural, que silenció pero no pudo terminar con la fe y la devoción popular.

Si bien hace dos décadas el cristianismo chino estaba formado casi exclusivamente por los sectores más marginales de la sociedad, hoy abarca todos los estratos y profesiones y se está convirtiendo en una Iglesia emergente en la que predominan jóvenes y profesionales urbanos altamente cualificados. Los sucesivos gobiernos chinos de la era post Mao confiaban en que de una sociedad modernizada y mejor educada científica y técnicamente deviniera una visión de la Religión como expresión negativa del pasado, algo que como parece ponerse de relieve no ha ocurrido, sino al contrario.

Por lo que respecta a las regiones periféricas, uno de los principales problemas que ha tenido que afrontar  el PCCh ha sido que su disposición a tolerar el renacimiento de la religión como expresión privada de libertad ha chocado frontalmente con los deseos de algunas sociedades como la tibetana o la turcomana de Xinjiang, que han hecho de la religión un asunto colectivo. El budismo tibetano y el islamismo forman parte de las señas de identidad de estas comunidades que no quieren confinarlos al ámbito privado, a diferencia de la comunidad Han, para la que el fervor religioso se vincula al descubrimiento de uno mismo. 

Finalmente, pero no por ello menos importante, aparece el papel que las distintas confesiones están jugando como red social que provee un sentimiento común de pertenencia, como asistente en tiempos de crisis y sustentadora de las escuelas e iglesias para trabajadores migrantes de las zonas rurales de las que el Estado no se hace cargo. En este sentido, la Iglesia Protestante es la que está realizando un mayor trabajo, por lo que está conectando cada vez más con la sociedad.

En cuanto a la permisividad con que el gobierno chino se enfrenta al aumento de la religiosidad en la República Popular, parece corroborarse la dimensión política de esta tolerancia. La religión distrae la atención ciudadana de los problemas económicos y sociales que vive el país, como consecuencia de las tensiones ocasionadas por la rápida transición desde un estilo de vida basado en la agricultura y la economía tradicional a otro cada vez más globalizado y de marcados tintes capitalistas, lo que ha llevado a las autoridades chinas a relajar la presión que tradicionalmente ha ejercido sobre las distintas confesiones presentes en el país.  Por contra, esta omnipresencia de la política en los asuntos privados, hace que tanto los círculos académicos chinos como los medios de comunicación  asuman como natural la existencia de una relación conflictiva entre estado, propiedad y religión, reforzando la visión gubernamental de que hay una agenda política oculta por la que actores internacionales están sirviendo de apoyo a grupos religiosos chinos, lo que ha ocasionado no pocos problemas a varias confesiones religiosas y movimientos espirituales como Falun Gong.

También parece colegirse el temor del PCCh a las dimensiones que están adquiriendo algunos cultos religiosos y/o espirituales, que ya superan en número de fieles al de los afiliados al partido, como es el caso del Cristianismo y los miembros del mencionado movimiento Falun Gong. Junto a la política de represión basada en la confrontación directa, en las últimas dos décadas se han intensificado formas más sibilinas  de hostigamiento como la colonización política y económica que de manera encubierta se están llevando a cabo en el Tíbet o en Xinjiang desde los años 50 del pasado siglo, o el fomento de las tensiones entre el Vaticano y el gobierno chino que está sirviendo como freno para la conversión al catolicismo.

A pesar de esta aparente mejora en las relaciones Iglesia-Estado, los gobernantes chinos no dejan ver la religión como un movimiento que debe ser contenido por su influencia peligrosa para la sociedad y especialmente amenazante para la supremacía del PCCh. La religión puede presentarse como una alternativa real a la preeminencia ideológica del Partido ya que dispone de todos los elementos para que pueda exhibirse como tal: posee líderes, un gran número de fieles y una ideología…distinta de la comunista.

Si tenemos en cuenta las dimensiones y la importancia que está adquiriendo la religiosidad en la vida diaria de la población china, no es difícil llegar a la conclusión de que la religión tendrá algún día un impacto político en China. Parafraseando a un antiguo oficial del Partido Comunista convertido al Cristianismo, si queremos saber lo que China será en el futuro, debemos considerar el futuro de la Religión en el país.

 

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