El Magreb está en una difícil encrucijada. Es una área de 90 millones de habitantes, estratégicamente situada a las puertas de Europa, con un gran potencial de crecimiento económico. Pero sigue amenazada por las fuerzas de un islamismo radical que se expanden por una extensa región que abarca el Sur del mediterráneo y el Sahel hasta el Norte de Nigeria.
El Magreb está en una difícil encrucijada. Es una área de 90 millones de habitantes, estratégicamente situada a las puertas de Europa, con un gran potencial de crecimiento económico. Pero sigue amenazada por las fuerzas de un islamismo radical que se expanden por una extensa región que abarca el Sur del mediterráneo y el Sahel hasta el Norte de Nigeria.
Los problemas que atenazan el Magreb no sólo vienen del exterior. En 1989 se constituyó la Unión del Magreb Árabe (UMA) para reforzar las relaciones políticas y económicas entre Mauritania, Marruecos, Túnez, Argelia y Libia. Pero 25 años después, la UMA es sinónimo de fracaso. En América Latina y Asia avanzan los procesos de integración económica mediante una creciente red de acuerdos de libre comercio regionales o bilaterales que relanzan sus economías. En cambio, en el Sur del Mediterráneo persisten unas barreras políticas y económicas que frenan el crecimiento económico. Marruecos y Argelia, las dos economías más potentes y pobladas de la UMA, se dan la espalda. Las fronteras, con el conflicto del Sáhara como telón de fondo, siguen cerradas desde 1994. No debe extrañar que el comercio entre los cinco miembros de la UMA sea insignificante. Sólo representa un 3% del total.
Los intercambios comerciales de los países de la UMA se desarrollan principalmente con los países europeos de la ribera Norte del Mediterráneo. Pero la UE, afectada por una crisis política y económica, tampoco logra asentar y mejorar las relaciones con sus vecinos del Sur. Persiste el desconocimiento y recelo mutuos a pesar de la presencia de una importante diáspora de procedencia magrebí que debería servir de puente para reforzar unas relaciones de confianza que son básicas para hacer comercio e invertir más. Las barreras siguen siendo más culturales que económicas. El Magreb podría ser, y aún no lo es, el gran socio estratégico de la UE.
La constitución del agresivo Estado Islámico (EI) en Siria e Irak puede envenenar la ya compleja situación del Magreb, más inestable tras el fracaso de “las primaveras árabes” que se iniciaron en diciembre de 2010, precisamente en Túnez. Cuatro años después, algunos grupos radicales islámicos que operan a sus anchas en Libia, hoy un Estado fallido, se han integrado en el Califato y amenazan la estabilidad de Argelia y Mauritania. Y entorpecen la explotación de los recursos de petróleo y gas que nutren los presupuestos de unas economías poco diversificadas, muy dependientes de los ingresos de las exportaciones energéticas. La brusca bajada del precio del petróleo es otro problema añadido. La situación es esperanzadora en Marruecos y Túnez porque han desarrollado unos procesos reformistas y han abierto sus economías al exterior. Sin embargo, las sociedades del Magreb se reislamizan.
La UE debe seguir con especial atención lo que ocurre en la ribera Sur del Mediterráneo. Pero difícilmente podrá presionar en favor de un Magreb más unido cuando también el proyecto político europeo parece debilitarse entre disputas internas.