En casi un santiamén hemos pasado de los restaurantes y tiendas todo a cien a quedarnos poco menos que boquiabiertos con el lustre inversor chino, que tanto incluye a grandes fortunas privadas, poderosas empresas públicas o los fondos soberanos del propio gobierno. La combinación de grandes reservas de divisas, casi cuatro billones de dólares, el enorme ahorro acumulado, las necesidades de abrir nuevos mercados y adquirir capacidades indispensables para cambiar el modelo de desarrollo unido a las demandas inversoras de muchas empresas y gobiernos occidentales afectados por la crisis permiten concretar grandes operaciones en magnitudes y plazos a menudo vertiginosos.
En casi un santiamén hemos pasado de los restaurantes y tiendas todo a cien a quedarnos poco menos que boquiabiertos con el lustre inversor chino, que tanto incluye a grandes fortunas privadas, poderosas empresas públicas o los fondos soberanos del propio gobierno. La combinación de grandes reservas de divisas, casi cuatro billones de dólares, el enorme ahorro acumulado, las necesidades de abrir nuevos mercados y adquirir capacidades indispensables para cambiar el modelo de desarrollo unido a las demandas inversoras de muchas empresas y gobiernos occidentales afectados por la crisis permiten concretar grandes operaciones en magnitudes y plazos a menudo vertiginosos.
Las autoridades orientales estiman que la inversión china en el extranjero crecerá en los próximos años a una tasa superior al 10%. En 2002 ascendía a 2.700 millones de dólares, pasando a 107.800 millones en 2013, situándose ya como la tercera economía del mundo por este concepto, tras EEUU y Japón. Este año podría ser el primero en que China invierte más en el exterior de lo que recibe.
Los frentes de actuación son variopintos como también las finalidades, unas veces de carácter estrictamente económico, otras vinculadas a objetivos estratégicos. En cualquier caso, cabe destacar las inmensas capacidades orientativas de las decisiones gubernamentales, ya nos refiramos a países o sectores.
China tenía invertida en agosto la cifra de 1,269 billones de dólares en bonos del Tesoro de EEUU, siendo el prestamista número uno de la primera economía mundial. También ha suscrito una parte significativa de la deuda española. Del sector energético, obviamente prioritario, evoluciona hacia ámbitos tecnológicos o consolida posiciones de peso a escala global en segmentos como el automóvil. De Asia a África, el salto a los países desarrollados de Occidente crece en importancia a medida que también menguan las reservas y restricciones.
En otro orden, pero igualmente de alcance estratégico, cabe destacar la creciente internacionalización de la moneda china. Recientemente, el gobierno británico emitió por primera vez en Occidente bonos en yuanes por valor de 480 millones de dólares. En abril de este año, el yuan chino se convirtió en la séptima moneda más utilizada en pagos internacionales y en 2013 ya se había convertido en la segunda moneda más usada en el comercio mundial, por delante del euro. Numerosas plazas se pelean en Europa y en el mundo por establecer mercados del yuan. El potencial de la moneda china como futura divisa de reservas parece estar fuera de cuestión.
Las empresas chinas, en gran medida públicas, aumentaron un 21,9 por ciento sus inversiones en el exterior en los primeros nueve meses del año. Es una tendencia al alza que cuenta con el decidido apoyo de su gobierno. Algunas de esas inversiones se orientan a adquisiciones totales o parciales de empresas en dificultades de Occidente. Algo de ello hemos podido constatar en España. Otras se orientan a mejorar las infraestructuras básicas en condiciones bien accesibles, dando así salida a sus propios excesos de capacidad en un momento complejo de la economía china a pesar de sus envidiables, pero moderadas respecto a las habituales, tasas de crecimiento. Esa capacidad, desconocida en otros lares, consigue trazar rutas y corredores económicos no solo sobre el papel sino con disponibilidad para alterar la geoeconomía global.
Muchas de estas operaciones se concretan en el marco de giras de los líderes políticos. En la reciente visita del primer ministro Li Keqiang a Europa, los acuerdos firmados con Alemania, el único país que visitó dos veces desde que asumió el cargo el año pasado, equivalían a un monto de 18.100 millones de dólares y los firmados con Italia a más de 10.000 millones… En su visita a China, el monto de lo firmado por nuestro presidente Rajoy rondó los 4.000 millones, inferior a los 5.000 millones logrados por Zapatero en 2011.
En dicho contexto, pareciera que los datos dados a conocer por el FMI que sitúan a China como la primera economía del mundo en concepto de paridad de poder de compra no parecen disparatados. No obstante, conviene no perder de vista que en términos nominales aun le falta mucho para alcanzar a EEUU, unos 6,5 billones de dólares al menos. Por no hablar del índice del PIB per capita (posición 80) o en términos de IDH (casi 100) o magnitud de la pobreza (82 millones en 2013).
Ese retrato de conjunto nos muestra una potencia compleja, con muchas quiebras y desafíos aun en su desarrollo. Pero no cabe duda que los flujos de inversión china en el exterior aumentarán de forma exponencial en los próximos años en paralelo a la afirmación de su presencia a todos los niveles, monetaria incluida. La aceleración de ese proceso, acogido con notorio entusiasmo en algunas capitales europeas ampliamente movilizadas, amenaza con relegar a España a una posición periférica en tanto en cuanto los actores públicos y privados más directamente implicados no se sacudan esa cierta parálisis que condiciona nuestra capacidad de innovación, ya hablemos de lo económico pero también de lo político.