Las elecciones presidenciales celebradas en Taiwán el pasado 20 de marzo han desatado una aguda crisis política en el país. Lo ajustado de la victoria de Chen Shui-bian, candidato a la reelección por el Partido Democrático Progresista (PDP) y las sospechas de fraude y manipulación han movilizado a la oposición de una forma nunca vista en la isla. Mientras, en Beijing, no se desaprovecha la ocasión para desacreditar el esfuerzo democratizador de Taiwán y retomar las riendas de la “amplia” autonomía política de Hong Kong, presentándose como la última garantía de una estabilidad que en Taipei estaría en peligro.
La diferencia a favor de Chen ha sido de 29.519 votos, es decir, el 0,228% del total de sufragios emitidos. Una diferencia pequeña, aunque suficiente. “Si el margen de victoria hubiese sido de un solo voto, habría seguido siendo una victoria. Esto es lo que significa la democracia”, señalaba el presidente al comentar los resultados y en tono abiertamente descalificador de las protestas de la oposición. Pese a tan estrecho margen, bueno es recordar que Chen Shui-bian ha conseguido millón y medio de votos más que en la elección de 2000, pasando del 39% al 50,1%, con un nivel de participación superior al 80%.
Las razones esgrimidas por la oposición para contestar los resultados de las elecciones presidenciales tampoco son insulsas: ligera diferencia en el escrutinio, un número diez veces superior de votos anulados que en los anteriores comicios (337.297 frente a 122.278), la mayor parte de las papeletas anuladas se han contabilizado en el feudo presidencial de Tainan (más de la mitad) y, por último, el supuesto atentado que ni el propio Presidente parece especialmente interesado en esclarecer.
La estrategia de la oposición, la alianza pan-azul integrada por el Kuomintang (KMT) y el Partido Pueblo Primero (PPP), ha girado en torno a dos ejes: la movilización ciudadana y la impugnación judicial. Su objetivo es triple: conseguir un nuevo recuento, invalidar las elecciones y la creación de una comisión de investigación del atentado.
A las veinticuatro horas de anunciarse oficialmente la victoria de Chen, mientras el Tribunal Supremo ordenaba el precinto de las urnas a petición de la oposición, medio millón de personas salían a las calles de Taipei convencidas de haber sido victimas de una estratagema tramposa: sin el supuesto atentado, lo más probable es que la oposición ganara las elecciones, asegura Lien Chan, rival de Chen. Entre los participantes en la manifestación cabe destacar al ex presidente del PDP, Hsu Hsinliang. La multitudinaria protesta se mantuvo durante ocho días en la Avenida Ketagalan, en el centro de Taipei, hasta que surtieron efecto las peticiones de calma de la Cámara General de Comercio o la Federación de Industrias y pudo concretarse la celebración de una primera reunión entre los hombres de confianza de las partes en litigio para discutir las condiciones de un arreglo político que no llegó a producirse: mientras la oposición reclama la creación de una comisión de investigación mediante un decreto presidencial de emergencia, el Presidente se remite a lo que pueda disponer el Yuan Legislativo. En cuanto al recuento, se estará a lo que digan los jueces.
Ante la falta de acuerdo político, la alianza pan-azul presentaba el lunes 5 de abril una nueva petición ante el Tribunal Supremo de Taiwán solicitando la invalidación de las elecciones, por entender que la Comisión Central violó la ley al no aplazar los comicios a raíz del atentado contra el presidente Chen, un incidente que habría podido condicionar el voto de muchos ciudadanos y privado del derecho de sufragio a no pocos miembros de las unidades militares y de la policía que habían sido movilizados al activar el mecanismo de seguridad. Mientras, el viceministro de Defensa nacional, Lin Cgong-pin, declaraba que las medidas de excepción no afectaron al derecho de sufragio de los movilizados.
Para desdramatizar el conflicto, Chen, reiterando su disposición a aceptar el recuento siempre y cuando se efectúe de conformidad con la ley, ha impulsado una iniciativa legislativa consistente en una modificación de la normativa electoral a fin de facilitar el recuento automático en caso de protesta y si el margen de diferencia entre candidatos es inferior al 1 por ciento. Esta modificación, de ser aprobada, se aplicaría de forma retroactiva. Además incluye la previsión de anulación de las elecciones cuando uno de los candidatos sea herido o asesinado en los últimos siete días de la campaña electoral, afrontando la solución de aquellas dudas que ahora surgen, por ejemplo, si deben ser anuladas las elecciones si el recuento no es favorable a Chen o simplemente investir a su rival, o quien debe asumir los costes derivados del proceso. Pero la oposición ha calificado las propuestas de maniobras dilatorias, exigiendo la promulgación de un decreto de emergencia, sin esperar a una modificación legal.
Confiando en una progresiva desmovilización de sus partidarios, Chen ha combinado sus mensajes de unidad e iniciativas legislativas con la aceptación de dimisiones como la del ministro del interior, Yu Cheng-hsien, quien ha asumido la responsabilidad moral del atentado, o la del director general de la Policía, Chang Szu-liang. Pero se consideran irrelevantes por la oposición ya que el día 12 de abril, por imperativo constitucional, todo el gabinete debía presentar su dimisión en pleno, como trámite necesario del proceso de investidura del Presidente. De otra parte, en un nuevo gesto, Chen ha promovido la formación de una comisión forense independiente para investigar el atentado, fichando al experto estadounidense de origen chino, Dr Henry Lee. La oposición, no obstante, considera que su dependencia de la Fiscalía General y la coincidencia con otras investigaciones, no añade claridad ni resuelve el problema de la confianza en las instituciones próximas al gobierno para resolver el caso.
La campaña y la pre-campaña
Toda la campaña electoral ha sido especialmente dura, con el país prácticamente dividido en dos facciones. El debate en torno a la taiwanización de la isla y las relaciones con el continente, propuestas de Chen, le han facilitado la iniciativa en todo momento. Esa exitosa estrategia le ha permitido al presidente recuperar parte de la popularidad perdida entre los desencantados por su gestión en el dominio económico o social y los defraudados por su aggiornamento en la reclamación independentista; incluso frenar el ascenso de su aliado rival, el ex presidente Lee Teng-hui, de la Unión Solidaria de Taiwán, y también pro-independentista; y situar a la defensiva a su oponente, que ha respondido a las movilizaciones multitudinarias en contra del despliegue militar continental con iniciativas simbólicas como donaciones de sangre o similares.
En los seis meses previos al 20 de marzo, el PDP ha gestionado una larga precampaña. De una parte, hostigando a China continental; de otra, procurando la asociación de sus rivales con las posturas de Beijing. Para lo primero, Chen ha insistido hasta la saciedad en la existencia de un clima de enfrentamiento casi prebélico, una situación de amenaza desproporcionada por parte de China y sus misiles instalados en las costas de Fujian, Guangdong, Jiangxi y Zheijian, cuya función sería intimidar a Taiwán y dejarle sin capacidad de respuesta alguna en caso de agresión. Según Chen, Beijing agravaría esta situación al instalar 75 nuevos misiles cada año y por ello, la simple prueba de uno de esos artilugios la consideraría como un ataque, sintiéndose libre entonces de cualquier otro compromiso anterior (entiéndase la suspensión de las llamadas cinco negativas(1)). Para lo segundo, multiplicó las acusaciones de apoyo secreto a la oposición, denunciando que los “azules” disponían incluso de una sede en Shanghai para hacer campaña entre los comerciantes originarios de la isla y multiplicando las facilidades para sus desplazamientos el día de las elecciones.
Y en paralelo, movilización en Kaoshiung de unas 200.000 personas en apoyo de la aprobación de una legislación en materia de referéndum y la promulgación de una nueva Constitución; o la organización de varias cadenas humanas en las que han participado cientos de miles de personas, iniciativas inspiradas en las protestas de 1989 contra la negativa soviética a aceptar la independencia de los países bálticos, para denunciar la política continental de desarrollo del poderío militar en las zonas cercanas a Formosa así como toda la estrategia de reforzamiento de la Armada (adquisición en Rusia de submarinos y otros buques de guerra) para intimidar a Taiwán. La más numerosa de estas manifestaciones se desarrolló el 28 de febrero, haciéndola coincidir con el aniversario de la represión del KMT en 1947 que abrió el periodo llamado del “terror blanco” con miles de muertos y encarcelados. Así, la percepción social de la existencia de la amenaza china, fundamental para justificar la convocatoria del llamado referéndum defensivo, iría pareja al rechazo al KMT.
El referéndum
Además de las reñidas elecciones presidenciales, el día 20 de marzo los ciudadanos de Taiwán han debido pronunciarse en referéndum sobre dos preguntas relacionadas con el inicio de negociaciones con China continental y sobre el reforzamiento de la capacidad de autodefensa si Beijing no renuncia al uso de la fuerza para avanzar en la unificación del país. La victoria de Chen Shui-bian en las elecciones presidenciales, probablemente muy difícil de cambiar a pesar de las reclamaciones de la oposición, se ha saldado, paradójicamente, con una derrota en el referéndum que debía plebiscitar uno de los ejes esenciales de su política. Bien es verdad que ese fracaso no resta ningún valor al denodado esfuerzo del candidato del Partido Demócrata Progresista, PDP, que partiendo con desventaja ha conseguido movilizar a la ciudadanía y a su electorado hasta niveles nunca vistos, reforzados en el último momento con el atentado frustrado que le ha propiciado el leve empujón necesario para ponerse por delante en el escrutinio final.
La propuesta gubernamental de la Ley de Referéndum, aprobada en noviembre de 2003, pretendía definir los caminos para hacer posible una consulta sobre la independencia del país, hoy “provincia rebelde” de China. Sin embargo, los legisladores, de mayoría opositora al presidente Chen, descartaron expresamente la convocatoria en temas sensibles como “el cambio de bandera nacional, del nombre del país, del himno nacional y del territorio así como la soberanía”. En Beijing, Zhang Mingqing, portavoz de la oficina de asuntos de Taiwán del Consejo de Ministros, advertía entonces contra el peligroso rumbo impulsado por los independentistas del PDP, asegurando que no permanecerían “sentados con los brazos cruzados”, y que China adoptaría acciones para impedir “a toda costa” la independencia de Taiwán.
Con todo, las restricciones impuestas a la normativa impulsada por el gabinete de Chen bien podrían satisfacer a China y aliviar sus temores. De ser un proyecto para contar con los medios legales para proclamar la independencia, el mecanismo resultante ha derivado en una hipotética fórmula para fortalecer la democracia favoreciendo la participación ciudadana en la toma de decisiones sobre asuntos de gran importancia. En suma, que Taiwán podría llegar a ser una especie de Suiza oriental. Ha sido con ese cambio de orientación como el texto ha conseguido el apoyo de la mayoría opositora, inicialmente inclinada a rechazarlo de plano. A pesar de ello, el presidente Chen considerando que el artículo 17 del texto aprobado le faculta para convocar consultas sobre asuntos relacionados con la seguridad nacional en caso de que Taiwán se sienta amenazado por fuerzas exteriores, no ha dudado en promover la consulta.
La decisión de vincular referéndum y comicios presidenciales era arriesgada, pero en ella puede residir buena parte de su éxito electoral, al condicionar los principales ejes del debate electoral, servir de catalizador de sus partidarios y reforzar su imagen de demócrata, una de las cartas de presentación favoritas de Chen. En la precampaña, en una gira por el distrito norteño de Hsinchu, de etnia hakka, una minoría habitualmente posicionada a favor del KMT, insistía en que lo más importante no era el candidato a quien votar sino la participación en la consulta. Por su parte, Chiou I-jen, secretario general del Palacio Presidencial, llegó a afirmar que el fracaso del referéndum podría interpretarse como que Taiwán consideraba apropiada la fórmula “un país, dos sistemas”, que promueve China continental.
Pero los resultados fueron peor de lo esperado. A la primera pregunta respondieron el 45,17% de los electores, y a la segunda, el 45,12%, ambos por lo tanto sin superar el umbral del 50%, mínimo exigible para su validación. No obstante, Chen ha rechazado cualquier atisbo de fracaso personal en esta apuesta, al señalar que el referéndum fue bien acogido, y que, por ejemplo, en la primera pregunta obtuvo 980.370 votos más que en la elección presidencial. Entre los argumentos que explicarían este fracasó señaló que la simultaneidad de los dos escrutinios no favorecía la participación en la consulta porque simplemente la gente se olvidaba de emitir su voto, sin descuidar el efecto del boicot de la oposición o las amenazas chinas. Pero ha reforzado, asegura, el sentimiento democrático de los taiwaneses. Aún así, Chen piensa promover una modificación de la ley para referirse al 50% de los votos emitidos y no del censo total.
La actitud de China
¿Que lectura se hace desde Beijing? La sensación deberíamos calificarla de agridulce (victoria de Chen, fracaso de la consulta), aunque predomina el sentimiento de frustración. Se diría que lo han intentado todo. Al abandonar la presión militar, se apostó por restar capacidad de maniobra al candidato del PDP, intensificando el acoso diplomático y el subterfugio empresarial para propiciar su derrota, lo que le permitiría recuperar el diálogo sobre bases más acordes con los planteamientos tradicionales. Durante la campaña, China se ha cuidado de recordar a todos que la inversión de Taiwán en China continental alcanzó en 2003 la cifra de 3.400 millones de dólares, o que el volumen comercial bilateral asciende a 58.400 millones de dólares, que 60.623 empresas de capital taiwanés se han instalado en el continente, que China es ya el primer socio comercial de Taiwán, que las exportaciones a China han aumentado en 2003 el 20%, etc., e hizo múltiples guiños a la clase empresarial de la isla garantizando la defensa de sus intereses legítimos y prometiendo más facilidades para las empresas taiwanesas que aspiren a entrar en sus mercados, si la cosa va bien. La preocupación de China no era el referéndum en si. No lo considera una iniciativa aislada, sino parte de un calendario que tendrá su punto más álgido cuando se someta a plebiscito la nueva Constitución que promueve Chen.
En los años de mandato de Chen, China ha perdido influencia política en Taiwán y ganado influencia económica. Beijing es como una esponja para Taipei: no hay forma de frenar la atracción de capitales, a pesar de la desconfianza y la inseguridad que aún presiden las no-relaciones bilaterales. Desde 1995 no hay diálogo, pero el negocio crece y crece. La inversión taiwanesa en China continental supera todas las expectativas, a pesar de existir un régimen restrictivo para el comercio y la inversión directa en China, hoy más suavizado y difícil de evitar por la escasa autoridad política existente sobre el mercado y las empresas, que se conducen buscando su propio interés.
En comparación con otros comicios, China ha mantenido la calma, prefiriendo obviar toda demostración de fuerza que en anteriores ocasiones ha deparado resultados muy contrarios a los deseados. Hoy sus dos cartas más valiosas son la consolidación de su influencia entre los medios económicos y financieros de la isla, y la internacionalización del problema, una vez que ahora se siente lo suficientemente fuerte como para desacreditar a Taiwán presentando ante el mundo a Chen como un dirigente irresponsable que amenaza con desestabilizar toda la región.
Ese discurso, más moderado en las formas, pero de mayor calado en sus contenidos, ha dado sus resultados. No solo en Francia, que durante la visita de Hu Jintao en enero, calificó de “error grave” la convocatoria del referéndum, motivando la suspensión temporal de las visitas al país galo de los altos funcionarios de Taiwán. También abriendo una delicada brecha en las relaciones con EEUU. El presidente Chen, haciendo valer su incuestionable condición de demócrata, se ha esforzado mucho en convencer a Washington de la bondad de su propuesta: palabras de admiración para John Kennedy, afirmaciones de exaltación democrática, mensajes sin cifrar acerca de la importancia de reforzar la independencia de Taiwán para dificultar la construcción de un imperio hegemónico y autoritario chino. Pero Bush, ya en diciembre pasado dio garantías a Wen Jiabao, primer ministro chino de visita en EEUU, de que nada haría por alterar la calma en las relaciones a través del Estrecho y desautorizó nuevas ventas militares a la isla, incluidos los radares de detección de misiles que desea Taipei. Los azules acusaron entonces a Chen de debilitar la alianza de EEUU y Taiwán, al cruzar el límite de lo tolerable por parte de Beijing. ¿Tiene Washington más necesidad de Taiwán que de China? EEUU acaba de colocar la primera piedra de su nueva embajada en Beijing, que será el edificio más grande y más costoso construido en el extranjero por el departamento de Estado. En 2008 debe estar acabado y acogerá a unos setecientos funcionarios.
Buen reflejo del delicado estado de las relaciones bilaterales ha sido la dimisión de Theréese Shaheen, presidenta del Instituto Americano en Taiwán, al parecer por presión de Beijing, muy molesto por la actitud protaiwanesa de la “embajadora”. La dimisión de Shaheen provocó la del propio presidente del Consejo de Ministros, Eugene Y.H. Chien.
Chen, convencido de que a EEUU le interesa mantener a Taiwán alejado de la influencia política y estratégica continental, apuesta por reforzar la “identidad nacional”, avanzando en la integración económica pero no en la reunificación política. Los signos de identidad de la isla son, según Chen, la democracia y esa nueva demografía que supone la incorporación de nuevas generaciones de ciudadanos que no han padecido los rigores de la separación a causa de la guerra civil y que se sienten ciudadanos de Taiwán, integrados en la cultura china pero sin el más mínimo sentimiento patriótico. Ello supone un signo de diferenciación muy claro con su rival, que asume la idea de Taiwán como parte de China. Chen, como señalaba a Time recientemente, rechaza la idea de convertir la isla en un segundo Hong Kong. Su propósito ahora es una nueva Constitución, prevista para 2006, coincidiendo con el veinte aniversario de la fundación del PDP, que culminaría la primera fase de la fabricación de ese nuevo país, colocando a China, en plena celebración olímpica, ante la decisión más trascendente de su historia reciente.
El cerco chino ha afectado también a otros aliados menores. Pocos días después de las elecciones se conocía la noticia de la ruptura de relaciones con Dominica, que pasaba a establecerlas con China. Desde 2000, Taiwán había perdido otros tres aliados: Macedonia, Nauru, y Liberia. La pérdida de Dominica se producía en las Antillas, en el entorno de América Central, especialmente importante para Taiwán porque en esa zona concentra un buen número de aliados. Panamá y El Salvador podrían ser los siguientes en cambiar de bando. Por otra parte, algunos países (Suiza, por ejemplo) han iniciado la adaptación progresiva de los pasaportes de Taiwán a la denominación “Chinese Taipei” (como se le conoce en la APEC) y no como taiwaneses, como se venía haciendo hasta hace unos meses.
El futuro
En una democracia joven como la taiwanesa, no existen mecanismos ni previsiones institucionales capaces de digerir una crisis como la actual. Y ante la ausencia de fórmulas institucionalizadas e incluso la desconfianza ante la impregnación partidaria de los mecanismos que podrían sugerir propuestas independientes, solo cabe un ejercicio de entendimiento político. La clave de ese acuerdo radica en la aceptación de los resultados proclamados y en ella misma radica el principal obstáculo. El perdedor Kuomintang (KMT) difícilmente puede aceptar la victoria incontestable de Chen. Siempre había partido como favorito en las encuestas. A pesar del elevado índice de indecisos, la superación de la división en sus filas, razón principal de la victoria de Chen hace cuatro años, asegurando un sólido acuerdo con el Partido Pueblo Primero de James Soong, y el propio descontento ciudadano por una gestión económica y social cuestionada del PDP de Chen, parecían asegurarle la victoria. A priori, la única reserva procedía del efecto electoral que podría tener la doble consulta anticipada por Chen como instrumento movilizador de su electorado. Pero la doble derrota en el plebiscito, declarado nulo al no alcanzar el mínimo de participación exigible, refuerza aún más la convicción de la debilidad política de Chen y su percepción de instrumentalizador en beneficio propio de todas las perversiones imaginables. En suma, Chen no parece haber jugado limpio en este proceso.
La ajustadísima victoria de Chen se explica sobre todo por esa solidaridad del último minuto con el candidato que ha sido víctima de la sinrazón y que ha inclinado la balanza del elevado porcentaje de indecisos, más del quince por ciento al iniciarse la campaña, dejando sobrecogidos a los seguidores del opositor Kuomintang (KMT), que siempre habían ido por delante en la intención de voto. Pero sería un error creer que su triunfo expresa una simpatía absoluta con su política, en especial en cuanto se refiere a las relaciones con el continente. La derrota en el referéndum conlleva el mensaje de que la ciudadanía no desea confrontación ni cree que el mejor camino consista en echar más leña al fuego, respondiendo con más y nuevo armamento a la proliferación de misiles en las costas situadas frente a Qemoy. Hay que desarmar el contencioso y buscar vías de diálogo y de entendimiento que inspiren confianza a las partes.
Ello no debería ser obstáculo para que el KMT reflexionara sobre su futuro político. Muy pocos se explican la candidatura de Lien Chan, una figura en buena medida gastada y en declive. Hace dos años se especulaba con la posibilidad de que Ma Ying-jeou, alcalde de Taipei, quien cosechó una apabullante victoria en las elecciones municipales de diciembre de 2002 frente al candidato del PDP, representara a su partido en estas elecciones, pero solo ha ejercido como director de la campaña electoral. La otra figura destacable y con mucho mayor carisma que Lien Chan es su aliado James Soong, del Partido Pueblo Primero, una escisión del KMT que a raíz de los resultados de las elecciones municipales de diciembre de 2002, decidió apostar por una candidatura conjunta frente a Chen. Esa alianza parecía entonces imbatible.
Pero no solo se trata del candidato, también del discurso, de su incapacidad para renovar el mensaje ante la sociedad, lastrado aún por los efectos de una dilatada presencia en el poder (nada menos que 55 años), y cierta ambigüedad en alusión al manejo de las relaciones entre los dos lados del Estrecho. El KMT, situado ante la hipótesis de la consolidación del fin de su dominio, debe hacer un esfuerzo por adaptarse a la nueva realidad. Algunos de los concentrados en las protestas contra la victoria de Chen sugerían el cambio de nombre del partido, que pasaría a llamarse KMT-Taiwán, como expresión de un deseo más profundo, el de procurar una mayor identificación con ese sentimiento “nacional” que sin duda ha crecido en los últimos años entre una población hoy muy mayoritariamente nativa y que aún asocia en su imaginario al KMT con los “llegados del continente” (no más del 15% de la población actual de Taiwán).
En diciembre próximo se celebrarán elecciones legislativas. El PDP aspira a ampliar su victoria y ya ha anunciado la simultaneidad de los comicios con dos consultas acerca de la reducción del número de diputados (que pasaría de 225 a 113) y la realización de una investigación sobre el origen de los bienes públicos apropiados por el KMT, en lo que muchos interpretan como la respuesta a la iniciativa de Lien Chan y James Soong de convocar una consulta para forzar la investigación del atentado del 19 de marzo.
El espejo de las propuestas de Chen para el futuro será ese texto constitucional que deberá ““y no será fácil- consensuar con una oposición hoy muy crispada. Su rechazo a la idea de convertir la isla en un segundo Hong Kong, que vive horas amargas al cerrar el Comité Permanente del Parlamento chino cualquier posibilidad de amplio autogobierno que no sea el diseñado restrictivamente por Beijing, es comprensible para muchos ciudadanos de Taiwán, pero difícilmente será secundado ““y comprendido en el exterior- si para ello se tensiona la sociedad al limite de la fragmentación y se pone en peligro la propia credibilidad del sistema democrático.