Escocia y la Caja de Pandora europea

En 1802 Hegel escribió uno de los libros más importantes del siglo XIX: La Constitución Alemana. En él, hacía un llamado a la formación de un Estado unitario, como requisito para que los germanos se adentrasen en los tiempos modernos. Para ese momento, en efecto, Alemania se encontraba dividida en diversos reinos, principados, ducados y territorios eclesiásticos.

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En 1802 Hegel escribió uno de los libros más importantes del siglo XIX: La Constitución Alemana. En él, hacía un llamado a la formación de un Estado unitario, como requisito para que los germanos se adentrasen en los tiempos modernos. Para ese momento, en efecto, Alemania se encontraba dividida en diversos reinos, principados, ducados y territorios eclesiásticos.

En dicha obra Hegel hacía referencia al principio de organización feudal que prevalecía en Alemania y que reconocía y garantizaba a cada una de sus partes integrantes el derecho a ir por su lado. Se trataba, en efecto, de una prerrogativa defendida por todos y que se asentaba en la llamada libertad alemana. Para Hegel esta tal libertad no era más que un anacronismo que mantenía a los germanos de espaldas al curso de la historia y que los colocaba en manifiesta minusvalía frente a los grandes estados nacionales de Europa.

Pasarían varias décadas, sin embargo, antes de que tomará cuerpo un moderno Estado alemán producto de la unificación entre sus distintos componentes. En 1871, y gracias al impulso militar y político de Bismarck, surgía bajo la forma de un imperio la Alemania que hoy conocemos (y que por cierto volvió a dividirse en dos entre 1945 y 1990).

También en Italia comenzó, a partir de 1815, un movimiento a favor de la unificación del país el cual, al igual que Alemania, se encontraba escindido en múltiples reinos, principados y ducados, así como en un Estado papal. Tal movimiento conocido como el Resurgimiento, tuvo como su mayor exponente intelectual a Mazzini. Éste, a diferencia de Hegel que escribía sus obras en un idioma común a todos los alemanes, debía escribir las suyas en francés. Eran en efecto tantos los dialectos y variantes del italiano que no resultaba posible expresarse en un idioma comprensible para todos.

Tras largos años de conspiraciones y combates el nuevo Estado italiano pudo hacerse realidad en 1861. Aunque habría que esperar hasta 1871 para que Roma, hasta entonces bajo control papal, se convirtiera en la capital de un reino unitario. Fue a partir de entonces cuando pudo surgir también otra creación: un lenguaje que resultara común a todos los italianos.

Cuando personajes como Hegel, Bismarck, Mazzini, Garibaldi o Cavour predicaban y luchaban por la conformación de grandes estados unitarios estaban convencidos de que la fuerza de la historia los acompañaba. ¿Cómo pudieran podido imaginarse que en la segunda década del nuevo milenio la modernidad se identificaría con la búsqueda de las fracturas estatales, las autonomías desatadas y la proliferación de lenguajes diversos al interior de los estados?

Bajo este estado de cosas la marcha de los tiempos apunta en dirección a los particularismos culturales. Reivindicar tradiciones locales o regionales, dialectos, costumbres específicas es aspiración generalizada.

El fenómeno anterior se hizo sentir con especial  virulencia tras la desmembración del eje soviético en Europa y la implosión de la propia Unión Soviética. Con la caída del muro de contención representado por la ideología, los particularismos étnicos y culturales se desataron propiciando la fractura violenta o negociada de diversos estados.

Hoy dicho fenómeno se hace sentir al interior de dos de los grandes estados europeos que sirvieron de ejemplo a Hegel y a Mazzini. Cataluña parte de la España despedazada por la invasión musulmana pero reunificada en el siglo XV por los Reyes Católicos, pugna por separarse del Estado español. De la misma manera Escocia, que en 1707 se unió oficialmente a Inglaterra pero que desde 1603 había estado hermanada a aquella bajo la corona común de los Estuardo, busca una identidad estatal independiente.

En ambos casos la vía del referendo decidirá el futuro de estos pueblos. Un acuerdo alcanzado con el gobierno de Londres permitirá que el 18 de este mes los escoceses decidan si quieren seguir formando parte del Reino Unido.  Los catalanes, de su parte, se abocan a celebrar su consulta el próximo 9 de noviembre. Esta ultima, sin embargo, se celebrara pasando por encima de las negativas del gobierno y del parlamento españoles. 

De acaso prevalecer la secesión escocesa se abrirá una Caja de Pandora que podría llevarse por delante la integridad estatal europea. Ello no solo daría vuelo a los catalanes sino también a los vascos, seguidos por los corsos en Francia, la Padania en Italia y flamencos y walones en Bélgica.

Si bien las encuestas en Escocia dan algunos puntos de ventaja al NO, es necesario recordar que en 2014 se conmemora el séptimo centenario de la Batalla de Bannockburn, acontecimiento icónico de la historia escocesa en el cual se derrotaron los intentos anexionistas de Inglaterra.

En pocos días sabremos si la tempestad se cierne sobre Europa.