En China no ha pasado desapercibido el mensaje de la secretaria de Estado Hillary Clinton en la universidad George Washington, anunciando que EEUU incrementaría su apoyo al uso de Internet como instrumento para presionar a los estados autoritarios, usando la tecnología virtual como instrumento para desestabilizar y cambiar regímenes, alentando así una nueva ola democratizadora. La posterior reunión de Obama con los “señores de la Red” ha escenificado la nueva estrategia que contempla el uso de estas tecnologías como aceleradoras del cambio político.
Ello significa que un gran pulso, “crítico” según expresión de la propia Clinton, se ha abierto y con dos escenarios preferentes inmediatos. El primero atañe al desarrollo propiamente tecnológico. El segundo afecta a la dilución progresiva de los límites que afectan a la libertad de información y expresión en la Red.
Al reconocer la superioridad de Washington en ambos dominios, China, cuyo número de internautas supera ya el total de la población de EEUU, asume el reto de adaptar gradualmente su nivel de censura de forma que no pueda ser equiparado a un nuevo muro de acero informativo, si bien anteponiendo la seguridad nacional a cualquier otra consideración, lo cual, habida cuenta de lo extenso de la interpretación de dicho concepto por las autoridades, semeja un ejercicio cuya sinceridad es cuestionable. Lo más probable es que este pulso lleve a China no solo a extremar su tira y afloja en la Red sino a arbitrar medidas de respuesta que incluyan la configuración de una senda propia y cada vez más distanciada del desarrollo de Internet, ensanchando progresivamente el foso que les separa de la Red global. La temporalidad de esta situación es imprevisible.
No obstante, la mejor forma que China tiene de “defenderse” de la Red consiste en mejorar la libertad del flujo de información, oficialmente reconocida como “no tan buena” como en EEUU o Europa. La libertad de información es una meta que el gobierno de Beijing, muy a la defensiva en esta materia, debiera asumir como parte inseparable de cualquier elemental esfuerzo democratizador dirigido no solo a la propia sociedad china sino al conjunto de la comunidad internacional para evitar la apropiación de la Red por parte de ningún país, cualquiera que sean sus intenciones.
Considerar que la estabilidad política de China depende de su nivel de eficacia en el control de la Red es igual de absurdo que pensar que en el gigante asiático puede operarse una situación similar a la vivida en el Magreb y en Medio Oriente por el solo hecho de disponer de libre acceso a estas tecnologías. Pero lo delicado y complejo de los años venideros en China aporta a la Red un valor catártico clave que ambas partes perciben a la perfección.