20050202 beijing wen jiabao e hu jintao

Hu Jintao: ¿un dirigente débil?

La ciudad de Dongguan, clic para aumentar
¿Son sólidas las bases de Hu? A simple vista, el tándem Hu-Wen no parece tener rivales en el liderazgo. A diferencia de Jiang Zemin, su antecesor, quien en diferentes fases de su largo e irregular mandato debía tener en cuenta la sombra de Deng o las posiciones e intereses de Li Peng, Zhu Rongji, o de Qiao Shi, todas ellas figuras de dilatada experiencia política, Hu incluso parece haber reducido en estos años la influencia de su principal rival, Zhen Qinghong, afín a Jiang, promoviendo a personas procedentes de su etapa al frente de la Liga de las Juventudes Comunistas. (Foto: Wen Jiabao, á esquerda, e Hu Jintao en febreiro de 2005).
 

En un artículo recientemente publicado en The New York Times, el reputado y habitualmente bien informado Nicholas D. Kristof advierte sobre la inminencia de turbulencias en la política china debido, en esencia, a la debilidad del liderazgo de Hu Jintao. Según Kristof, que llega a comparar a Hu con el breve Hua Guofeng, fracasado rival de Deng Xiaoping a la muerte de Mao, la causa esencial del bajo perfil de Hu radicaría en su falta de coraje para tomar iniciativas en el ámbito de la reforma política, su retroceso ideológico y la apuesta por la represión como medio para garantizar la estabilidad del país.

Es verdad que no pocos, dentro y fuera de China, esperaban de Hu Jintao, elegido secretario general del Partido Comunista en noviembre de 2002, un impulso a la democratización. Y es cierto que esas expectativas, cuando casi alcanzamos el ecuador de su mandato ““siempre que sea reelegido y las supuestas turbulencias no lo impidan”“, no se han visto corroboradas en modo alguno. Respecto a la represión, la verdad es que se ha vuelto cada vez más sofisticada y matizada: los síntomas de cierta liberalización que vive la sociedad china contrastan con la persecución de toda cuanta discrepancia que pueda contener el mínimo germen de desafío. Pero debemos diferenciar esa represión de aquella otra que involucra a los poderes locales en la pésima gestión de conflictos sociales y que, en líneas generales, no recibe el aplauso del poder central. Y en este aspecto, Hu no parece más represor que sus antecesores.

El discurso político de Hu no presenta grandes novedades. Las iniciativas se han desarrollado esencialmente en el campo diplomático o en las relaciones con Taiwán (diálogo directo con el KMT); el ámbito económico, la vuelta al campo y la próxima regulación de la propiedad privada, dan cuenta de cierto compromiso con la reforma y su continuidad. En política, su nacionalismo de ascendencia confuciana predomina sobre cualquier otra consideración. Pero, ¿cabe esperar más? Kristof sitúa a Hu en las mismas coordinadas ideológicas que Song Ping, uno de sus primeros mentores, pero es sabido que su elección fue realizada a instancias del propio Deng, y tanto él como el primer ministro Wen Jiabao, son considerados por algunos, continuadores de Hu Yaobang, el liberal por antonomasia en los tiempos del denguismo, y cuenta en su trayectoria con el beneplácito de consagrados reformistas (Qiao Shi o Hu Qili, por ejemplo). Así las cosas, es difícil saber quien es realmente Hu. Probablemente haya absorbido influencias de todos los citados. Pero la esencia de su política es el continuismo y de producirse novedades, no sería antes de iniciar su segundo y último mandato, después de la celebración del próximo Congreso del PCCh (2007), cuyos preparativos ya han comenzado, sin que, a priori, se vislumbren grandes novedades.

¿Son sólidas las bases de Hu? A simple vista, el tándem Hu-Wen no parece tener rivales en el liderazgo. A diferencia de Jiang Zemin, su antecesor, quien en diferentes fases de su largo e irregular mandato debía tener en cuenta la sombra de Deng o las posiciones e intereses de Li Peng, Zhu Rongji, o de Qiao Shi, todas ellas figuras de dilatada experiencia política, Hu incluso parece haber reducido en estos años la influencia de su principal rival, Zhen Qinghong, afín a Jiang, promoviendo a personas procedentes de su etapa al frente de la Liga de las Juventudes Comunistas. Jiang, urgido a disgusto a presentar su dimisión como presidente de la Comisión Militar Central en favor de Hu, o Zhu Rongji, ambos al parecer descontentos con la falta de atrevimiento político de Hu, nunca han gozado de buena imagen interna y sus fidelidades podrían haberse diluido muy rápidamente.

¿Dónde habitan, pues, los riesgos? No en la insatisfacción de algunos ex dirigentes centrales, sospechosamente disconformes con el ritmo de la reforma en lo político, sino, más probablemente, en el cúmulo de dificultades y claroscuros que presenta la reforma y que puede hacer germinar más de un discurso alternativo dentro del propio Partido. Ya hablemos de las desigualdades sociales, de los problemas financieros, o del medio ambiente, las fronteras entre lo estrictamente económico y los problemas sociales o políticos se diluyen y la exigencia de soluciones que no pueden ser aplazadas, puede provocar la aparición de tensiones fragmentadoras de la solidaridad política que vertebra esa larga y no desinteresada militancia de más de 70,8 millones de comunistas chinos. Parece llegado el momento en que la exigencia de una mayor calidad en el crecimiento chino impone sacrificios a unos y a otros, y ello da lugar a la toma de posiciones y a la conformación de grupos de interés que rivalizan y que pueden abrir grietas importantes, no en el poder central, sino entre este y algunas regiones o sectores económicos (ya hablemos de Shanghai o de la industria siderúrgica), que no están dispuestas a sacrificar sus expectativas de desarrollo, muy vinculadas a la economía internacional, o de subsistencia, para satisfacer las exigencias de armonía que plantea Hu en relación al conjunto del territorio y la sociedad china.

Mal que nos pese, la autoridad real de Hu y la prueba de su liderazgo no pasa hoy por su empeño en impulsar la reforma política (en la que tampoco creen los lideres regionales ni los sectores económicos vinculados a la iniciativa privada ni las grandes multinacionales chinas integradas en la economía internacional), sino por su capacidad para imponer el poder del centro sobre las regiones y asegurar la complicidad con las estrategias centrales de los grupos económicos tentados por la autonomía. Como impedir esa exacerbación del regionalismo en detrimento del centro? Es posible la recentralización sin que medie un pacto interno? Otra vez se desaconseja una reforma política democratizadora que en las actuales circunstancias podría reforzar aún más el poder de las elites regionales. Ahora y en el próximo lustro, ese temor podría obligar a Hu a un manejo más conservador del proceso de reforma. ¿Problema? Va a contracorriente.

Xulio Ríos (La InsigniaArgenpress, 23/06/2006, El Periódico, 12/07/2006)