Na foto a sala do Consello de Seguridade de Nacións Unidas

La compleja trilogía y el ataque por la espalda

El mundo evidencia la interacción de tres conjuntos de actores. susceptibles de definir el orden internacional de los próximos años. El primero de ellos es el eje revisionista que busca dar al traste con el orden internacional liberal que, bajo el amparo de los Estados Unidos, surgió tras la Segunda Guerra Mundial. El segundo, es el orden internacional liberal mismo. El tercero, es un movimiento populista iliberal de ultra derecha. Mientras los dos primeros grupos de actores se encuentran enfrascados en una Guerra Fría cada vez más tensa, el tercero amenaza la subsistencia del segundo desde adentro.

El eje revisionista

El eje revisionista tiene como sus principales protagonistas a China, Rusia, Irán y Corea del Norte, aunque incluye también a actores de reparto de importancia variable. Entre estos últimos se encontrarían, entre otros varios, Bielorrusia, Cuba, Venezuela o Nicaragua. Este grupo no sólo buscaría dar forma a un orden internacional alternativo al dominado por Estados Unidos, sino dar rienda suelta a los objetivos de expansión geoestratégica regional de sus principales miembros.

El denominador común presente dentro de este eje es el sistema autocrático de gobierno (aunque en algunos casos, como el de Corea del Norte, la naturaleza de su régimen resulte más propiamente totalitaria). No en balde, Anne Applebaum se ha referido a este eje como “Autocracia Inc.”. (Autocracy Inc., New York: Doubleday, 2024). La cooperación creciente entre sus protagonistas centrales, ha hecho que algunos analistas occidentales encuentren importantes similitudes entre este eje y el de las potencias totalitarias de finales de los años treinta del siglo pasado. (Hal Brands, “Hamas Consigns the Pax Americana to History Books”, Bloomberg, October 9, 2023). Esto último, desde luego, no auguraría nada bueno pues el desafío de aquellas al orden predominante de aquel entonces, desató la Segunda Guerra Mundial.

Lidiar con esta coalición de regímenes autocráticos, abocados a sustituir el orden establecido, no es tarea fácil. Ello, por razones como las siguientes. Primero, cada una de ellas plantea un reto de disrupción profundo a dicho orden en distintas regiones del planeta. Segundo, con China buscando dotarse de 1.500 cabezas nucleares estratégicas en los próximos años, la paridad nuclear actualmente existente entre Estados Unidos y Rusia desaparecería. Washington se vería confrontado de manera simultánea a dos rivales que duplicarían su capacidad en armamento nuclear estratégico, lo cual tendría importantes repercusiones en el plano político. Tercero, este eje revisionista pasa a representar un nuevo centro de gravedad geoestratégica susceptible de atraer a todos aquellos países insatisfechos con el orden internacional prevaleciente. Cuarto, los miembros de este eje disponen de la capacidad alternativa de coordinar sus acciones o de beneficiarse de las acciones de los otros. Ejemplo de esto último vendría serían las ventajas que China deriva de la desatención estratégica hacia sus propias acciones y el drenaje en el stock de misiles estadounidenses, que la guerra en Ucrania le impone a Washington.

El orden internacional liberal

Para hacer frente a la disrupción del orden internacional liberal que el eje revisionista plantea, Estados Unidos y sus aliados, máxima expresión de este orden, se han abocado a la construcción de un escudo de contención. Más allá de los mecanismos de seguridad colectiva de post-guerra, de entre los cuales sobresale la OTAN, un conjunto variado de organismos y mecanismos novedosos han cobrado forma. En su mayoría, estas iniciativas buscan mantener a raya el expansionismo geoestratégico chino (y en menor medida las amenazas representadas por el régimen de Pyongyang), pues en el escenario europeo la OTAN se basta a sí misma.

Con un grado articulación institucional variada, encontraríamos allí iniciativas como las siguientes. Estados Unidos, Japón, Australia e India dieron forma al llamado Quad. Australia, Reino Unido y Estados Unidos, crearon al AUKUS. Japón y Australia firmaron un acuerdo de seguridad bilateral. Japón (quien duplicó su presupuesto de defensa al 2% de su PIB) estableció un comando militar conjunto con Estados Unidos, así como una fuerza litoral de defensa combinada en proceso de equiparse con armamento misilístico de última generación. Pasando por encima de sus rencores históricos Corea del Sur y Japón dieron forma, junto a Estados Unidos, a un mecanismo de seguridad trilateral. Japón, Estados Unidos y Filipinas mantuvieron, a su vez, una primera cumbre trilateral que busca traducirse en un mecanismo de seguridad conjunta. Filipinas renovó el Tratado de Defensa Recíproca con Estados Unidos, expirado desde 2016.

Europa ha incrementado sus contactos con Taiwán, pasando a revalorizar la condición democrática de esta isla, al tiempo que Alemania y Francia han enviado naves de guerra al Mar del Sur de China en desafío a las pretensiones chinas sobre el 90% de este. La OTAN ha actualizado la naturaleza de su “concepto estratégico”, identificando por primera vez a China como una amenaza a sus intereses estratégicos. Australia, Nueva Zelandia, Japón y Corea del Sur fueron invitados a la última Cumbre de la OTAN, denotando la existencia de una alianza tácita entre esta organización y los cuatro países referidos.

Más allá de la articulación de una red de contención en el escenario Indo-Pacífico, se evidencia un acercamiento geoestratégico de Europa y la OTAN con los aliados de Estados Unidos en dicho escenario. De la misma manera en que el eje revisionista asume carácter global, también lo hacen quienes sustentan el orden internacional liberal.

El populismo iliberal

Finalmente, en esta última década ha irrumpido con fuerza inusitada un tercer conjunto de actores que se acobija bajo el populismo de ultra derecha. El mismo se ha manifestado desde Estados Unidos hasta Europa y desde Brasil hasta Filipinas. Sin embargo, es en los predios del mundo desarrollado donde este adquiere mayor capacidad de disrupción. Tanto Estados Unidos como Europa se han visto impactados por el desafío anti liberal que este populismo conlleva. El mismo se caracteriza por su nacionalismo extremo y por su carácter de movimiento civilizacional. Lo primero lo coloca en curso de colisión con el internacionalismo, la globalización y cualquier otra manifestación de cosmopolitismo. En tanto tal, es aislacionista y anti Europeo. El partido Republicano estadounidense se ha convertido en buena expresión de ese aislacionismo, mientras que entre los partidos de la ultra derecha europea prevalece un fuerte sentimiento anti Unión Europea.

El carácter civilizacional aludido responde a la percepción de si mismos como expresión de una civilización blanca y cristiana que se ve amenazada por una inmigración de color, no asimilable culturalmente. Teorías tales como la de la “Ansiedad de la Extinción Blanca” en Estados Unidos o la del “Gran Reemplazo” en Francia, ejemplifican bien esta posición.

Pero más allá de lo anterior, el populismo de ultra derecha proclama un conjunto de ideas tradicionalistas que no sólo lo colocan a contracorriente de los valores liberales, sino en estrecha sintonía con las que sostiene Vladimir Putin en Rusia. En su discurso del estado de la nación del 29 de febrero del 2024, Putin aludió a como algunos países “deliberadamente destruían normas de moral, instituciones y sentido de familia, empujando a sus pueblos hacia la degeneración y la extinción”. (Ksenia Luchenko, “Conservatism by decree: Putin as the figurehead for the global far right”, European Council on Foreign Relations, 1 March, 2024). Nociones como éstas lo han convertido en ídolo de la ultra derecha populista.

Sin embargo, la admiración hacia Putin, por parte de esta última, trasciende el plano de los valores familiares tradicionales para ubicarse también en áreas como el rechazo a la inmigración, a la globalización o al islamismo. Más aún, el rechazo de buena parte del populismo de ultra derecha hacia la OTAN o hacia la Unión Europea, encuentran en Putin un aliado natural.

Los partidos de la extrema derecha europea, valga destacarlo, se dividieron en relación a la invasión rusa a Ucrania. Aquellos integrados al grupo Identidad y Democracia (ID) se han abstenido de criticar o sancionar a Moscú. Los que conforman el llamado grupo Europeo Conservador y Reformista (ECR), por el contrario, han participado de las sanciones en su contra. Una y otra agrupación de partidos coinciden, sin embargo, en la deconstrucción de la Europa liberal de post-guerra, objetivo que los unifica. No en balde se ha argumentado que el gran vencedor del auge de los partidos ultra nacionalistas en las elecciones parlamentarias europeas de junio pasado fue, precisamente, Vladimir Putin. (Natasha Lindstaedt, “European populists back Putin as they roll-out their anti-Ukraine positions”, The Conversation, June 29, 2024). Valga añadir que Donald Trump calificó a dicha invasión como la acción de un genio.

El fortalecimiento creciente de la ultraderecha populista se ve ejemplificado por factores como los siguientes. Primero, la cerrada competencia presidencial en Estados Unidos donde Trump podría resultar ganador. Segundo, la alta posibilidad de que Marine Lepen resulté ganadora en las elecciones presidenciales francesas de 2027. Tercero, el hecho de que en Hungría e Italia la ultra derecha sea gobierno, mientras que en Países Bajos, Finlandia y Croacia forme parte de las coaliciones gubernamentales. Cuarto, tanto en Francia como en Suecia la ultra derecha, aún no siendo parte de las coaliciones gobernantes, resulta el factor clave para el sostenimiento de las mismas. Quinto, la extrema derecha obtuvo el primer lugar en las elecciones legislativas austríacas de septiembre pasado. Sexto, en las recientes elecciones legislativas de Portugal y Eslovaquia, la ultra derecha aumentó significativamente su votación. Séptimo, el triunfo electoral de la derecha extrema en las elecciones regionales de Brandemburgo, Sajonia y Turingia en Alemania. Octavo, el importante posicionamiento obtenido por la ultra derecha en las elecciones del Parlamento Europeo, donde en casos como los de Francia, Alemania, Países Bajos y Austria, obtuvó la mayor votación dentro de sus respectivos países.

¿Quién evidencia mayor debilidad?

Así las cosas, las potencias revisionistas, los países que encarnan el orden internacional liberal y los movimientos populistas de ultra derecha interactúan de manera altamente dinámica. El problema para el orden liberal proviene del hecho singular de verse sometido a una fuerza de tenaza. La misma se expresa por vía del eje revisionista en el exterior y el populismo iliberal de ultra derecha en el interior.

En el corto plazo, el desenlace de este proceso dependerá del resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. De ganar Trump el orden liberal podría tener sus días contados. Ello, en función de su postura anti OTAN, de sus convicciones neo aislacionistas, de su percepción de la Unión Europea como un contrincante económico, de su aproximación transaccional hacia los aliados del Indo-Pacífico y de su predilección por los gobernantes autocráticos. Más aún, este triunfo sentaría las bases para la conformación de alianzas naturales con la ultra derecha europea, en adición al fortalecimiento de aquella que esto implicaría. De ganar Harris, por el contrario, el orden internacional liberal obtendría un segundo aire. Ello permitiría que el escudo de alianzas frente al eje revisionista permaneciese en pie.

En el más largo plazo, sin embargo, las perspectivas del orden internacional liberal no resultan las mejores, aún cuando Harris triunfase la próxima semana. Ello deriva, como dicho, de la necesidad de confrontar a fuerzas abocadas a su destrucción tanto en los planos internacional como doméstico. Así las cosas, su final podría venir por el éxito de sus enemigos externos, por el éxito de sus enemigos internos, o por un proceso de implosión determinado por la presión simultánea de ambos frentes.