La elección de Li Peng

La reunión que estos días inicia la Asamblea Popular Nacional (Parlamento) de China constituye el último acto de un guión milimétricamente trazado por el XV Congreso del Partido Comunista celebrado el pasado mes de septiembre. Este macro-Parlamento, que agrupa a casi tres mil diputados de los que, oficialmente, un 70% son miembros del Partido Comunista, se reúne una vez al año en Beijing por espacio de quince días, para debatir y aprobar (en buena medida, ratificar) las principales decisiones adoptadas por el Partido.¡en sus cinco años de mandato se habrán reunido poco más de dos meses!…

Pero a pesar de tan limitado teatro de operaciones, en los últimos tiempos, lo que aparentemente solo podría calificarse como mero ritual, ha ofrecido, sin embargo, alguna pequeña sorpresa, especialmente reveladora por poner de manifiesto una cierta voluntad de autonomía política respecto a otras instancias del Estado. Qiao Shi, la gran baja del XV Congreso, fue el impulsor de esa estrategia de revalorización de la institución parlamentaria y en general del derecho. Con ella pretendía asegurarse una base política de apoyo, pero también profundizar en la división y separación de poderes, entre el Estado y el Partido, eliminando progresivamente esa dualidad real que diferencia entre simples ciudadanos y miembros de la burocracia partidaria. Todos debieran estar sometidos a una misma disciplina: el imperio de la ley. Era un nuevo adiós a Confucio (para quien todo gobierno basado en la ley derivaba en tiranía) y la superación efectiva de quienes contemplaban la fiebre legisladora como una mera exigencia de la kaifang (apertura), para dar seguridad a los inversores extranjeros, sin transcendencia para los chinos.

Jubilado por el Partido, Qiao Shi ya no contará en este cónclave y está por ver en que medida sus ideas han cuajado. El cuerpo de diputados que ahora inicia su mandato por cinco años se ha renovado de forma importante y pese a que, formalmente, ese llamado a configurar un estado de derecho permanece vigente, todo parece indicar que el Parlamento pretende atarse más en corto a las riendas del Partido. La autoridad política real se ejerce desde el Partido, hoy como siempre deudor de una concepción que reduce las demás instituciones del sistema a un papel meramente instrumental.

Al margen de incorporar al cuerpo legal chino las decisiones del XV Congreso relacionadas con las formulaciones doctrinarias del “pensamiento Deng Xiaoping”, serán dos las grandes cuestiones que marcarán la agenda de esta reunión. En primer lugar, el futuro de algunos líderes. Li Peng, que deberá abandonar su actual cargo de primer ministro por imperativo constitucional (artículo 87), a sus casi 70 años es aún demasiado “joven” para retirarse y todo parece indicar que será el sustituto de Qiao Shi al frente del Legislativo. ¿Puede haber sorpresas? Li Peng, hijo adoptivo de Zhou Enlai, es una figura muy controvertida tanto en el plano interno como exterior por su mediocridad y su estrecha asociación con la represión del movimiento de Tiannanmen. Su elección al frente del Parlamento cercenaría por bastante tiempo una hipotética relectura de aquellos sucesos pues en ellos desempeñó un papel decisivo. Sería una auténtica bofetada a las voces que desde diversos sectores de la sociedad china reivindican la reevaluación de aquella masacre. No sería de extrañar incluso que se registrara un voto de reprobación de un buen número de diputados. Para ser elegido necesitará de un buen calzador.

¿Existe otra alternativa? ¿Dispone Qiao Shi de capacidad para imponer un delfin propio al frente del Parlamento?¿Es la autonomía de Jiang Zemin mayor de lo que se supone? Su desplazamiento a la jefatura del Estado no parece viable pues Jiang Zemin ha dejado clara su voluntad de asegurarse todo el poder en sus manos. Por otra parte, la jubilación “anticipada” no forma parte usual del vocabulario político chino a no ser por caer en desgracia o graves razones de salud. En el XV Congreso se desechó la restauración de la figura del Presidente del Partido, cargo honorífico que bien podría haber asumido Li Peng. La imprevisión en este sentido refuerza sus posibilidades para acceder al cargo que tanto desea.

Jiang Zemin, por su parte, cree firmemente en la necesidad de garantizar a toda costa el equilibrio interno. Por ello, si bien la emergencia de nuevas caras aportaría aire fresco, mejoraría la imagen internacional de China, dignificaría la institución parlamentaria y, sobre todo, facilitaría su propia consolidación como el primus inter pares en el liderazgo chino, no puede ignorar que Li Peng le puede “sujetar” a las fuerzas más conservadoras y evitar desde el Parlamento la aparición de voces disonantes en la cúpula del poder en los comienzos de un tiempo nuevo que se presenta complejo, difícil y problemático.

Si en la elección de Li Peng al frente del Legislativo pueden observarse algunas reservas, no parece ser el caso del tecnócrata Zhou Rongji, de la misma edad que Li Peng, y que, por fin, se verá al frente del Consejo de Estado (gobierno). De esta forma, el “clan de Shanghai” seguirá avanzando en su control de los principales resortes del poder. Las primeras medidas a adoptar por Zhu Rongji consistirán, al parecer, en una drástica y pormenorizada reducción de la inmensa burocracia estatal, pero queda por ver en que medida afectará al omnipotente mandarinato partidario. En realidad, falta Estado y sobra Partido.

El otro gran asunto que privilegiará los debates de esta macroreunión es la reforma económica. A la vista de la evolución de la crisis en los países del Sudeste asiático (que puede afectar a China en forma de reducción de la inversión exterior, bajas en la producción y en el comercio y por lo tanto cierre de empresas y despidos) y la reacción obrera ante la reestructuración iniciada en algunas empresas estatales, es muy probable que el Parlamento opte por recomendar cierta ralentización y cuidado a la hora de enfrentar la reforma de estas empresas. El horizonte de conflictos que se avecina podría afectar a la estabilidad de todo el exitoso proceso de transición china. Precisamente, para afrontar esos desafios sería necesario un Parlamento alejado de las tentativas represoras y seriamente inclinado a estimular el diálogo social. Conocida su trayectoria, es una razón más para desaconsejar la apuesta por Li Peng. De confirmarse, la elección no indicará fortaleza, convicción o seguridad sino que dejará en evidencia el miedo de los actuales dirigentes a los conflictos sociales, su escasa disponibilidad para abrir cauces democráticos de diálogo y mayor participación, su rechazo, en definitiva, a cualquier avance político mínimanente sustancial.