Con el XVI Congreso del Partido Comunista, China ha iniciado una nueva etapa en el desarrollo de la reforma que inició en 1978. La profundización en los cambios acentuará con toda probabilidad las contradicciones de todo tipo y exigirá del Partido, ahora en manos de una nueva generación, gran habilidad para evitar nuevas crisis dramáticas como las vividas a finales de la década de los ochenta.
Dos han sido las principales novedades del mayor cónclave formalmente comunista de la humanidad, celebrado en Beijing, en el Gran Palacio del Pueblo, entre los días 8 y 14 de noviembre. La primera, afecta a los dirigentes. La segunda, a las ideas. Por su envergadura, ambos factores tendrán consecuencias prácticas evidentes en el desarrollo de China en los próximos años.
Por lo que respecta al primer asunto, conviene recordar que Hu Jintao emerge como nuevo líder del Partido y, si todo marcha bien, con el tiempo, también del Estado. Jiang Zemin abandonó su cargo por razones de edad, junto a la práctica totalidad del Comité Permanente del Buró Político, pero conserva aún la jefatura del Estado y la presidencia de la Comisión Militar Central. Lo más probable es que deje paso a Hu Jintao en la presidencia del país en la reunión que la Asamblea Popular Nacional, el macrolegislativo chino, celebrará en marzo próximo. Pero nada es seguro. El propio Jiang debió esperar varios años para sustituir a Yang Sangkun, su antecesor. A priori, cuenta con un gran número de valedores en el Comité Permanente, cinco incondicionales de nueve, que le garantizarían la viabilidad de cualquier decisión que adopte. Nada hay escrito sobre la acumulación de ambos cargos, ni a favor ni en contra. En ningún caso abandonará la presidencia de la Comisión Militar Central, que cuida de la fidelidad de los 2,5 millones de efectivos del Ejército chino a las nuevas directrices políticas emanadas de este Congreso. Esta presidencia convierte a Jiang en el auténtico hombre fuerte del país.
Se sabe muy poco, prácticamente nada, del pensamiento de Hu Jintao. Elegido en su día por Deng Xiaoping para este cargo, de algunos gestos y su experiencia político-partidaria se deduce que estamos ante un reformista, nacionalista moderado, de perfil tecnocrático, un convencido de la necesidad de modernizar China para alcanzar un nivel de vida modestamente acomodado en un país más fuerte y desarrollado. Su rival más directo en el nuevo equipo dirigente es Zhen Qinghong, un protegido de Jiang, que goza de prestigio en el Partido en el que ha desarrollado una fulgurante carrera a su sombra. Pero ambos son continuistas, es decir, rechazan cualquier posibilidad de acompañamiento de las reformas económicas con medidas políticas de naturaleza democratizadora que respondan a las exigencias de Occidente y no tengan en cuenta las especificidades chinas.
Más empresarios, menos obreros o mujeres
El mapa de los nuevos dirigentes, siempre importante porque en China aún mandan más los hombres que las leyes, revela una pronunciada orientación que minusvaloriza el papel de los sectores que tradicionalmente han legitimado el discurso del Partido. Así, por primera vez en mucho tiempo, no habrá en el Comité Permanente ni un solo representante de la clase trabajadora. Wei Jiangxing, presidente de los Sindicatos oficiales, aunque bien es verdad que pasaba más tiempo en la sede del Partido que en la sede de la Federación Nacional, mantenía viva esa versión. Su jubilación no ha sido cubierta por un representante del mismo sector, a pesar de ampliarse el número de miembros del Comité Permanente, que ha pasado de siete a nueve.
Los retrocesos afectan también a otro pilar tradicional, la mujer, a contra corriente de las principales tendencias universales. Entre los 198 miembros del recién elegido Comité Central, apenas se cuentan cinco mujeres. Es decir, un 2,5 por ciento del total. Todo un récord en la historia de la República Popular (a mediados de los años setenta, uno de cada diez miembros del Comité Central era de sexo femenino). Las mujeres representan en la China de hoy el 48,5 por ciento de la población.
La conquista del Partido por los funcionarios se combina, por otra parte, con la gran novedad aportada por este Congreso: la posibilidad de incluir en el mismo a los nuevos empresarios. Por primera vez en la historia del PCCh no se exige, como mínimo, ser revolucionario para militar en sus filas. Basta con profesar “ideas avanzadas”, un concepto ciertamente confuso. La modificación de los estatutos, que incorporan lo que Jiang Zemin llama la teoría de las tres representaciones, inicia una transformación cualitativa del proceso de reforma de consecuencias difíciles de prever, pero que acentúan los rasgos capitalistas del proceso. Bien es verdad que en los documentos oficiales se insiste aún en la necesidad de construir el socialismo, pero asumiendo que ello no será posible sin atravesar un largo periodo de estancia en el capitalismo. Deng Xiaoping formuló en su día los cuatro principios que no podrían ser ignorados para evitar la desnaturalización de la reforma. Uno de ellos es la dictadura del proletariado. ¿Compartirán ese principio los nuevos empresarios que se afilien al Partido?
Más allá de las contradicciones teóricas e ideológicas que suscita la teoría de las tres representaciones, ello es exponente de las crecientes tensiones que abriga el proceso chino. La celebrada entrada en la Organización Mundial del Comercio le exigirá la adopción de numerosas reformas, en múltiples dominios, de la energía a la banca, de los transportes al sistema fiscal, que se traducirán no en un impulso social equivalente y necesario sino en mil y un sacrificios para aquellos sectores que aún conservan sus raíces básicas en un mundo que ha dejado de existir. Muchas de las grandes empresas estatales, la asignatura pendiente de Zhu Rongji, deberán acometer enormes reformas que incrementarán el desempleo, especialmente en el ámbito urbano. En el campo, el estancamiento de la mejora del nivel de vida de los campesinos, y el incremento de la corrupción, exacciones ilegales, etc, puede crecer el descontento.
A pesar de los cuidados adoptados por los dirigentes chinos, les será difícil evitar que se acentúen las desigualdades sociales, ahora que no sólo se ve con buenos ojos la riqueza sino que además se legitima ampliamente con la inclusión en el Partido de sus principales protagonistas. Esa exacerbación se puede producir también en el orden territorial, acentuando los desequilibrios, a pesar de los esfuerzos por impulsar una “conquista del Oeste” que armonice los patrones de desarrollo de las muchas Chinas que hoy coexisten en su territorio. En los próximos ocho años, la provincia costera de Guangdong, en el sur del país, pretende duplicar su actual PIB. Probablemente lo conseguirá pues su proximidad a Hong Kong y la localización en su término de algunas zonas económicas especiales punteras, le facilita la tarea. Pero será un nuevo reflejo del auge de la costa y de la imposibilidad de reducir distancias para las zonas más atrasadas del país.
El PCCh no niega la existencia de estos problemas y afirma ser consciente de la magnitud de estos desafíos, pero no todas las reformas evolucionan a la misma velocidad. Los aspectos sociales o la habilitación de fórmulas de participación democrática, pese a formar parte de la agenda política, no gozan del mismo nivel de prioridad que otros aspectos. Y ello puede pasar factura cuando no baste con afirmar algo cierto, que los chinos de hoy viven mejor que nunca y que, en su inmensa mayoría, reconocen el papel que el Partido Comunista ha desempeñado en las conquistas logradas en las dos últimas décadas.
El silencio de Hu Jintao
Hu Jintao es un líder débil para afrontar tantos desafíos al mismo tiempo. Su situación actual evoca la historia de Wu Ding (1324-1266 a.n.e.), un soberano chino que permaneció mudo durante los tres primeros años de su mandato. Hu Jintao lleva mudo bastante tiempo, pues, proclamas oficiales aparte, apenas se le conocen puntos de vista a propósito del futuro del país. Incluso en sus viajes al exterior, España incluida, la discreción ha sido siempre su principal señal de identidad, quizás por temor a que sus puntos de vista provoquen zozobras y perjudiquen sus aspiraciones. Wu Ding sabía lo que quería, atraer para sí a las personas en las que podía confiar, pero sus ministros no le dejaban y por eso optó por callar hasta estar convencido de que las fuerzas le eran favorables.
Hu Jintao, con gran experiencia política y de excelente formación, si tiene ideas propias sabe que precisará de aliados para llevarlas a la práctica. Hoy no los tiene, debido a esa apabullante mayoría que le adosó Jiang Zemin. Si calla por un tiempo puede que tenga un proyecto para China. Pero en el mundo actual, a diferencia de los tiempos de Wu Ding, no podrá permanecer mudo por mucho tiempo. Lo más probable es que encuentre numerosas dificultades para poder hacer algunas cosas en silencio.