La reacción popular se activó el lunes 28, cuando unas 10.000 personas manifestaron en Beirut por el fin de la ocupación militar siria y la renuncia del gobierno de Lahoud. La presión popular fue tal que el primer ministro Omar Karame (en la foto) dimitió, seguido de la totalidad de su gobierno, lo que fue interpretado como una "victoria popular" de la oposición y una contundente derrota para el presidente Lahoud. | |
La dimisión del primer ministro libanés Omar Karame, tras una jornada de fuertes protestas callejeras, y las tensiones enfocadas hacia Siria e Irán por parte de EEUU, Francia e Israel, colocan al Líbano en el centro de un eventual reacomodo geopolítico regional y como presumible vanguardia para el desarrollo del programa estadounidense del Gran Oriente Próximo. En este aspecto, el escenario libanés muestra un estrecho parecido con los acontecimientos ocurridos en Ucrania a finales de 2004, aunque precedido por un delicado espectro político y étnico-religioso.
De este modo, el Líbano puede convertirse en una nueva "revolución naranja a la ucraniana", visto desde varios países occidentales, con EEUU a la cabeza, como una previsible "punta de lanza" para expandir eventuales procesos democráticos en la región. El problema consiste en que el delicado panorama libanés y las graves tensiones regionales no parecen augurar caminos para la estabilización, con el peligroso agregado de la dinámica violencia que subyace en Oriente Medio. En este escenario tan convulso y turbulento, una serie de inesperados cambios se están suscitando, con varios movimientos geopolíticos clave para entender los presumibles cambios que vienen en la región.
Bush y Chirac se dan la mano
Para empezar, la inesperada crisis libanesa ha provocado un inédito acuerdo entre Washington y París, los dos enemigos más irreconciliables desde la guerra de Irak en 2003. La gira europea de George W. Bush y su encuentro con el presidente francés Jacques Chirac, solidificó un acuerdo para presionar al eje geopolítico sirio-iraní, considerado el nuevo obstáculo para la democratización de Oriente Medio.
Bush y Chirac acordaron presionar, vía ONU, la aceptación de la resolución 1.559 de septiembre de 2004, adoptada por el Consejo de Seguridad, en el que se estipula la retirada de los aproximadamente 15.000 soldados sirios en el Líbano. Posteriormente, a esta decisión se sumaron el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero y el rey Abdaláh I de Jordania.
Del mismo modo, la presión franco-estadounidense sobre Damasco, a la que se une directamente Israel, es un añadido a la que viene realizándose desde hace varios meses hacia el régimen iraní por el desarrollo de su programa nuclear y su influencia en la política regional, especialmente en el Líbano, a través del movimiento Hezbollah.
En Londres, durante la conferencia por la estabilización y reforma económica de la Autoridad Nacional Palestina, la secretaria de Estado Condoleeza Rice volvió a enfilar los ataques estadounidenses hacia el régimen sirio de Bashar al Assad. Del mismo modo, el gobierno de Tony Blair advirtió a Damasco de correr el riesgo de convertirse en un "Estado paria". En la mente de los estrategas estadounidenses y franceses están las elecciones legislativas de mayo, donde la oposición libanesa espera ver el fin del régimen del presidente Emil Lahoud, quien legalizó a finales del año pasado sus intenciones de postularse una vez más para el cargo presidencial y es acusado de poseer una posición pro-siria.
El laberinto sirio
Mientras el escenario internacional manejado desde Washington afincaba su presión hacia Siria e Irán, el Líbano hervía en un furor antisirio, cada vez mayor desde el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri, principal líder de la oposición. A este delicado escenario se le agregó cierta violencia ciudadana, como no se veía en el país desde el fin de la guerra civil en 1990. La semana pasada, en la ciudad de Trípoli, decenas de hombres armados disparando al aire saquearon establecimientos de simpatizantes de Hariri.
La reacción popular se activó el lunes 28, cuando unas 10.000 personas manifestaron en Beirut por el fin de la ocupación militar siria y la renuncia del gobierno de Lahoud. La presión popular fue tal que el primer ministro Omar Karame dimitió, seguido de la totalidad de su gobierno, lo que fue interpretado como una "victoria popular" de la oposición y una contundente derrota para el presidente Lahoud.
En la capital siria, el presidente Bashar sintió con fuerza la amenaza en su contra, lo que le obligó a mover ficha. Anunció la retirada militar siria del Líbano "en los próximos meses" mientras entregaba a las nuevas autoridades iraquíes al medio hermano de Saddam Hussein, Sabawi Ibrahim al-Hasan al-Tikriti, sospechoso de dirigir la insurgencia iraquí desde Siria. Con estos movimientos, Bashar intentó alejar las acusaciones de Washington de esconder a miembros de la resistencia iraquí y ofreció una mano para una resolución pacífica y legal de la crisis libanesa.
Sin embargo, el recelo cunde entre la poderosa élite militar siria y sus conexiones políticas con Irán, la única ventana diplomática que tiene Damasco a su semi-aislamiento internacional desde el fin de la guerra en la vecina Irak. En una entrevista a un diario italiano, Bashar confesó que siente la actual presión estadounidense similar a la que antecedió al fin del régimen de Saddam Hussein, hace casi dos años. Del mismo modo, la sociedad civil siria ha comenzado a organizarse, descontenta por la complicada situación del gobierno de Bashar en el escenario internacional.
Otros acontecimientos regionales también determinaron la decisión de Bashar. El mismo día que dimitió Karame, el peor atentado terrorista desde el fin de la guerra en Irak cobró la vida de casi 150 personas. La responsabilidad del atentado se la atribuyó el supuesto líder de Al Qaeda en ese país, Abu Musab al Zarqawi. Anteriormente, un atentado terrorista en Tel Aviv que dejó cuatro personas muertas y varias heridas, buscó romper la actual tregua entre palestinos e israelíes.
El lunes 28, un diplomático israelí presentó pruebas de la supuesta responsabilidad del grupo libanés Hezbollah, que tiene su base en Damasco y es aparentemente apoyado por Siria e Irán, en el atentado de Tel Aviv, a pesar de que el grupo palestino Yihad Islámica se había atribuido anteriormente el ataque. El primer ministro israelí Ariel Sharon amenazó a Siria con iniciar acciones militares contra ese país por amparar a un grupo calificado de "terrorista", atizando con ello el espectro de una nueva guerra regional.
Los ejes geopolíticos
Lo cierto es que la crisis libanesa está siendo manejada por dos ejes geopolíticos. Por un lado, está la alianza entre EEUU, Francia e Israel, que busca una histórica transformación de Oriente Medio a través del controvertido plan del Gran Oriente Próximo plasmado por el presidente Bush a mediados de 2003. En este aspecto, la caída de un régimen incómodo como el de Saddam Hussein debía ser completado por la contención (o incluso deposición) de otros regímenes como los de Siria e Irán. En la Casa Blanca ven la ocasión propicia, envalentonados tras las transiciones iraquí y palestina, a la cual ahora quieren agregar el Líbano y Siria.
Al mismo tiempo, este polémico plan de onda expansiva de democratización debía tocar también a los dos principales aliados estadounidenses dentro del mundo árabe: Egipto y Arabia Saudita. El régimen saudí permitió el voto femenino en las recientes elecciones legislativas mientras el presidente egipcio Hosni Mubarak pidió al Parlamento el cambio de la ley electoral, tras anunciar la celebración de las primeras elecciones plurales desde 1952, a través del sufragio directo y secreto. Pero en ambos escenarios la situación es compleja, ya que la crisis económica, el sentimiento antiestadounidense y el auge del islamismo político, corren en dirección contraria a los intereses estadounidenses.
El otro eje, sometido éste a una enorme presión, es el de Siria e Irán, contenidos por la diplomacia estadounidense y su presencia militar en Irak, Arabia Saudita, Turquía y Afganistán. Para el presidente sirio Bashar, la situación es tan delicada que cualquier decisión propia supone una reacción automática de todos los actores presentes. Corre el enorme riesgo de perder su influencia en la política libanesa, lo que supondría un debilitamiento de su situación estratégica que no caería nada bien en el estamento militar sirio, con posibles implicaciones internas.
Por su parte, el régimen iraní cuenta con un mayor margen de maniobra diplomático, a pesar de que la retórica le lleve a acusar directamente a EEUU y al "enemigo sionista israelí" como instigadores de la crisis libanesa. Pero los movimientos parecen ambiguos en ambas direcciones: en los últimos días, a pesar de las fuertes presiones y no menos alterada retórica, se ha abierto una alternativa a la negociación sobre el programa nuclear iraní por parte de Teherán, Washington, la Unión Europea y Naciones Unidas.
La "Revolución de los cedros" o cuando Beirut se parece a Kiev
En cuanto a la política libanesa, todo parece augurar el advenimiento de un escenario de cambios. La oposición política se ha conformado en un bloque heterogéneo poco compacto pero unido en su aparente objetivo de acabar con la influencia siria.
Este bloque se cimentó tras el asesinato de Hariri a principios de febrero, mostrando un variopinto espectro: allí se concentran el Movimiento Democrático de Walid Jumblatt, portavoz de los drusos y cristianos maronitas; las Fuerzas Cristianas Libanesas, ilegalizadas por el presidente Lahoud; los miembros de las antiguas falanges cristianas del general Michael Aoun (exiliado en Francia), hoy enrolados en el Frente Libre Patriótico; el Foro Democrático y el Movimiento Democrático de Izquierdas.
Esta comunidad política incluye a miembros de las principales comunidades étnicas, religiosas y de clanes sociales del Líbano, especialmente chiítas, sunnitas, drusos, cristianos y maronitas, ajenos a la hegemonía política de la rama sunnita aleví, dominante en Siria y que algunos consideran como "herética". Sin embargo, tras el asesinato de Hariri, la oposición libanesa carece de un líder carismático que agrupe la legitimidad del movimiento. Su principal portavoz viene siendo Walid Jumblatt, marcadamente antisirio y quien representa los intereses particulares de los drusos.
Del mismo modo, la posible presencia del general Aoun trae malos recuerdos del pasado: sus falanges cristianas contribuyeron con las tropas israelíes, a la matanza de palestinos y chiítas en los campos de Sabra y Shatila en 1982. En aquel momento, el ministro de Defensa israelí era Ariel Sharon.
Si bien la presión popular en la manifestación del lunes 28 contribuyó a la caída del premier Karame, a pesar de que esta manifestación fue considerada por el gobierno libanés como ilegal, la oposición política tiene muchos obstáculos encima. El presidente Lahoud podría negociar un gobierno transitorio en el cual acepte miembros de la oposición, pero que se reserve la facultad presidencial de mantener el control parlamentario, más allá de los comicios de mayo.
Mientras tanto, Beirut recuerda al Kiev de diciembre pasado: la gente sigue en la calle, afincada a su objetivo de democratizar el país y de alejar, por medios pacíficos, la influencia siria.