Pocos términos resultan tan famosos en economía como el de la creación destructiva. El mismo fue acuñado en 1942 por el austríaco Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia. De acuerdo a su autor dicha noción aludía al “proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona a las estructuras económicas desde adentro, destruyendo a las viejas y creando a las nuevas”. Los empleos asociados a las estructuras económicas que mueren son usualmente las victimas más notorias de dicho proceso.
Pocos términos resultan tan famosos en economía como el de la creación destructiva. El mismo fue acuñado en 1942 por el austríaco Joseph Schumpeter en su obra Capitalismo, Socialismo y Democracia. De acuerdo a su autor dicha noción aludía al “proceso de mutación industrial que incesantemente revoluciona a las estructuras económicas desde adentro, destruyendo a las viejas y creando a las nuevas”. Los empleos asociados a las estructuras económicas que mueren son usualmente las victimas más notorias de dicho proceso.
Un buen ejemplo de lo dicho lo encontramos en la evolución de la fotografía. La empresa Kodak llegó a emplear en su momento de esplendor a 145.300 personas alrededor del mundo. Sin embargo, a pesar de haber creado la cámara digital, ésta no supo sacar provecho de su invención y siguió atada a viejos métodos y a viejas tecnologías. Instagram, con un equipo de apenas 15 personas, supo darse cuenta del gigantesco potencial de la tecnología digital en materia fotográfica, creando un “app” que permitió que 130 millones de personas compartieran alrededor de 16 millardos de fotos. Poco antes de que Instagram fuera comprado por Facebook por mil millones de dólares, a finales de 2012, Kodak se había declarado en bancarrota.
Kodak y Facebook
Consumidores del mundo entero que hoy se benefician de la fotografía digital y que son usuarios de Instagram o de Facebook (donde son descargadas sin costo 70 millardos de fotografías al año), no echaran para nada de menos a la venerable Kodak. Sin embargo mientras esta última brindó trabajo a más de 100 mil personas, Facebook cuenta apenas con 4.600 empleados. El costo humano de la creación destructiva es, como vemos, espeluznante.
Desde comienzos de la Revolución Industrial y hasta el ocaso del siglo XX, historias como las anteriores tuvieron sino un final feliz al menos no uno tan dramático. El impulso a la productividad resultante de la “creación”, terminaba generando empleos en nuevas áreas de la economía. Ello permitía absorber a las víctimas de la “destrucción”. Aunque este reajuste resultase traumático para los afectados, no conducía al menos a su exclusión del mercado laboral. No obstante, y tal como lo han demostrado cifras en mano Erik Brynjolfsson y Andrew McAffe en dos libros seminales, desde comienzos de este siglo productividad y empleo se han desacoplado. Mientras la productividad avanza a pasos agigantados, el empleo decrece. En efecto, la tecnología que posibilita lo primero es, a la vez, directamente responsable de lo segundo.
El potencial de creación y destrucción de la tecnología digital resulta, en efecto, inédito. Sobre todo cuando no se manifiesta sólo en un área específica, como el de la digitalización fotográfica, sino en infinidad de campos simultáneos que se retroalimentan. Lo característico de ella es que toda actividad humana susceptible de ser codificada puede a la vez ser digitalizada y, una vez digitalizada, puede ser reproducida indefinidamente. Esto último va reduciendo progresivamente los costos de tal actividad hasta hacerlos virtualmente inexistentes.
Paradojas
Para el empleo, la tecnología digital evoca a las hordas de Gengis Khan. La pregunta evidente es quienes pueden estar a salvo de ellas. Autores entre los que se encuentran incluidos los anteriores, pero donde aparecen también David Autor, Maarten Goos o Alan Manning, entre otros, han señalado que sólo quienes se encuentran en los extremos de la escala laboral pueden evitar ser avasallados por el impacto de la tecnología. De un lado, aquellos cuyas labores se identifican con el liderazgo, la creatividad o la intuición frente a las oportunidades. Es decir los situados en el tope. Del otro, aquellos que realizan labores físicas no rutinarias, como son los casos del mecánico, la enfermera o el plomero. Este fenómeno, conocido como la polarización del empleo, se ha visto confirmado tanto en Estados Unidos como en Europa.
La razón de esta polarización es simple. Empleos como los aludidos no resultan codificables. ¿Cómo codificar el liderazgo o la creatividad? ¿Cómo codificar labores no rutinarias que requieren de movilidad y destreza física? Ello responde a dos paradojas que llevan los nombres de quienes las formularon. Una es la paradoja de Moravec, según la cual las labores de alto razonamiento requieren de poca computación, mientras que las labores sensomotoras requieren de mucha. Es decir, las maquinas son esencialmente torpes en este último campo. Aquí se salvan plomeros, albañiles y compañía. La otra es la paradoja de Polanyi, de acuerdo a la cual “sabemos más de lo que podemos decir”. En otras palabras, los seres humanos estamos genéticamente condicionados para realizar actividades que no sabemos cómo explicar o describir. ¿Qué sustenta al liderazgo, o al sentido común, o al buen juicio, o al olfato frente a las oportunidades? Para las maquinas ello resulta imposible de reproducir. En sus límites se encuentra, por tanto, nuestra tabla de salvación.