20081116 dharamsala kelsang gyaltsen e lodi gyari

Tibet, por el “camino del medio”

 Kelsang Gyaltsen y Lodi Gyari; clic para aumentar
Al tiempo que el exilio tibetano se reunía en el norte de la India, en Dharamsala, las autoridades chinas hacían saber su condena de toda tentativa independentista al poco de concluir un nuevo encuentro con Lodi Gyari y Kelsang Gyaltsen, dos enviados del gobierno tibetano en el exilio, unos días después de anunciarse la condena de 55 personas involucradas en las manifestaciones de marzo último. [Foto: Kelsang Gyaltsen (izquierda) y Lodi Gyari en una conferencia de prensa en Dharamsala el 16 de noviembre de 2008].
 

El diálogo seguirá siendo el instrumento fundamental de la reivindicación tibetana frente a Beijing. Así lo han decidido esta semana en Dharamsala los dirigentes de la oposición tibetana en el exilio, pero la puerta a una radicalización no ha quedado del todo cerrada. Los partidarios de una vía más activa van en aumento.

Al tiempo que el exilio tibetano se reunía en el norte de la India, en Dharamsala, las autoridades chinas hacían saber su condena de toda tentativa independentista al poco de concluir un nuevo encuentro con Lodi Gyari y Kelsang Gyaltsen, dos enviados del gobierno tibetano en el exilio, unos días después de anunciarse la condena de 55 personas involucradas en las manifestaciones de marzo último.

Los rumores acerca de una eventual radicalización de las reivindicaciones tibetanas, liderada por algunos dirigentes descontentos con la diplomacia conciliadora del Dalai Lama, de 73 años de edad, se vieron favorecidos por el crecimiento de la influencia de los grupos más pro-independentistas y la falta de resultados a propósito de las demandas autonomistas, situando este problema como punto central de la agenda de la reunión.

El mensaje enviado por Beijing a los reunidos recordaba que su propuesta, hasta la más tímida, colisiona con la normativa constitucional vigente en el país y contradice las bases del sistema político chino, descalificando sin miramientos tanto la reivindicación del Gran Tibet como cualquier hipótesis de aplicación a este caso de la fórmula “un país, dos sistemas”.

La pérdida de esperanza acerca de una relativa generosidad de las autoridades de Beijing aumenta cada día, a medida que acumulan fracasos las negociaciones abiertas entre los emisarios del Dalai Lama y los representantes del gobierno chino, en curso desde 2002. Esta circunstancia da alas a los sectores que amenazan con desbordar la antigua generación de dirigentes, más inclinados a la combinación de negociación y presión pacífica.

Convertido en un icono en Occidente, el Dalai Lama, considerado por Beijing como un ariete de la presión exterior, ve en entredicho su política de impulso del “camino del medio”, consistente en la reclamación de una autonomía “genuina” y “de alto nivel”, que las autoridades chinas consideran un eufemismo destinado a encubrir una independencia efectiva.

En el Libro Blanco sobre el Tibet publicado el 25 de septiembre último, nada nuevo se puede encontrar respecto a la formulación de Beijing, ni en las clásicas excelencias de su dominio (supresión del régimen teocrático, erradicación de la esclavitud, etc.), ni en las políticas actuales más discutibles (modelo de desarrollo de la región o la controvertida protección de la cultura y de la religión).

La modernización del Tibet no puede excluir una dimensión política que supere lo superficial o insista en los clichés habituales que no hacen sino perseverar en la demonización del Dalai Lama. Una mínima flexibilidad podría permitir una evolución positiva y que las negociaciones, en punto muerto, dejaran de ser puro teatro.