Trump: más papista que el Papa

Desde hace varias décadas las ideas conservadoras ejercen una gigantesca influencia sobre la vida política de Estados Unidos. Empujando en esa dirección, desde ángulos diversos, encontramos a una poderosa coalición integrada por centros de análisis e investigación (think tanks), por medios de comunicación social tanto tradicionales como evangélicos, por reputados columnistas de prensa, por comentaristas radiales y televisivos, por pastores evangélicos y por fundaciones y asociaciones.

Apartados xeográficos Estados Unidos
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Desde hace varias décadas las ideas conservadoras ejercen una gigantesca influencia sobre la vida política de Estados Unidos. Empujando en esa dirección, desde ángulos diversos, encontramos a una poderosa coalición integrada por centros de análisis e investigación (think tanks), por medios de comunicación social tanto tradicionales como evangélicos, por reputados columnistas de prensa, por comentaristas radiales y televisivos, por pastores evangélicos y por fundaciones y asociaciones.

La lista es larga. Entre los think tanks destacan Heritage Foundation, American Enterprise Institute, Center for Strategic and International Studies, Cato Institue o Hoover Institute. Entre los medios de comunicación tradicionales se encuentran, entre otros, Fox News, Wall Street Journal, Washington Times,  Weekly Standard, Breibart, New York Post o National Interest. Entre los medios de comunicación evangélicos destacan American Christian Television System, Christian Broadcasting Neetwork (CBN) o NRB Network. Entre los columnistas, sobresalen nombres como Charles Krauthammer, Michael Barone, Bill Kristol, Robert Kagan o Max Boot. Entre los comentaristas radiales o televisivos figuras como Rush Limbaugh, Glenn Beck, Sean Hannity o Michael Savage. Entre los pastores evangélicos algunos como Billy Graham, Joel Osteen o Kirk Cameron. A la vez, fundaciones como Koch, Bradley o Scaife y Asociaciones como el Consejo de Padres Televidentes o la Asociación de la Familia Americana, se unen a esta amalgama diversa.

Buena parte del entramado anterior está sustentado por una poderosa plutocracia. El año pasado Jane Mayer, una de las periodistas investigativas de mayor prestigio en Estados Unidos con dos candidaturas al Premio Pulitzer, publicó un libro de la mayor importancia para comprender la fuerza del dinero privado detrás del Partido Republicano. En él se explicaba cómo los hermanos Charles y David Koch, quienes respectivamente detentan la sexta y la séptima fortunas más grandes del mundo, crearon en la más absoluta opacidad una suerte de “banco político” dedicado al financiamiento y control de dicho partido y de las ideas que le dan sustento (Dark Money, New York, Doubleday, 2016).

Los integrantes de dicho grupo incluyen a dieciocho billonarios y a un extenso número de multimillonarios. Según la autora, tan solo los billonarios allí representados disponen de una fortuna combinada superior a los 214 mil millones de dólares. De acuerdo a Mayer, dicho grupo propicia un gobierno limitado, una reducción drástica de impuestos, mínimos servicios sociales para los necesitados y mínima supervisión para las actividades económicas, particularmente en materia de Medio Ambiente.

Ahora bien, estos plutócratas no sólo persiguen que el proceso político se amolde a sus intereses patrimoniales, sino que para lograrlo recurren a una movilización política de rasgos particulares. En otras palabras, junto a la agenda patrimonial hay un método de acción política. Martin Wolf, Jefe de Comentaristas Económicos del Financial Times describía así la esencia del modelo: “...el ‘obstruccionismo salvaje’, la demonización política de las instituciones, el coqueteo con la intolerancia y el racismo… ¿Por qué ha ocurrido esto? La respuesta es que esta es la manera en la que una poderosa casta de donantes, abocada a cortar impuestos y a achicar al Estado, logra ganarse a los soldados de a pie y a los votantes que necesita. Se trata, por tanto, de un ‘pluto-populismo’: un matrimonio de la plutocracia con el populismo de derecha”  (“Donald Trump embodies how great republics meet their end”, Financial Times, March 1, 2016).

Donald Trump aterrizó como un cuerpo extraño en medio de este estructurado universo. Lo hizo, desde luego, generando inmensa desconfianza. El pragmatismo desprovisto de convicciones ideológicas con el cual se lo asociaba, su estilo de vida liberal y su antiguo coqueteo con las filas Demócratas, lo presentaron ante muchos del “establishment” conservador como un Caballo de Troya. No obstante, nadie como él supo aprovecharse con tanta maestría del terreno labrado en materia de demonización política de las instituciones y del coqueteo con la intolerancia y el racismo.

Muchos dudan aún que Donald Trump crea en algo más que no sea el propio Donald Trump. Sin embargo, se trata de una consideración irrelevante. En la medida en que el Presidente requiere mantener la lealtad del importante segmento poblacional que lo llevó a la Casa Blanca, seguirá promoviendo las ideas, alimentando los temores y respondiendo a los prejuicios y xenofobia propios de aquel. No en balde en multitud de temas Trump ha dejado anonadados a los conservadores de hueso duro. Dos eventos recientes así lo ponen de manifiesto. El primero fue la manera en que manejó las acciones de los supremacistas blancos en Charlottesville y el segundo fue el perdón presidencial dado al Sheriff Arpaio de Arizona, preso por detener ilegalmente a inmigrantes hispanos.