Venezuela frente al impacto del salto tecnológico

                En estas últimas décadas América Latina debió enfrentar dos retos económicos superlativos: la apertura de sus mercados y la competencia de los productos chinos. Se aproxima ahora un tercer reto inmensamente más complejo: el salto tecnológico. A diferencia de los anteriores, que agarraron por sorpresa a la región, sería necesario irse preparando para éste.

                En estas últimas décadas América Latina debió enfrentar dos retos económicos superlativos: la apertura de sus mercados y la competencia de los productos chinos. Se aproxima ahora un tercer reto inmensamente más complejo: el salto tecnológico. A diferencia de los anteriores, que agarraron por sorpresa a la región, sería necesario irse preparando para éste.

                La apertura de sus mercados a la competencia internacional, a partir de los ochenta, fue la resultante de una concatenación de factores: la crisis de la deuda externa, la caída en el precio de las materias primas y la implantación del nuevo paradigma neoliberal. Cuando sus países se vieron obligados a recurrir a los organismos financieros internacionales, éstos exigieron la apertura y desregulación súbitas de sus respectivas  economías, lo que se tradujo en la desaparición de parte importante de un aparato productivo no preparado para las nuevas circunstancias.     

                 Cuando apenas comenzaba a recuperarse del tsunami neoliberal, la región se vio sacudida por otro nuevo: la feroz competencia de los productos chinos de menor precio que virtualmente apareció de la nada. China evidenciaba sin embargo una virtud que redimía de manera importante el impacto negativo de lo anterior: era una voraz consumidora de recursos naturales. Mientras los sectores industriales de la región debieron asumir el tremendo peso destructivo de este choque, los exportadores de recursos naturales se vieron grandemente beneficiados.

                El nuevo reto que se avizora minimiza por comparación a los anteriores.  La conjunción de un grupo de tecnologías de profundo impacto desarticulador se cierne sobre la región. En momentos en que las propias economías desarrolladas se ven sacudidas hasta sus cimientos por la “creación destructiva” propia de estas tecnologías, el mundo en desarrollo luce poco preparado para enfrentar sus consecuencias. Tecnologías digitales, biológicas, de materiales avanzados y energéticas convergen en un denominador común: hacer desaparecer modelos productivos, estilos de vida y certidumbres para dar nacimiento a un mundo distinto.   

                Como resultado de los dos tsunamis anteriores las economías latinoamericanas se bifurcaron: de un lado las especializadas en las industrias del ensamblaje y la maquila y del otro las altamente dependientes de recursos naturales. Es decir, México, Centroamérica y República Dominicana de un lado y Suramérica del otro. Ambos grupos se verán afectados de manera distinta por las nuevas tecnologías. Algunos ejemplos vienen al caso. Las industrias ensambladoras y maquiladoras, alimentadas por la mano de obra intensiva, perderán sustentación ante una robótica industrial que aumenta exponencialmente sus aplicaciones y disminuye drásticamente sus costos. Las industrias mineras, siderúrgicas o metalmecánicas se verán enfrentadas a nuevos materiales, producto de la nanotecnología, que harán del cobre, el hierro o el acero reliquias del pasado. La producción “in vitro’’ de vegetales o de carne permitirá disociar a éstos de la naturaleza, afectando seriamente a las economías agrícolas o pecuarias. La biodiversidad del Amazonas podrá escapar al control de sus países para pasar al de aquellas empresas que patenten su codificación genética. Y así sucesivamente.   

                Venezuela se encuentra en posición altamente vulnerable frente. al salto tecnológico. Ello por no haber logrado nunca superar su condición de economía mono productora y por encontrarse en el punto de confluencia de un conjunto de nuevas tecnologías en el campo energético. Lo primero deja sin alternativas frente al impacto que pueda sufrir su industria petrolera. Recordemos a Paraguay y a Brasil en las primeras décadas del siglo XX. La economía del primero se vio devastada cuando los excedentes estadounidenses sacaron del mercado a su mono producción: el algodón. Por el contrario cuando los países de Sudeste Asiático borraron del mercado al caucho de Brasil, su economía pudo resistir gracias a su importante diversificación agropecuaria. 

                Lo segundo hace converger sobre sus hidrocarburos a un conjunto de tecnologías que ya se han materializado o que están en proceso de hacerlo. Los gigantescos avances en almacenamiento energético comienzan a dar viabilidad comercial a los vehículos eléctricos. Los paneles solares han disminuido su costo en 85% dentro del marco de una energía renovable que evoluciona a grandes pasos. La biotecnología avanza en el reemplazo del petróleo para la elaboración de plásticos y fertilizantes. Nuevas tecnologías extractivas propician la sobreproducción y la consecuente caída de los precios. Inmuebles con capacidad para generar autónomamente energía renovable, mecanismos para almacenar la energía excedentaria de allí resultante y redes eléctricas bidireccionales, confluyendo en dirección a centros urbanos autosuficientes en materia energética.

                Arabia Saudita ha quemado más de cien mil millones de dólares en pocos meses, en un vano intento por detener al petróleo de lulita. Ello evidencia lo complejo que resulta oponerse al salto tecnológico. Son apenas las primeras manifestaciones de este proceso. Un proceso que afectará a toda América Latina y del cual, desde luego, no habrá rincón del mundo que resulte inmune.