Kaesong thongil street 02

Un día en Kaesong

El paralelo 38 sigue siendo un muro que separa dos mundos, dos realidades políticas y económicas drásticamente distintas. Este muro se puede franquear gracias a dos tours turísticos organizados por la empresa surcoreana Hyundai Asan Corp en el marco de los intercambios turísticos impulsados hace ya una década como símbolo de la voluntad de reconciliación entre las dos Coreas. En 1998 se inició el tour al monte Kumgang, un bello espacio natural situado al otro lado de la zona desmilitarizada en la costa este de la península coreana. En el 2007, 350.000 turistas visitaron el monte Kumgang para “estar” tres días en este complejo turístico previo pago de cerca de 500$ USA. Los turistas, mas allá de disfrutar de paisajes naturales, de la playa o del campo de golf dentro del perímetro cerrado del complejo o “gueto” turístico, no tienen contacto alguno con la realidad del país. Los tours al monte Kumgang se suspendieron el pasado 11 de julio debido a la trágica muerte de una turista surcoreana de 54 años que, paseando por la playa del complejo, cruzó equivocadamente el límite de seguridad militar y fue abatida por soldados norcoreanos con dos tiros por la espalda. Esto tuvo lugar por la mañana del mismo día en que el presidente surcoreano Lee Myung-bak hacia su discurso de inauguración de la Asamblea Nacional en el que lanzaba un mensaje a favor del mejor entendimiento con el régimen norcoreano.

Constituye en cambio mucho más interesante la experiencia hacer el tour de un día que Hyundai Asan organiza, desde diciembre de 2007, a Kaesong. Esta ciudad situada a 60 kilómetros de Seúl y sólo a diez al norte de la zona desmilitarizada conserva algunos importantes vestigios históricos de cuando fue capital del reino de Koryo (918-1392). Cada día casi 500 surcoreanos la visitan previo pago de 200$ USA. A diferencia de la visita al monte Kungang este tour sí permite, con dificultades y a una cierta distancia, ver cómo viven realmente los norcoreanos.

Cabe recordar que junto al paralelo 38 y antes de coger la carretera hacia Kaesong, el visitante cruza otro recinto cerrado y militarmente controlado donde esta sito el complejo industrial de Kaesong, una zona económica especial donde ya se han instalado 72 empresas surcoreanas que dan trabajo a más de 30.000 obreros norcoreanos.

En mi anterior visita a Corea del Norte, la capital Pyongyang me pareció un gran escaparate, un decorado de teatro en el que, tras los grandes edificios oficiales y el aparato de propaganda del régimen estalinista, se maquillaba al visitante la situación real del país. Kaesong, la tercera ciudad de Corea del Norte, muestra en cambio la más cruda realidad. No existe ninguna posibilidad de contacto personal y directo entre los turistas de “autobús” y los norcoreanos de “a pie”. Sin embargo, una imagen en Kaesong vale más que mil palabras.

Avenida principal de Kaesong; clic para aumentar
Avenida principal de Kaesong; clic para aumentar

Impresiona la amplia avenida principal de Kaesong, presidida por una imponente estatua del presidente Kim Il-sung, sin coches, en la que sólo unos pocos disfrutan del lujo de tener una bicicleta.

El visitante deberá guardar estas imágenes en su retina ya que no se permite la entrada con un teléfono móvil, una radio o una cámara, a menos que ésta sea digital. Se pueden tomar fotos de los monumentos históricos y los parajes naturales pero, en ningún caso, de la vida cotidiana de los habitantes en la ciudad o en el campo. Todo lo que no está explícitamente permitido esta prohibido. El control es absoluto. Los turistas son trasladados en una columna de 13 autobuses, con sus matrículas surcoreanas tapadas y escoltados por jeeps de la policía militar. Asimismo, policías armados se sitúan a lo largo de las rutas y en las aldeas que los autobuses cruzan durante el viaje. En cada autobús dos guías norcoreanos se suman a los dos surcoreanos y en las diversas paradas un estricto cordón policial evita la posibilidad de todo contacto directo con los norcoreanos.

En Kaesong, los turistas y la población local se observan mutuamente desde la forzada distancia con curiosidad compartida. Los controles no pueden esconder a nuestros ojos la realidad de un país destrozado y la pobreza extrema de la vida cotidiana. Impresiona la amplia avenida principal de Kaesong, presidida por una imponente estatua del presidente Kim Il-sung, sin coches, en la que sólo unos pocos disfrutan del lujo de tener una bicicleta. Ver a los norcoreanos caminando por las vías del ferrocarril es el fiel reflejo de un país carente de las mínimas infraestructuras sociales. Al abandonar el país, los policías fronterizos del norte inspeccionan cada una de las fotos o cintas de mi cámara digital para borrar la simple imagen de un norcoreano en bicicleta.

Antes de que anochezca cruzamos de vuelta la zona desmilitarizada más militarizada del mundo. Atrás, anclado en el pasado, queda en el norte un país a oscuras. En sólo unos minutos damos un salto de 60 años y volvemos al presente. Entramos en el sur para dirigimos a Seúl, la capital radiante de luz. Han sido unas pocas horas las vividas tras el muro. Sin embargo, para los surcoreanos constituye un tremendo choque el haber visto, con emoción contenida y en silencio, el enorme abismo que les separa de sus compatriotas del norte.