Agricultura y petróleo, el gran dilema sudamericano

            América del Sur es conocida como la “granja del mundo.” Más allá de encabezar las exportaciones mundiales en varios rubros animales, está la fuerza de su agricultura. Desde 1990 la productividad de esta última creció más rápido que la de Estados Unidos y Asia del Este. El 40% de las exportaciones globales en este rubro proceden de América del Sur y el 42% del potencial de crecimiento agrícola en el mundo se sitúa allí. Desde luego el grueso de este sector en nuestra región se localiza en Brasil y Argentina. Brasil ocupa el primer lugar del planeta en la producción de café, azúcar y jugo de naranja, el segundo en productos de soja y el tercero en maíz y grano de soja. Argentina, de su lado, ocupa el tercer rango mundial en la producción de trigo y de grano de soja, el cuarto en limón, el sexto en maíz y el octavo en uva (ver Alfredo Toro Hardy, The World Turned Upside Down, Londres, 2013).

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            América del Sur es conocida como la “granja del mundo.” Más allá de encabezar las exportaciones mundiales en varios rubros animales, está la fuerza de su agricultura. Desde 1990 la productividad de esta última creció más rápido que la de Estados Unidos y Asia del Este. El 40% de las exportaciones globales en este rubro proceden de América del Sur y el 42% del potencial de crecimiento agrícola en el mundo se sitúa allí. Desde luego el grueso de este sector en nuestra región se localiza en Brasil y Argentina. Brasil ocupa el primer lugar del planeta en la producción de café, azúcar y jugo de naranja, el segundo en productos de soja y el tercero en maíz y grano de soja. Argentina, de su lado, ocupa el tercer rango mundial en la producción de trigo y de grano de soja, el cuarto en limón, el sexto en maíz y el octavo en uva (ver Alfredo Toro Hardy, The World Turned Upside Down, Londres, 2013).

                No en balde Mariano Turzi señalaba lo siguiente: “El poder económico de Estados Unidos descansó durante mucho tiempo en el suministro seguro y estable de petróleo proveniente del Medio Oriente. En la economía política de nuestros días está surgiendo, de manera no suficientemente apreciada, una situación paralela a la anterior. Pero esta vez  los granos reemplazan al petróleo, China ocupa el lugar de Estados Unidos y América del Sur juega el papel que correspondía al Medio Oriente. En medio de los imperativos demográficos y  de las limitaciones impuestas por el clima, la seguridad alimentaria se transforma en eje central de las relaciones internacionales. Dentro de este contexto, en el que la tierra fértil desplaza al petróleo, los productores agrícolas suramericanos, con sus inmensas cantidades de tierra fértil y agua, ven su posición geopolítica grandemente incrementada” (“Grown in the Cone”, Current History, N. 742, February 2012).

               El que la tierra fértil haya ya desplazado al petróleo como factor geoestratégico pudiera ser sometido a debate, pero lo que no admite duda es la centralidad de América del Sur como potencia agroalimentaria mundial. No obstante, en estos momentos la dualidad tierra fértil-petróleo asume una connotación muy particular tanto en Brasil como en Argentina. El derrumbe de los precios petroleros conlleva para ambos inmensos beneficios a un muy alto costo, debiendo determinarse en qué dirección se inclina la balanza.

Constituyendo los fertilizantes uno de los costos fundamentales asociados a la producción agrícola, es obvio que tanto Brasil como Argentina derivan ingentes ganancias con la caída de los precios del petróleo. Ello en la medida en que los fertilizantes son esencialmente productos del petróleo. No obstante para ambos países los desarrollos petroleros resultan en sí mismos una actividad económica de la mayor significación. En el caso argentino el impacto de los disminuidos precios del petróleo afecta básicamente a sus planes en materia de petróleo de esquisto. La explotación de sus gigantescos reservorios en la provincia argentina de Neuquén pasa a perder toda rentabilidad bajo las actuales circunstancias.

                El caso de Brasil es inmensamente más complejo. Tal como señalaba Nick Cunningham en la publicación Oil Price de fecha 11 de agosto 2014, la apuesta brasileña era la de estar explotando 5 millones de barriles diarios de petróleo para 2020. Dado, sin embargo, que se trata de yacimientos aguas afuera y a gran profundidad, dicha apuesta se hace insostenible a los actuales precios del petróleo. Más aún Petrobras, la empresa cuasi estatal de petróleo de ese país, debió endeudarse hasta la medula para adquirir los equipos requeridos para explotar tales yacimientos. Así las cosas, a la gigantesca pérdida de oportunidad de estos desarrollos ya iniciados se sumaría la fuerte deuda adquirida, la cual ha transformado a Petrobras en la más endeudada de las grandes empresas petrolíferas.

                  Sin embargo, en la ecuación de costos y beneficios entran también el etanol y los subsidios a la gasolina. Por un lado la gigantesca industria del etanol brasileña, que se encontraba ya en terapia intensiva, recibe un nuevo golpe en su rentabilidad con los bajos precios petroleros. En sentido inverso, los bajos precios del petróleo harán innecesarios los subsidios a la gasolina, lo que representa un importante ahorro al Estado. Así las cosas, de un lado de la balanza están los fertilizantes abaratados y fin de subsidios a la gasolina. Del otro, se encuentran desarrollos en curso que perderían rentabilidad, una Petrobras que entraría en crisis profunda y un etanol moribundo.

                ¿Cómo se inclina entonces la balanza en ambos países? En el caso brasileño la caída de los precios petroleros pareciera hacer mucho más mal que bien. En el argentino, y habida cuenta de que los desarrollos de esquisto aún no se han materializado, los beneficios cuantificables seguramente prevalecerían por sobre las ganancias potenciales.