China ante las elecciones USA 2012

Hace cuatro años, cuando Obama y McCain se disputaban la presidencia estadounidense, China se mostraba incluso contagiada por las pasiones de una campaña electoral de cuyo resultado intuía que podrían desprenderse cambios tácticos y estratégicos para sus relaciones bilaterales con Washington. No obstante, ahora, las diatribas entre Obama y Romney baten contra un muro de sorprendente indiferencia. ¿Por qué?

Apartados xeográficos China e o mundo chinés
Idiomas Castelán

Hace cuatro años, cuando Obama y McCain se disputaban la presidencia estadounidense, China se mostraba incluso contagiada por las pasiones de una campaña electoral de cuyo resultado intuía que podrían desprenderse cambios tácticos y estratégicos para sus relaciones bilaterales con Washington. No obstante, ahora, las diatribas entre Obama y Romney baten contra un muro de sorprendente indiferencia. ¿Por qué?

La primera preocupación de China ha sido evitar convertirse, una vez más, en protagonista involuntaria de la campaña de ambos candidatos. Se diría que casi lo ha logrado. Las alusiones de Romney a la “trampa China” por su presunta capacidad para destruir empleo en EEUU o las promesas de designarla como un país manipulador de la moneda el primer día del cargo si resultaba electo, han sido tan descalificadas por sectores internos que Beijing pudo incluso prescindir de su argumentario al uso. Estudios recientes, tanto de la Fundación Heritage como del Pew Research Center han señalado la importancia de China para mantener el empleo estadounidense como también el hecho de que la mayoría de los norteamericanos no sitúan a China entre sus principales amenazas, aunque les preocupa su crecimiento. Teniéndolo en cuenta, tampoco el líder demócrata, sin renunciar a ciertos guiños a la estrategia electoral de Romney, está privilegiando la crítica a China.

Durante el mandato del presidente Obama, sin duda ha progresado el armazón institucional que presta cobijo a las relaciones bilaterales. Este abarca numerosos dominios, desde la economía a la defensa y la seguridad. Se ha conformado sin renunciar al recurso a los litigios comerciales ante la OMC (de los 22 planteados catorce lo han sido por iniciativa de EEUU) ni tampoco en menoscabo del aumento de la desconfianza estratégica. Esa contradicción, que combina el aumento del diálogo a la par que las discrepancias, se ha aceptado como natural por ambas partes y es reflejo de tensiones que van mucho más allá de las diferencias ideológicas, políticas, económicas, sociales o culturales. Son los respectivos intereses nacionales marcados, en el caso de EEUU, por la necesidad de preservar su hegemonía global, y en el de China, por la necesidad de proteger su soberanía, quienes infieren la tendencia clave con independencia de que en segmentos particulares de la relación se produzcan avances o retrocesos.

La indiferencia china en esta campaña electoral es consecuencia de una agenda interna pletórica de sobresaltos y condicionada por esa transición en la cumbre que se aventura compleja en un contexto de la reforma poco propicio. Pero también de haber llegado a un punto en que, para China, resulta casi intranscendente quien resulte ganador en las próximas elecciones estadounidenses. Gane quien gane, el margen de maniobra es muy limitado, y tanto la colaboración como la presión estratégica serán las dos líneas básicas de gestión de la interdependencia por parte de la Casa Blanca, ya sea esta demócrata o republicana.

A ello se añaden dos consideraciones más. De una parte, la suma del nunca olvidado bombardeo de la embajada china en Belgrado (1999) y el papel de EEUU en la actual crisis financiera ha conformado un escenario de severo distanciamiento de la adoración, otrora ciega, del modelo estadounidense. Asimismo, los intentos de seducción de China han fracasado porque parten de la subalternización de su proceso e ignoran la dimensión histórica de su transformación. Puede que no exista voluntad hegemónica en su proyecto pero no cabe duda de que no aceptará fácilmente ser muleta de nadie. En consecuencia, China se reafirma a pasos agigantados en su propósito de hacer camino en solitario y sin más concesiones que las libremente consentidas. Su poderío creciente le permite relativizar más cuanto hacen o dejan de hacer sus competidores más inmediatos.

China y EEUU, con independencia de la alternancia de sus respectivos liderazgos, han logrado conformar en los últimos años un modus vivendi peculiar en el que habitan tanto las querellas como la reafirmación mutua. El equilibrio de fuerzas entre ambos países evidencia tendencias claras, lo cual no quiere decir que no puedan variar. Si todo sigue su curso, en torno a 2020 el PIB de China superará al de EEUU, mientras que en el orden militar y tecnológico cabe esperar igualmente avances significativos. Esto plantea a EEUU desafíos indudables y tratará de reducir su espacio estratégico a fin de que la reestructuración que vive Asia y el mundo se resuelva de forma favorable a sus intereses, es decir, sin afectar su liderazgo global. En definitiva, así se explica por qué EEUU traslada su atención hacia Asia-Pacífico y quizás incluso el auge reciente de las disputas territoriales en la zona ya que refuerzan la hipotética idoneidad del aumento de la presencia militar estadounidense.

Por eso China, gane quien gane el 6 de noviembre, sabe que tendrá por delante un horizonte muy complejo en las relaciones bilaterales con EEUU. Con todo, su futuro se seguirá librando principalmente en el orden interno, donde esperan respuesta retos tan importantes como la vertebración de un nuevo pacto con la sociedad que satisfaga esas demandas imparables de más igualdad y más libertades.