Conviviendo con los cisnes negros

Una vez preguntaron al Primer Ministro británico Harold McMillan qué era lo más difícil de su trabajo, a lo que respondió: ¡Los eventos, los eventos! Con ello se refería a los acontecimientos inesperados que todo lo alteran y que obligan a sustraer la atención de cualquier curso planificado de acción. Estos eventos a los que tanto temía McMillan constituyen lo que en la actualidad se conoce como “cisnes negros”, término acuñado por  Nassim Nicholas Taleb en un libro que marcó pauta (The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable, New York 2007). El término alude a un acontecimiento sorpresivo que sacude nuestro marco de certidumbre y su peculiar nombre recuerda el impacto que sufrieron los colonos ingleses en Australia al toparse con cisnes negros, lo que echaba por tierra su creencia de que los cisnes sólo podían ser blancos.

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Una vez preguntaron al Primer Ministro británico Harold McMillan qué era lo más difícil de su trabajo, a lo que respondió: ¡Los eventos, los eventos! Con ello se refería a los acontecimientos inesperados que todo lo alteran y que obligan a sustraer la atención de cualquier curso planificado de acción. Estos eventos a los que tanto temía McMillan constituyen lo que en la actualidad se conoce como “cisnes negros”, término acuñado por  Nassim Nicholas Taleb en un libro que marcó pauta (The Black Swan: The Impact of the Highly Improbable, New York 2007). El término alude a un acontecimiento sorpresivo que sacude nuestro marco de certidumbre y su peculiar nombre recuerda el impacto que sufrieron los colonos ingleses en Australia al toparse con cisnes negros, lo que echaba por tierra su creencia de que los cisnes sólo podían ser blancos.

                Un “cisne negro” tendría tres características básicas. Primero, se trata de un evento que va a contracorriente de certidumbres y expectativas. Segundo, acarrea un impacto extremo. Tercero, aunque luego de ocurrido sus causas parecen obvias, nadie sin embargo logró anticiparlas.  De estos supuestos el tercero requiere de cierta aclaratoria. Tomemos como ejemplo a la Primavera Árabe. Esta agarró a propios y a extraños por sorpresa, sacudiendo hasta sus tuétanos a esa región. No obstante, las señales premonitorias de la misma resultaban visibles desde varios años antes: una población mayoritariamente joven y por tanto desafecta a regímenes gerontocráticos; altísimos niveles de desempleo juvenil y acceso de los jóvenes a las herramientas tecnológicas de movilización. A pesar de que luego de la tempestad todo ello se hizo evidente, nadie logró atar los cabos antes de la misma.

                En las últimas décadas hemos sido testigos de muchos cisnes negros. Desde el emerger del fundamentalismo en el Golfo Pérsico hasta el colapso del imperio soviético en Europa Central y del Este, desde la invasión a Kuwait por Irak hasta el 11 de septiembre, desde el colapso de los mercados financieros en el 2007-2008 hasta el emerger de ISIS o los sucesos de Crimea. En cada uno de esos casos las explicaciones han sucedido a los eventos pero nunca los han anticipado. Y en cada uno de ellos el impacto sufrido por los marcos de certidumbre ha sido inmenso. Según Taleb ello se debe a una suerte de bloqueo mental determinado por las pautas perceptivas prevalecientes. El énfasis que se pone en los hechos y en lo preciso, a expensas de lo general y de lo abstracto, limita la capacidad entender lo que ocurre.

                Lo que Taleb no señala y sería importante hacerlo es que esas pautas se han visto potenciadas por el predominio contemporáneo de lo anglosajón y de lo tecnocrático. Herederos de la tradición filosófica empírica (sustentada en lo tangible y comprobable), la aproximación de los anglosajones a los problemas viene determinada por el enfoque casuístico. Es decir el conocimiento detallado de cada árbol en detrimento de la visión general del bosque. La tecnología de la información, que por fuerza debía nacer en esa parte del mundo, vino al rescate de esa deficiencia integradora. Ello, sin embargo, ha conducido a un manejo tecnocrático de la información. Con la aparición de procedimientos como la “inteligencia estratégica” o el “forecasting”, que buscan definir por adelantado todo el universo de situaciones hipotéticas posibles,  el casuismo es llevado a su máxima expresión.

                Esta arrogancia tecnocrática, tantas veces humillada, ignora las enseñanzas de Clausewitz y Sun Tzu, los dos mayores teóricos de la guerra. Para ambos toda planificación rígida de una batalla o de una campaña tiende a conducir al fracaso, pues el cambio continuo de circunstancias y la voluntad independiente de la otra parte, terminan dejando sin sustento a los propios planes. De allí la necesidad de mantenerse abierto al fluir de las opciones. También el “sincronismo” de Jung viene al caso en este contexto: quien estructura demasiado su búsqueda tiende a pasar por alto, por no notarlo, a aquel hecho casual que puede dar respuesta a la misma. Si alguien comprendió lo anterior fue Jack Welch, ex Presidente de General Electric y prototipo del empresario exitoso. Su receta fue eliminar a la dirección de planificación de esa empresa por considerar que la misma propiciaba ataduras mentales que impedían navegar en medio de las transformaciones.

                La presencia de los cisnes negros conlleva a tres enseñanzas. La primera es que hoy, como en tiempos de sumerios o egipcios, no hay sustituto válido para un cerebro humano entrenado para pensar. La segunda es que hay que disponer de flexibilidad mental y de disposición para surfear las olas de los cambios. La tercera es que los cambios traen consigo ventanas de oportunidad que hay que aprender a detectar.