El modelo chino: otra crisis, otros ajustes

Convertida ya en segunda potencia económica del mundo, China encara una etapa compleja y decisiva de su proceso de modernización. La realización del “sueño chino”, esa aspiración colectiva a la recuperación de la grandeza milenaria reivindicada por Xi Jinping para cerrar la etapa de decadencia consumada a partir de las guerras del Opio en el siglo XIX, corre por cuenta de la quinta generación de dirigentes del Partido Comunista de China (PCCh) que asumió el poder en el XVIII Congreso, celebrado en noviembre de 2012. En una década, con un PCCh, llegado el caso, centenario (1921-2021), el Imperio del Centro podría superar a EEUU en el ranking de economías más poderosas del mundo. Para ello debe urgir y completar el cambio en su modelo de desarrollo, actualmente en proceso de corrección.

Convertida ya en segunda potencia económica del mundo, China encara una etapa compleja y decisiva de su proceso de modernización. La realización del “sueño chino”, esa aspiración colectiva a la recuperación de la grandeza milenaria reivindicada por Xi Jinping para cerrar la etapa de decadencia consumada a partir de las guerras del Opio en el siglo XIX, corre por cuenta de la quinta generación de dirigentes del Partido Comunista de China (PCCh) que asumió el poder en el XVIII Congreso, celebrado en noviembre de 2012. En una década, con un PCCh, llegado el caso, centenario (1921-2021), el Imperio del Centro podría superar a EEUU en el ranking de economías más poderosas del mundo. Para ello debe urgir y completar el cambio en su modelo de desarrollo, actualmente en proceso de corrección.

La transformación que ha vivido el gigante asiático desde 1949 en adelante y, sobre todo, desde 1978, ha resultado de la implementación de una estrategia propia, elaborada y decidida en el país haciendo caso omiso de las recomendaciones del exterior con el mismo objetivo acariciado desde el fin de la última dinastía imperial, el renacimiento de la nación china. Esa heterodoxia se ha traducido en una política económica que contemporáneamente tanto ha introducido el mercado, la propiedad privada y otras medidas y variables asociadas al capitalismo, como ha persistido en la preponderancia de la propiedad pública y el control partidario de los segmentos principales de una economía en la cual la planificación ha seguido desempeñando una función de primer orden. El adjetivado “socialismo con peculiaridades chinas” se fue conformando desde el gradualismo y la experimentación con el objetivo principal de desarrollar las fuerzas productivas, retomando en buena medida las políticas promovidas en los años sesenta tras el fracaso del Gran Salto Adelante e interrumpidas más tarde por la Revolución Cultural (1966-1976).

Las reformas introducidas han tenido muy en cuenta la propia realidad (histórica, cultural, civilizatoria), realizando un ingente esfuerzo de adaptación de las grandes corrientes de pensamiento a las especificidades del país, singular en tantos aspectos, y, sobre todo, decidiendo su propio ritmo de transformación y las prioridades en cada coyuntura. Esa combinación de prudencia y pleno ejercicio de soberanía, un valor omnipresente en la sociedad y la política china, es una constante que ha nucleado ampliamente la reforma y apertura de China –un modelo no imitable- y se revela como uno de los mayores obstáculos para congraciarse con las elites de los países desarrollados de Occidente que ahora temen llegado el momento de efectuar dolorosos ajustes en un orden internacional marcado por su impronta.

Las sombras del éxito

El auge económico de China es indudable si nos atenemos a los números absolutos y si situamos en perspectiva los inmensos cambios experimentados por el país de 1979 en adelante. Conviene recordar que en 1820, su PIB representaba la tercera parte del PIB mundial. En 1960, apenas el 4%. Hoy se acerca al 20%. Siguiendo esa imparable proyección, en la presente década se plantea duplicar el valor del PIB en 2020 con respecto a 2010 en un contexto de una crisis internacional que fragiliza en grado sumo la mayor parte de las economías desarrolladas. Tan ambicioso objetivo requiere tasas de crecimiento sostenido del 7-8 por ciento anual pero, sobre todo, exigirá una transformación sustancial de aquel modelo de desarrollo que si bien le permitió a China llegar hasta aquí y librarse de buena parte de sus taras endémicas, hoy día muestra síntomas incuestionables de agotamiento.  

El esfuerzo y los sacrificios realizados por la sociedad china a lo largo de estos años han sido enormes en paralelo al curso de un proceso galopante de urbanización que ha reducido en más de un 30% la población rural pasando a ser inferior a la urbana por primera vez en toda su historia. La inmigración del campo a la ciudad, facilitando mano de obra barata y abundante para nutrir el proceso de acumulación, fue –y aun es- uno de los motores principales del cambio. China contaba con 262,61 millones de trabajadores migrantes a finales de 2012 que percibían un salario medio mensual equivalente a 370 dólares (con un incremento salarial del 11,8% con respecto a 2011). (1)

El auge económico de China ha estado acompañado del aumento exponencial de las desigualdades sociales, de la hiperexplotación de la mano de obra en connivencia con las grandes multinacionales, de retrocesos en materia de salud, educación y otros servicios y prestaciones públicas, de la domesticación más absoluta del movimiento sindical. Al descuido de la cuestión social no son ajenos la persistencia de graves accidentes laborales (con especial significación en las minas) como tampoco el incremento de las tensiones laborales (en la olvidada Foxconn tres nuevos suicidios se produjeron en mayo último que se relacionan con la prohibición impuesta a los trabajadores de hablar mientras trabajan) o los reflujos experimentados en otros ámbitos similares.

Para muestra un botón, y no precisamente el más sangrante: desde 1990 hasta 2010 ha aumentado la diferencia salarial entre hombres y mujeres. El salario anual de las mujeres en las ciudades correspondía al 78% del de los hombres en 1990. La proporción se redujo al 70% en 1999 y al 67% en 2010. En las zonas rurales, la proporción era del 79% en 1990 pero descendió al 56% en 2010 (2) Las mujeres representaban el 32% de los directivos de las empresas en 2011, con una disminución de 11 puntos con respecto a 2005. La mujer, en otro tiempo considerada “la mitad del cielo”, se encuentra también entre los sectores menos beneficiados por las reformas.

Otro ámbito especialmente sombrío, severamente perjudicado, es el medio ambiente.  La obsesión de las autoridades por alcanzar un rápido crecimiento que permitiera eludir  el subdesarrollo, reducir la pobreza y afirmar el poderío de la nación ha originado una espiral de progreso con profundas huellas ambientales. La gravedad de esta problemática es tal que se ha convertido en un importante cuello de botella con entidad suficiente como para restringir y condicionar el ritmo y la calidad del crecimiento económico y social. En miles de años de civilización en China, nunca ha sido tan importante como ahora el conflicto entre la humanidad y la naturaleza.

Los costos ecológicos más graves y evidentes son los producidos por la contaminación, ya que el país depende en un 67 por ciento del carbón para satisfacer sus necesidades energéticas, pero abarcan muchos otros aspectos relevantes. Un estudio oficial presentado en 2007 y realizado a partir de la observación de una treintena de indicadores concluía que China se ubicaba en la posición 100 de un total de 118 estados desarrollados o subdesarrollados en materia de modernización ecológica.  

La contaminación también influye sobre la salud: según informes de la OCDE, del Banco Mundial y del propio gobierno chino (2007), es responsable, cada año, de 750.000 muertes prematuras (3). Sólo en Beijing, del 70 al 80% de los cánceres mortales están relacionados con el medio ambiente. El cáncer de pulmón es la primera causa de mortandad. La contaminación del agua y del aire en magnitudes tan elevadas supone un coste económico cifrado entre el 8% y el 15% del PIB (productos agrícolas inservibles por las lluvias ácidas, gastos médicos, ayuda a las víctimas de los desastres naturales cada vez más frecuentes y costosos...).

En suma, el precio pagado por el vertiginoso desarrollo de los últimos años en términos de daños al medio ambiente ha sido extremadamente alto. No debiera permitirse su continuación. Pero la obsesión por el crecimiento sigue siendo una de las constantes del proceso chino ya que está asociado al mantenimiento de la estabilidad social y política.

Tiempo de ajustes

Durante el mandato de Hu Jintao (2002-2012) se dio inicio a un nuevo tiempo, con nuevas políticas y un nuevo discurso cuyo denominador común fue la corrección de los efectos nocivos de una reforma que elevó a los altares la eficiencia económica y despreciado la justicia social y la protección ambiental. Es así que en dicha década, la búsqueda de un mayor equilibrio se incorporó al lenguaje político (armonía). Ello derivó en la adopción de políticas más atentas a las exigencias sociales y ambientales buscando un desarrollo de mayor calidad y más justo.

Las inversiones en estas áreas se multiplicaron, aunque siguen lejos de dar los frutos deseados. La salud, la educación, las pensiones, etc., son ámbitos que se han visto beneficiados, al igual que los incrementos salariales (una media anual del 13%) o la mejora de los controles en ámbitos como la seguridad alimentaria o la seguridad laboral, áreas todas ellas salpicadas de graves escándalos. Por su condición de taras estructurales se requerirá una persistencia considerable para poder apreciar un impacto significativo. Pero el mensaje está lanzado y no queda alternativa. Si China quiere sacudirse la etiqueta de “taller del mundo” debe cambiar su modelo productivo.

Por otra parte, la crisis de las economías desarrolladas le exige compensar su vocación exportadora no solo con un mayor equilibrio en sus mercados internacionales (prestando más atención a áreas como América Latina o África) sino igualmente con la potenciación del consumo interno, una variable que también demanda mejoras de la capacidad adquisitiva y una legislación que abra camino a una nueva realidad laboral capaz de eclipsar los estereotipos determinantes de una explotación fuera de control.

El gobierno chino parece comprender la importancia de prestar atención a esta problemática para evitar disturbios sociales, mejorar la salud de la población, disminuir las pérdidas económicas y asegurar un crecimiento más sostenible. Un apetito insaciable en recursos naturales no puede ayudarle a lograr un desarrollo de calidad y la persistencia de una política suicida pone en peligro la estabilidad del país. El 8 de mayo de 2013, el China Daily publicaba una encuesta de la Universidad Jiao Tong que revelaba que el 80% de los ciudadanos urbanos reclamaban mayor atención a este aspecto y el 60% criticaba la falta de transparencia. En 2012 ha habido un 120% más de accidentes ambientales.

La mayor hipoteca para este viraje imprescindible radica en las resistencias que oponen algunos sectores industriales y poderes territoriales obsesionados con los beneficios del crecimiento al precio que sea, en buena medida como consecuencia de los desequilibrios territoriales, y la despreocupación ambiental aun mayoritaria en una sociedad a cada paso más individualista. Por ello, el deseado reequilibrio a favor del medio ambiente se prevé lento y muy condicionado por la urbanización galopante y el fuerte tirón consumista derivado del aumento del nivel de vida, lo que hará difícil invertir positiva y drásticamente las tendencias.

En el orden tecnológico, otra clave irrenunciable para avanzar en un modelo productivo de mayor calidad, China parece avanzar a grandes zancadas con el proyecto espacial por bandera. No obstante, a pesar del considerable aumento de las inversiones en este aspecto y el voluntarismo del PCCh, le queda un importante trecho por recorrer para igualarse a los países más desarrollados y en especial a su rival estratégico principal, EEUU.

¿A las puertas de otra vuelta de tuerca?

Es inseparable de esta transformación la profundización en la plasmación de un nuevo equilibrio en el sector productivo. Oficialmente, la reforma que promueven los nuevos líderes chinos tiene por objeto racionalizar el monstruo industrial para reducir el despilfarro y los proyectos poco rentables, limitar los excesos y las duplicaciones, aumentar la calidad, mejorar la productividad… Pero los ajustes también alcanzan a la definición de una nueva ecuación entre lo público y lo privado. En abril de este año, por ejemplo, se autorizó la presencia de hasta 15 empresas privadas en el sector del acero, habitualmente dominado por los grandes grupos públicos. El capital privado recibirá igualmente un empujón en el sector del ferrocarril (especialmente en las líneas interurbanas y regionales).

El primer ministro Li Keqiang reclama a los cuatro vientos menos intervención del poder político en la economía de mercado y ya dio los primeros pasos para reducir los controles administrativos en determinados ámbitos (4). En paralelo, desde el sector  financiero se proyecta acelerar el proceso de conversión del yuan bajo cuenta de capital con el propósito de acelerar la internacionalización de la moneda china.

La nueva ola de reformas, precedida de una puesta en común con el Banco Mundial, plantea incógnitas de alcance. Hasta ahora, la doctrina oficial indicaba que los sectores estratégicos (energía, transporte, comunicaciones…) estarían bajo control del Estado-Partido, coexistiendo con un sector privado, dinámico y creciente, pero subalternizado y controlado de cerca por el PCCh. Esa base económica propia junto a las palancas administrativas les ha conferido a las autoridades una capacidad tal de intervención en la evolución de la economía que le permite determinar el rumbo de la reforma, su aceleración, parálisis y hasta involución. Es la política la que gobierna el mercado. Los más entusiastas de este nuevo impulso califican de regresivo el periodo de Hu Jintao por enquistar mecanismos de preservación de esa capacidades públicas y ser demasiado cauto en el orden financiero, donde otros temen que China, acelerando el paso, pueda caer en las redes de dependencia internacionales a pesar de sus cuantiosos recursos a este nivel (ya sean divisas monetarias u oro).

La pérdida de presencia y significación del poder público en sectores clave de la economía china redundará en el avance de los sectores privados, muchos de ellos afines al PCCh, en una proporción que por el momento no parece poner en cuestión la naturaleza fundamental de la propiedad. Esa privatización tendrá un alcance estratégico mucho mayor que la operada en los años noventa, llevada a cabo en las empresas de propiedad colectiva, que permitió a sus gerentes convertirse en “empresarios rojos” a través de un proceso, por otra parte, relativamente ordenado y bien diferente del vivido en los países del socialismo real tras el fracaso de la perestroika soviética.

Pero el creciente empoderamiento de algunos sectores económicos puede tener consecuencias significativas para el PCCh y su funcionamiento. Algo de esto puede apreciarse ya a escala local, cuando los nuevos potentados proyectan sus ambiciones a través de la compra de lealtades entre las autoridades locales. Su consumación a nivel del poder central unido a la metamorfosis del liderazgo político a favor de los herederos de los protagonistas y gestores de una revolución de cuyo rastro solo parece quedar la simbología, podría conducir a China a la dramática repetición de su historia, cuando apenas un puñado de familias controlaba el país. Una nueva oligarquía pudiera estar consolidándose.

Una sociedad que despierta

La sociedad civil está emergiendo si por ella entendemos la afirmación de grupos de interés que plantan (o no) cara al poder desde la autoorganización, la definición de intereses específicos y cierta independencia. Por el momento está muy fragmentada, en lo orgánico y en lo programático, aunque conectada a través de diversos medios que pueden facilitar su dinamización. La conciencia política existe, pero sobre todo en cuanto a los límites y a la ausencia de una alternativa integral. Se manifiesta de forma dispersa y salvo en pequeños sectores no ve claro en general que la superación de los límites del sistema actual pueda llegar de una asunción sin matices del modelo democrático occidental.

La política es la disensión que suscita una mayor inquietud y vigilancia (digamos Carta 08, por ubicarla), aun a sabiendas de que a día de hoy tiene más potencialidad que capacidad interior de movilización. Su peligro radica en que plantea la subversión del sistema en sus elementos básicos y estructurales, pero su proyección interna es limitada y de lejos más débil que su repercusión global. Aquí habría que referirse igualmente a las tensiones nacionalistas, especialmente en Xinjiang y Tibet, con formulaciones difícilmente digeribles en las actuales coordenadas. En uno y otro caso, una represión abierta y sin matices constituye el eje esencial de las respuestas del PCCh.

Otra dimensión importante son las formas de expresión que a nosotros a veces nos pasan desapercibidas o infravaloramos y que tienen que ver con sus claves culturales, ya hablemos de movimientos religiosos o pseudoreligiosos autóctonos (caso de Falun Gong más que de la Iglesia católica fiel al Vaticano), triadas o redes clánicas. Si estos instrumentos se afianzan al margen de y/o extienden sus redes en el partido pueden afectar a su unidad, un peligro mayor. Un tercer elemento a tener en cuenta es el magma de los conflictos sociales: medio ambiente, seguridad alimentaria, expropiaciones de tierras, reacciones ante los abusos de poder y corrupción, conflictos laborales…

Cabe reconocer igualmente la existencia de una demanda de mayor participación cívica que se palpa abiertamente en muchos ámbitos, incluso ante las tragedias y desastres naturales. La sociedad sonroja a las autoridades, a las que se formulan denuncias por respuesta insuficiente o manipulación. A día de hoy, su mayor valor radica en esa erosión constante de la credibilidad que en un momento dado puede cristalizar en una explosión cívica. Pero el poder está muy atento y también reacciona para evitar que el activismo social se transforme en oposición: exaltación del papel de las autoridades, unidad bajo el liderazgo del partido, propaganda para guiar a la opinión y respuestas calculadas que puedan dar la sensación de que sabe encajar y responder a las críticas, especialmente en los asuntos de corrupción.

La reducción de las tensiones entre el poder y la sociedad es uno de los temas estrella en la agenda del PCCh. Xi Jinping tiene en Sun Liping un consejero importante. Es profesor de sociología en Qinghua y fue también su maestro. Es bastante crítico con la gestión reciente en este aspecto, sobre todo a partir de 2008 cuando la prioridad nº 1 pasó a ser la estabilidad política aplicando criterios de extrema prudencia. Sun a menudo critica la mentalidad reinante de que el fin justifica los medios y la debilidad de los órganos de control del poder. Sun dice también que la mayor amenaza para el poder no es la inestabilidad sino la esclerosis, cuando no la necrosis y la descomposición. La obsesión por la estabilidad impide el desarrollo de una sociedad civil dinámica y responsable, apostilla.

Figuras como Yu Jianrong, Zhang Weiying o Guo Yuhua, suscriben muchas de estas críticas y apelan, desde dentro, a una refundación de las relaciones entre poder y sociedad civil para evitar que prolifere el resentimiento entre la clase media, que señalan como el segmento de población que constituye su base socio-política más fiable. En estos temas, algunos traen a colación la propuesta de Wang Yang (2011), miembro del Buró Político del PCCh, de conceder una mayor autonomía a los sindicatos o aflojar el control de la justicia. Y es posible que se produzcan algunos avances menores que den esperanzas a los críticos de que aun es posible introducir el cambio desde dentro, la única forma que puede funcionar evitando el temido estallido.

El reajuste entre el poder y la sociedad puede no pasar por la creación de fuerzas alternativas siguiendo un esquema a la occidental, sino atendiendo a las claves tradicionales del país. Eso, a fin de cuentas, explica el éxito de Falungong, pero también del proceso vivido en Wukan (5)  donde las redes clánicas han sido determinantes.

Conclusión

La década actual es determinante para advertir el signo resultante del proceso de reforma en China. De no gestionar adecuadamente la superación de sus efectos nocivos, ya sean ambientales, sociales o políticos,  la estabilidad podría verse amenazada. Con un modelo exitoso pero agotado e incapaz por tanto de cumplir con el objetivo histórico de completar la modernización del país, los ajustes deben tener en cuenta la introducción de mejoras sustanciales en dichos aspectos. Una China sin justicia siempre será una China atrasada.

Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (www.politica-china.org)

Citas

  1. En: http://spanish.china.org.cn/economic/txt/2013-05/27/content_28946657.htm
  2. Renmin Ribao, 16 de mayo de 2013
  3. ENVIRONMENTAL PERFORMANCE REVIEW OF CHINA (2007), OCDE, http://www.oecd.org/document/47/0,3343,en_2649_201185_37809647_1_1_1_1,00.html  (fecha de consulta: 5 de junio de 2013).
  4. China anuncia planes para reducir intervención gubernamental en la economía, en http://spanish.news.cn/principales/2013-05/07/c_132363894.htm (Fecha de consulta: 5 de junio de 2013).
  5. Wukan, el pueblo que desafió al PCCh. En: http://www.theprisma.co.uk/es/2012/06/04/wukan-el-pueblo-que-desafio-al-partido-comunista-de-china/ (Fecha de consulta: 5 de junio de 2013).

Para saber más:

Cornejo, Romer: China. Radiografía de una potencia en ascenso. México: El Colegio de México, 2008.

Gernet, Jacques: El Mundo chino. Barcelona: Crítica, 1991.

Malena, Jorge: China.La construcción de un país grande. Buenos Aires: Céfiro, 2010.

Ríos, Xulio: Mercado y control político en China. Madrid: La Catarata, 2007.

Ríos, Xulio: China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping. Barcelona:Icaria, 2012