El porqué de Trump y Sanders

Sanders pareciera dirigirse hacia el triunfo de la candidatura Demócrata, mientras Trump controla a su antojo al partido Republicano. A este momento, todo hace suponer que las elecciones presidenciales estadounidenses se disputarán entre dos populistas situados a los extremos del espectro político. Aunque entre la extrema derecha de Trump y el socialismo declarado de Sanders haya poca coincidencia política, el denominador común que los une y que ha impulsado sus fortunas es la pasmosa desigualdad social de ese país.

Liñas de investigación Relacións Internacionais
Apartados xeográficos Estados Unidos
Palabras chave Galicia USA internacional
Idiomas Castelán

Sanders pareciera dirigirse hacia el triunfo de la candidatura Demócrata, mientras Trump controla a su antojo al partido Republicano. A este momento, todo hace suponer que las elecciones presidenciales estadounidenses se disputarán entre dos populistas situados a los extremos del espectro político. Aunque entre la extrema derecha de Trump y el socialismo declarado de Sanders haya poca coincidencia política, el denominador común que los une y que ha impulsado sus fortunas es la pasmosa desigualdad social de ese país.

Esta última ha vuelto a los niveles que prevalecieron a finales del siglo XIX. Mientras el 40% de la población debe más de lo que tiene y el salario de la mayoría de los trabajadores ha permanecido básicamente estancado desde finales de los setenta, las ganancias del 1% del tope se han incrementado en 156% y las del 0,1% del vértice han crecido en 362% (Alvin Powell, “The cost of inequality”, Harvard Gazzete, February 1, 2016).

En efecto, mientras los salarios de la clase trabajadora prácticamente no ha crecido en términos reales desde hace cuarenta años, el número de billonarios (mil millonarios) se multiplicó por diez entre 2000 y 2015. En 2000, Estados Unidos disponía de 51 billonarios con una riqueza combinada de 480 millardos de dólares, mientras que en 2015 contaba con 540 billonarios con un fortuna combinada de 2,4 millón de millones de dólares. Más aún, los 20 estadounidenses de mayor fortuna poseen más riqueza que 150 millones de sus conciudadanos (Bernie Sanders, Our Revolution: A Future to Belieleve In, London, 2017).

Jonathan Gruber and Simon Johnson explican la situación anterior en términos gráficos: “Desde 1993 hasta 2015 más de la mitad del ingreso generado en Estados Unidos fue a parar al 1 por ciento de la población situada en el tope. Así las cosas, si se tomará la totalidad del ingreso obtenido por Estados Unidos durante ese período y se lo colocara en dos pilas, se obtendría el siguiente resultado: una más grande que correspondería al 1 por ciento y otra más chica que correspondería al 99 por ciento restante” (Jump-Starting America, New York, 2019).

La verdadera dimensión de esta desigualdad es descrita por Martin Ford: “Mientras la desigualdad ha venido creciendo en casi todas las naciones industrializadas, Estados Unidos ocupa un lugar muy particular. De acuerdo a un análisis de la Agencia Central de Inteligencia, la desigualdad en el ingreso que se da en Estados Unidos se encuentra a la par con Filipinas, excediendo significativamente a la existente en Egipto, Yemen o Túnez” (The Rise of Robots: Technology and the Threat of a Jobless Future, New York, 2015).

Pero la movilidad social no sólo ha desaparecido, sino que los indicadores sociales comienzan a mostrar señales de injusticia alarmantes. Una investigación de la Universidad de Harvard, que pasó revista a centenares de millones de archivos del Servicio de Recaudación Fiscal (Internal Revenue Service), determinó la existencia de una brecha exorbitante entre las expectativas de vida de los sectores ricos y pobres de dicho país. En efecto, las personas pertenecientes a los grupos privilegiados suelen vivir un promedio de 15 años más que los situados en los sectores de menor ingreso. En el caso de estos últimos su expectativa de vida resulta similar a la de los habitantes de Sudán o Pakistán (Peter Reuell, “For life expectancy, money matters”,Harvard Gazzete, April 11, 2016).

Alvin Powell, ya citado, expone la situación en los siguientes términos: “Los estadounidenses pobres –independientemente de raza o etnia- tienen niveles de salud mucho más bajos que los de buena posición. La atención médica que reciben es deficiente, las condiciones ambientales y de vivienda en las que viven son deplorables y las tasas de suicidio, violencia, accidentes y tabaquismo, así como las sobredosis de drogas y medicamentos, son inmensas”.

Según apunta Bernie Sanders, igualmente citado, esta mortalidad no sólo se da entre la población adulta de mayor edad, sino también entre los jovenes de clase trabajadora. Ante la incapacidad de encontrar empleos decentes e ingresos suficientes, la desesperanza se apodera de sus vidas y los lleva a morir prematuramente por vía del alcohol, las sobredosis de droga, los suicidios y las enfermedades hepáticas crónicas. 

Las causas de esta desigualdad son múltiples, remontándose en su mayoría a la era Reagan. Entre las mismas cabría citar la desregulación económica, la reducción de impuestos para los más ricos, la disminución del poder de los sindicatos, la desinversión en servicios públicos, las externalizaciones de empleos propiciada por acuerdos comerciales y, más recientemente, la automatización de labores productivas. Junto a las razones anteriores hay una adicional de mucho peso: la flexibilización de las leyes de financiamiento electoral. Ello ha permitido que las grandes fortunas hayan influenciado de manera determinante y en beneficio propio la agenda política del país por vía de sus contribuciones de campaña.

Si bien Trump y Sanders difieren radicalmente en la medicina a aplicar, la enfermedad que ha hecho posible su ascenso es la misma.