Hacia el desempleo expansivo y estructural

En 2014 el Banco Mundial presentó un informe en el que señalaba que para 2030, es decir en apenas quince años, el mundo deberá haber creado 600 millones de nuevos empleos simplemente para hacer frente al incremento poblacional. ¿Pero de donde podrá surgir esta avalancha de empleos cuando las oportunidades de trabajo se reducen o se ven amenazadas por doquier? De acuerdo a un reporte reciente preparado conjuntamente por la OCDE y la OIT, nada más en las economías del G20 hay 100 millones de desempleados y 447 millones de subempleados en situación de pobreza (“The world is facing a global job crisis, AFP, September 9, 2014).

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En 2014 el Banco Mundial presentó un informe en el que señalaba que para 2030, es decir en apenas quince años, el mundo deberá haber creado 600 millones de nuevos empleos simplemente para hacer frente al incremento poblacional. ¿Pero de donde podrá surgir esta avalancha de empleos cuando las oportunidades de trabajo se reducen o se ven amenazadas por doquier? De acuerdo a un reporte reciente preparado conjuntamente por la OCDE y la OIT, nada más en las economías del G20 hay 100 millones de desempleados y 447 millones de subempleados en situación de pobreza (“The world is facing a global job crisis, AFP, September 9, 2014).

El desempleo, valdría la pena recordarlo, puede ser de varios tipos: cíclico (asociado a fases de recesión económica), estacional (dependiente de actividades que se contraen en ciertas épocas del año), friccional (de naturaleza voluntaria, como ocurre con quien decide dejar su trabajo para estudiar) y estructural (cuando la demanda de trabajos supera a la oferta de éstos en forma permanente). De ellos el estructural es el verdaderamente preocupante, pues permite que la economía prescinda indefinidamente de determinados renglones de empleo.

En la última década el desempleo estructural tendió a ser visto como un problema propio del mundo desarrollado. El desplazamiento de actividades laborales hacia las economías en desarrollo, donde podían ser ejecutadas a una fracción de su costo, hacía que éstas desaparecieran de manera permanente de los países desarrollados. Es así, por ejemplo, como la actividad manufacturera ha llegado a situarse por debajo del 10% del empleo privado en Estados Unidos, la menor cifra desde comienzos del siglo XX (Edward Luce, Time to Start Thinking,  London, 2012).

En efecto los llamados empleos de cuello azul, es decir los asociados a actividades manufactureras, fueron masivamente traspasados a los países de mano de obra intensiva. Allí las cadenas productivas asiáticas se hicieron imbatibles, pues la fabricación de una misma manufactura podía ser desagregada buscando la mano de obra más barata para cada componente de la misma. La revolución en las tecnologías de la comunicación y la información permitió dar forma a esta nueva realidad.

Es así como los países desarrollados se acostumbraron a ver desaparecer a los empleos de cuello azul, convencidos de que en lo sucesivo deberían especializarse en los de cuello blanco. Es decir, los asociados a los servicios o a las funciones gerenciales. Sin embargo, no contaron con que la revolución en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones también permitía que parte creciente de estas funciones pudiesen ser prestadas desde el mundo en desarrollo a una fracción de su costo. Es el llamado fenómeno de la “oficina de atrás”, mediante el cual las grandes corporaciones comenzaron a trasladar parte importante de las operaciones que realizaban en sus casas matrices hacia Asia o América Latina. Reputados economistas, como es el caso de Alan Blinder de Princeton, llegaron a predecir que todos aquellos servicios que no requirieran de una interacción cara a cara, se evaporarían del mundo desarrollado.

Sin embargo la noción de que los puestos de trabajo tenderían a vaciarse en las economías desarrolladas, en beneficio de los países en desarrollo, ha cambiado en el último par de años. Y nuevamente los avances tecnológicos son responsables de ello. La revolución en la robótica y en la inteligencia artificial está erosionando la ventaja comparativa de aquellos países que podían ofrecer menores costos en mano de obra intensiva y en servicios. No es sólo que los robots localizados en fábricas de Estados Unidos pueden ya competir con la mano de obra intensiva de China o Vietnam, sino que en fecha no lejana la caída en los precios de esos robots harán rentable instalarlos masivamente en China o Vietnam. El desempleo estructural de cuello azul que hoy afecta al mundo desarrollado tendería así a trasladarse al mundo en desarrollo.

Peor aún, las versiones digitales de la inteligencia humana amenazan con desterrar al desván de las antigüedades a empleos que sólo los seres humanos pueden realizar. Tal como señala David Rotman lo que está planteado son “procesos digitales hablando con otros procesos digitales para crear nuevos procesos” (“How technology is destroying Jobs”, MIT Technology Review, June 12, 2013). Dentro de ese nuevo universo gran cantidad de empleos de cuello blanco serán absorbidos por la inteligencia artificial, incluyendo allí a muchos de los que estaban supuestos a migrar al mundo en desarrollo.

Así las cosas los empleos que han migrado hacia el mundo en desarrollo podrían comenzar a verse seriamente afectados, sin que ello mejore para nada la situación de los empleos en los países desarrollados. Ambos por igual pueden verse afectados por aquello que Keynes denominó el desempleo tecnológico, el cual pasa asumir connotaciones estructurales y expansivas. De ser así a los 600 millones de empleos que deberían pero no podrán crearse se le añadirán los que habrán de desaparecer. El resultado de una ecuación de esta naturaleza no podrá ser otro que el del caos social. A no dudarlo entonces las mejores oportunidades de empleo para el futuro surgirán en el área de control del orden público. Aunque seguramente la tecnología  se ocupará también de  asignar estas funciones a legiones de robots policías.