La historia en reverso: Europa y el impacto de los pueblos llegados del mar

En las décadas anteriores y posteriores al 1200 AC, en las postrimerías de la llamada Edad de Bronce, las franjas Sur y Sur-Oriental del Mediterráneo fueron invadidas por poblaciones que venían del mar. El impacto desestabilizador de estos llamados “pueblos del mar”, sobre las grandes civilizaciones de la época, fue de una magnitud tal que desató un largo período de oscurantismo. Aunque arqueólogos e historiadores no han podido determinar el origen exacto de los invasores, se acepta que los mismos venían de lo que es hoy Europa. Más aún, pareciera existir amplia coincidencia en la premisa de que el impulso migratorio masivo que determinó estas invasiones vino dado por catástrofes humanas y naturales en sus lugares de origen.  

Liñas de investigación Observatorio das Diásporas
Apartados xeográficos Europa
Idiomas Castelán

En las décadas anteriores y posteriores al 1200 AC, en las postrimerías de la llamada Edad de Bronce, las franjas Sur y Sur-Oriental del Mediterráneo fueron invadidas por poblaciones que venían del mar. El impacto desestabilizador de estos llamados “pueblos del mar”, sobre las grandes civilizaciones de la época, fue de una magnitud tal que desató un largo período de oscurantismo. Aunque arqueólogos e historiadores no han podido determinar el origen exacto de los invasores, se acepta que los mismos venían de lo que es hoy Europa. Más aún, pareciera existir amplia coincidencia en la premisa de que el impulso migratorio masivo que determinó estas invasiones vino dado por catástrofes humanas y naturales en sus lugares de origen.  

Los nuevos "pueblos del mar"

            Tres mil doscientos y tantos años más tarde un fenómeno similar, pero en reverso, pareciera estar teniendo lugar. Aunque éste no viene acompañado por la fuerza de las armas, se trata también de un impulso migratorio masivo llegado “del mar” que se ve determinado por catástrofes humanas en los lugares de origen de estas poblaciones. Más aún, en medida importante este nuevo fenómeno proviene de lugares que fueron asolados por aquellas invasiones, básicamente Siria e Irak.

            Esperemos, desde luego, que la similitud llegue hasta allí y que la oleada humana caída sobre Europa no desencadene una era de oscurantismo. Lo que sí parece evidente es que aquello que el intelectual estadounidense Robert Kagan bautizó en 2003 como “paraíso postmodernista”, refiriéndose a la cultura de armonía y conciliación propia de la Unión Europea, no logrará sobrevivir a estos nuevos pueblos del mar.

            En lo que va del año más de 120 mil migrantes han llegado a territorio europeo y se estima que para cuando el mismo concluya no menos de 1,5 millones de personas, provenientes del Medio Oriente, lo habrán hecho también. Ello sin incluir a los que vienen del continente africano.  A esto habría que añadir el más de un millón de personas “llegadas del mar” en 2015, a las que aludía el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. El impacto de esta marabunta humana está echando por tierra las reglas de juego de la Unión Europea.

La carga del bulto

            En efecto, no sólo la capacidad para manejar coordinadamente el problema se ha visto desbordada, sino que los países europeos se enfrentan y acusan mutuamente. Buen ejemplo de ello lo dieron la semana pasada Austria y nueve de los estados balcánicos al acusar a Grecia de dar entrada franca a los migrantes. Grecia, de su parte, les espetó que querían dejarle el muerto en las manos, eludiendo su responsabilidad. Lo cierto es que no sólo Grecia, sino la mayoría de los países europeos, han venido recurriendo al juego de tolerar la entrada de los migrantes a condición de que sigan hacia los países vecinos. Mientras unos y otros compiten por pasarse la carga del bulto, las estructuras unitarias parecieran a punto de hacer implosión. Ello, comenzando por el Acuerdo de Schengen que determina la libre circulación de personas al interior de la Unión.  

            La principal responsable de esta crisis, más allá de los problemas objetivos que afectan a los países de origen de los inmigrantes, es Ángela Merkel. Fue ella quien el año pasado anunció que su país daba la bienvenida a estos recién llegados a tierras europeas. Estas palabras, pronunciadas por la mandataria del más rico de los países de ese continente, se convirtieron en un poderoso imán de atracción sobre el mismo. Lo curioso es que a pesar del inmenso costo político doméstico que ello le ha representado y de la virtual rebelión europea  que esto ha generado en contra del liderazgo alemán, Merkel se niega a reconocer su error o a cambiar de curso. En su lugar, insiste en que los demás países europeos asuman su cuota de responsabilidad frente a esta carga.

Alemania: del egoísmo a la miopía

            Dado el bajo desempleo y la fuerza expansiva de su industria, este influjo de mano de obra barata podría beneficiar mucho a la economía alemana. Por lo demás, la experiencia de inmigraciones anteriores como la turca, la croata o la de los alemanes étnicos del Este de Europa, demostró un claro impacto positivo sobre su crecimiento económico. No obstante ello dista de ser el caso en gran parte de Europa, confrontada a altos niveles de desempleo.

            Cualquier beneficio a corto plazo que Alemania pudiese derivar de allí, sin embargo, deberá contrapesarse con el inmenso desempleo que el salto tecnológico traerá consigo en los próximos diez a quince años. La tecnología digital, con particular referencia a la robótica avanzada, hará desaparecer puestos de trabajo al por mayor en la industria y los servicios, mientras que los vehículos sin conductor dejarán sin empleo a centenares de miles de choferes de camiones, autobuses y taxis. ¿Qué hacer en ese momento con los que ahora llegan? ¿Pasarán a formar parte de una contrasociedad alienada y en pie de guerra cultural contra el país anfitrión?

            Los nuevos pueblos del mar habrán de representar, sin duda, un desafío mayúsculo  a la cohesión y a la seguridad europeas.