Las intrahistorias de la purga de Bo Xilai

La fulminante destitución de Bo Xilai ha traído a la memoria un hecho similar ocurrido en vísperas del XVII Congreso del PCCh celebrado en 2007. Entonces, la desgracia cayó sobre Chen Liangyu, secretario del PCCh en Shanghái y también miembro del Buró Político, involucrado en corruptelas mayores que le valieron una condena de 18 años de prisión. Chen era afín a Jiang Zemin, el predecesor de Hu Jintao. El sustituto de Chen fue Xi Jinping, quien a los pocos meses pasó a formar parte del Comité Permanente del Buró Político (CPBP) y con seguridad será el nuevo hombre fuerte de China a partir del XVIII Congreso, a celebrar en otoño próximo. Mutatis mutandis, el relevo de Bo, Zhang Dejiang, podría figurar en el próximo CPBP pero nada es menos seguro. El número de integrantes del CPBP podría reducirse de los actuales 9 a 7.  

En 2007, cuando Hu Jintao encomendó a Bo Xilai la transformación de Chongqing, Wen Jiabao se habría opuesto a su nombramiento como vice primer ministro tras desempeñar tres años como ministro de comercio exterior. En su rechazo habrían influido las desconfianzas políticas e ideológicas como igualmente su controvertida imagen en el exterior ya que en numerosos países su nombre figura en causas penales  abiertas por crímenes contra la humanidad contra dirigentes chinos a instancias del movimiento Falun Gong. No era Wen Jiabao el único rival en las altas esferas, aunque quizá el más poderoso. También debe señalarse a sus predecesores en Chongqing, Wang Yang, actual secretario del PCCh en Guangdong, pero igualmente He Guoqiang, miembro del CPBP y responsable de la Comisión Central de Disciplina, un puesto clave para poder impulsar cualquier investigación desestabilizadora. La represión de la delincuencia y sus ramificaciones en los aparatos político y judicial de Chongqing solo podía avergonzarles ante la inhibición mostrada durante sus respectivos mandatos.

Ni Xi Jinping ni Le Keqiang, el dúo candidato al relevo, simpatizaban con las maneras y el discurso de Bo Xilai ni podían ver con buenos ojos un hipotético ascenso que podría hacerles no poca sombra. El sustituto de Wang Lijun en la policía de Chongqing ha sido Wang Haiyang, que sitúan próximo a Li Keqiang. En la retaguardia, ni el ex vicepresidente Zeng Qinghong (gran valedor de Xi Jinping) ni Jiang Zemin,  apoyarían a Bo, aunque en tiempos Jiang Zemin y su padre, Bo Yibo, fueron aliados y compartieron rivales comunes de cierta significación como Qiao Shi, un reformista jubilado en 2002 al frente de la Asamblea Popular Nacional y hoy tan apartado de la vida pública que ni siquiera asistió a las conmemoraciones del 60 aniversario de la fundación de la República en 2009. No obstante, en el CPBP pudo contar con la complacencia de Wu Bangguo, Jia Qinglin, Li Changchun y, sobre todo, Zhou Yongkang, quien se habría implicado directamente en la gestión del incidente de Wang Lijun a fin de controlar sus impactos sobre Bo.

Todo empezó, en efecto, con el incidente protagonizado por Wang Lijun, mano derecha de Bo Xilai en Chongqing, cuando hace mes y medio intentó pedir asilo en el consulado de EEUU en Chengdu. Al parecer, un empresario llamado Zhang Mingyu disponía de informaciones que le comprometían seriamente en asuntos de corrupción. Si ello trascendía, el modelo inmaculado de Bo podría resquebrajarse en un abrir y cerrar de ojos por la pérdida de credibilidad de su vicealcalde y quizás la retahíla de revelaciones que pudieran implicarle personalmente. Sobre la cabeza de Wang Lijun pende una grave acusación de “traición”. En el lado oscuro de Bo convergerían las acusaciones de populismo, autoritarismo, personalismo, superficialidad y exceso de ambición que encontrarían en su gestión al frente de Chongqing una opaca radiografía que ahora vería la luz. No dejaba de sorprender su entusiasmo maoísta después de experimentar dramáticamente en carne propia los propios excesos del maoísmo. 

En torno a Bo y Chongqing se fue fraguando en estos años un experimento sociopolítico alternativo al discurso emanado del tándem Hu Jintao-Wen Jiabao, sobre ejes como la vigorización de lo público, la reivindicación de usos y costumbres asociados al maoísmo, la búsqueda de soluciones diferentes a las contradicciones sociales, económicas y políticas generadas por años de reforma en los que ha primado la obsesión por las macromagnitudes en detrimento de las aspiraciones de las mayorías sociales, haciéndolo habitualmente desde posiciones innovadoras y afines a cierta cultura que podríamos situar en el espectro formal de una izquierda política aunque dotada de ciertos tintes rancios. En torno a ello se han ido reuniendo funcionarios, académicos y militares cuyas expectativas se han visto truncadas de súbito. Habrá que esperar unos meses para ver si las escaramuzas se propagan y a qué nivel, aunque la acreditada experiencia china en el manejo de crisis políticas similares pudiera indicar que sus repercusiones pudieran estar ya sobradamente neutralizadas.

Mientras, los preparativos del XVIII Congreso del PCCh afrontan una etapa cualitativamente nueva tras desembarazarse de Bo, lo que remite a la normalidad de un debate cuyo protagonismo reside en los mensajes dimanados del discurso central y cuya novedad última es la defensa de la “pureza” del PCCh, otro recurso semántico de Hu Jintao que Xi Jinping se ha apresurado a ensalzar desde la tribuna de Qiushi, la revista teórica del PCCh, al día siguiente de la destitución de Bo Xilai, reclamando a la militancia partidaria ideales sólidos para no fallar a la ciudadanía.

Fuera sincero o simplemente oportunista, descartado el rumbo retro-maoísta sugerido por Bo y sus seguidores, la tesitura a la que se enfrenta el PCCh en su década más decisiva es aquella que le obligará a elegir entre la continuidad de un camino propio que le provea de los resortes imprescindibles para preservar su soberanía a todos los niveles  en condiciones de una intensificación extrema de las contradicciones internas y las presiones exteriores, o dosificar una progresiva homologación sistémica tal como le reclama el mundo occidental y como vendrían a sugerir recientes documentos del Banco Mundial y el FMI quienes han propuesto la hoja de ruta ideal para operar una acomodación que acentuaría las complicidades y amortiguaría los impactos globales de una China inevitablemente convertida en la superpotencia económica del planeta. Aunque no pocos pensarán que la purga de Bo Xilai significa un triunfo de este último punto de vista, la obsesión por construir un modelo propio goza aún del máximo crédito entre la mayoría de los dirigentes chinos confrontados a la tarea histórica de lograr esa supremacía no hegemónica que predican con el “desarrollo pacífico”.