Pendientes de un solo hombre

Tras haber sido sorpresiva y nuevamente hospitalizado en el parisino hospital militar de Val-de-Grâce, de regreso el pasado jueves al Palacio de El Mouradia el jefe de Estado argelino, Abdelaziz Bouteflika, firmó el decreto que sanciona la celebración de comicios presidenciales el 17 de abril, según informó APS, la agencia de prensa oficial. Como ya es habitual desde hace meses, desde su llegada no ha trascendido ninguna imagen del presidente, que permita interpretar su real estado de salud. En ausencia de un comunicado oficial al respecto, que haga alusión a un diagnóstico médico fiable sobre el alcance de la enfermedad que lastra al veterano político, los ciudadanos se mantienen a la expectativa. Ya sea por omisión o de forma premeditada, tal vacío informativo no aporta estabilidad alguna a un país que aún no ha logrado superar su década negra. A pesar del discurso triunfalista invocado de forma recurrente por las autoridades, la inestabilidad sigue estando al orden del día en Argelia, donde persiste la violencia integrista y los pingües recursos derivados de los hidrocarburos apenas sí alcanzan para mantener una más que precaria paz social. Inquieta el futuro inmediato del mayor Estado africano, un actor clave para la seguridad y estabilidad de una región harto convulsa.

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Tras haber sido sorpresiva y nuevamente hospitalizado en el parisino hospital militar de Val-de-Grâce, de regreso el pasado jueves al Palacio de El Mouradia el jefe de Estado argelino, Abdelaziz Bouteflika, firmó el decreto que sanciona la celebración de comicios presidenciales el 17 de abril, según informó APS, la agencia de prensa oficial. Como ya es habitual desde hace meses, desde su llegada no ha trascendido ninguna imagen del presidente, que permita interpretar su real estado de salud. En ausencia de un comunicado oficial al respecto, que haga alusión a un diagnóstico médico fiable sobre el alcance de la enfermedad que lastra al veterano político, los ciudadanos se mantienen a la expectativa. Ya sea por omisión o de forma premeditada, tal vacío informativo no aporta estabilidad alguna a un país que aún no ha logrado superar su década negra. A pesar del discurso triunfalista invocado de forma recurrente por las autoridades, la inestabilidad sigue estando al orden del día en Argelia, donde persiste la violencia integrista y los pingües recursos derivados de los hidrocarburos apenas sí alcanzan para mantener una más que precaria paz social. Inquieta el futuro inmediato del mayor Estado africano, un actor clave para la seguridad y estabilidad de una región harto convulsa.

La interrogación inmediata es si Abdelaziz Bouteflika está capacitado para prolongar su estadía en El Mouradia, la sede de la presidencia. Enfermo desde 2005, convaleciente en repetidas ocasiones en Suiza y Francia, las largas ausencias de éste de la escena pública no han cesado de alimentar los rumores sobre su maltrecha salud. Desde su vuelta el 16 de julio de 2013, después de la más reciente y grave recaída que lo mantuvo tres meses en Val-de-Grâce, el jefe de Estado no ha hecho ninguna aparición pública. Sus ausencias se han visto paliadas por las únicas alusiones del primer ministro, Abdelmalek Sellal, al “buen estado de salud” del primer responsable del país. Durante este periodo apenas sí ha recibido a siete líderes extranjeros. Y muy pocos de sus ministros han gozado de este privilegio. Únicamente Sellal, el jefe del Estado-Mayor del Ejército y viceministro de Defensa, el general Ahmed Gaïd Salah, y el jefe de la diplomacia, Ramtane Lamamra. Ningún líder del partido, ya fuera de la alianza presidencial o de la oposición, ha podido acercarse al presidente. Por ello las raras audiencias que Bouteflika ha acordado se han convertido en una prueba de vida para los argelinos. “Afortunadamente un presidente gobierna con su cabeza, no con sus pies”, llegó a decir Amar Benyounes, ministro de Energía.

Confort del status quo

Aun siendo patente la merma sustancial de sus capacidades, el veterano presidente es el mejor situado para su propia reelección. “No hay duda alguna al respecto: Si Bouteflika se presenta a los comicios saldrá ganador”, afirma de forma taxativa un periodista del diario El Watan, conocido por su posición crítica hacia el poder. “En un sentido inverso, si Bouteflika se retira de la carrera todo es posible, incluso un nuevo comienzo para el país”, añade éste. De forma tímida, los opositores al septuagenario presidente intentan hacer oír su voz. Unos condenan que un hombre enfermo que ha desertado de sus obligaciones nacionales e internacionales pueda aspirar a la jefatura del Estado. Otros citan al propio Bouteflika para justificar el cambio, evocando una arenga proferida por éste el 8 de mayo de 2012 en la que indicó que su generación estaba “cocida”, denotando que había llegado la hora de pasar el testigo a una nueva hornada de dirigentes. Muchos están persuadidos de que es el entorno del presidente el que, encabezado por su hermano Said Bouteflika, trabaja para la reelección. “Es muy probable que el clan presidencial no esté dispuesto a perder su posición preponderante”, enfatiza Akram Belkaïd, periodista argelino exiliado en Francia. “Aunque es cierto que tampoco debemos minimizar la ambición del propio Bouteflika, si es que todavía posee algo de lucidez a pesar de su enfermedad”, señala Belkaïd.
Bouteflika cuenta con el apoyo del ex partido único, el Frente de Liberación Nacional, al tiempo que ha expandido su influencia a la sociedad civil y las cofradías religiosas. “Enfermo o no, su popularidad es elevada”, reconoce Belkaïd. Para Ismat, taxista en Argel, “tras sufrir durante años el terrorismo es bajo su presidencia que hemos logrado recobrar por fin la tan ansiada paz”. “Nadie tiene ganas de ver empeorar las cosas y Bouteflika significa el confort del status quo”, declara Raïd, empresario editorial.

Según éste, “está bien que luchemos por la alternancia y la democracia, pero nadie nos puede garantizar el éxito". A pesar de que en 2013 se registraron más de 10.000 disturbios, la estabilidad interior del régimen no parece amenazada. “Para el argelino la amenaza proviene del exterior”, pone de relieve Kamel Daoud, columnista de Le Quotidien d’Oran. “Tenemos lo suficiente para vivir autárquicamente durante al menos tres años”, profirió en 2012, cuando aún era primer ministro, Ahmed Ouyahia. Ante las tensiones y rifirrafes con Marruecos, la situación en la frontera sahariana, los desórdenes en el no-Estado libio y el incipiente terrorismo tunecino, muchos argelinos están persuadidos de que pueden y deben vivir de forma aislada. Con Bouteflika al frente, claro.

Cuenta atrás

El 16 de enero se cumplió un año del asalto al complejo gasero de Tiguentourine, en In Amenas, al sudeste del territorio, que se saldó con la muerte de 37 ciudadanos extranjeros, un argelino y 29 elementos terroristas. A las nuevas revelaciones y la apertura de un proceso judicial para dilucidar eventuales responsabilidades en lo acaecido, se acaba de unir la enésima polémica con la otrora metrópolis, a quien Argel acusa de estar detrás de una campaña para denigrar la imagen del país. Pero lo que realmente monopoliza el debate es la candidatura de Abdelaziz Bouteflika a su tercera reelección. Queda menos para conocer la decisión del líder político. Bouteflika, al igual que el resto de potenciales postulantes, tiene 45 días para pronunciarse y depositar su candidatura ante el Consejo Constitucional. El único que hasta la fecha ha manifestado su firme resolución de presentar batalla es Ali Benflis. Los demás, conscientes de no albergar opciones si Bouteflika se presenta, están a la expectativa. Es el caso de los opositores Saïd Sadi, Abderrezak Makri o Abdallah Djaballah. O de los ex jefes del Ejecutivo Abdelaziz Belkhadem, Ahmed Ouyahia y Mouloud Hamrouche, junto con el propio Abdelmalek Sellal, actual primer ministro. Pendientes todos de un solo hombre.